El cajón de los calcetines de los corredores es un lugar muy peculiar. A veces me imagino qué pasará allí cuando no miramos. En mi caso, se trata de un rincón en un cajón más grande, junto a los pantalones y mallas para correr. En este rincón conviven en libertad y armonía decenas de calcetines de running. Ya ni me molesto en plegarlos juntos de dos en dos, ya que en ocasiones he comprado algún pack en los que son todos iguales y muchas veces lo único que tengo que hacer es comprobar que los dos que he cogido son del mismo color. Eso facilita las cosas... a veces.
Aunque sé que si mis calcetines hablaran, me dirían que les preste más atención, que algunos de ellos están especialmente hechos para el pie izquierdo y otros para el pie derecho. Es importante hacer caso a esta indicación, ya que hay marcas que fabrican sus modelos para que se adapten a la forma de cada pie, e intercambiarlos puede provocar que las costuras o la forma de la puntera nos causen molestias.
En mi cajón de los calcetines también hay muchos que me gritan al abrirlo. Algunos de ellos llevan meses sin salir a correr. No lo puedo evitar. Cuando me compro unos calcetines nuevos, me siento tan cómodo con ellos que siempre que puedo los elijo. Esto, al final, crea una “élite” de calcetines que tienen preferencia frente a los demás, y por contra, una parte de los calcetines más viejos se queda en el ostracismo. Sé que debería prestarles más atención, pero me cuesta no tirar por la opción más fácil.
También es inevitable tener a mis “calcetines talismán”. Aquellos con los que corrí mi primer 10K, y que sólo uso ya en ocasiones y carreras especiales. Tener unos calcetines de confianza y con los que sé que todo va a salir bien me dan mucha tranquilidad a la hora de afrontar retos nuevos.
Ya sabes que no hay que estrenar calcetines (ni practicamente nada de textil) en las carreras. Pero especialmente los calcetines pueden ser algo problemático, ya que un pliegue o una costura que no ajusta puede echar por tierra toda la carrera. Por eso es importante renovar a tiempo los calcetines. Un calcetín desgastado es más peligroso que uno nuevo, porque tienden a moverse más de su sitio. Por eso, al menor síntoma de debilidad, no te debe temblar el pulso.
Por último, un mensaje a esos calcetines que se han quedado en el cajón solitarios, a los que llevan bastante sin ver a su hermano gemelo. Que no pierdan la esperanza. Tal vez se han ido por el conducto de la lavadora. O tal vez se han quedado al fondo del cesto de la ropa sucia. O se han caído al cambiarnos en el gimnasio. Pero no hay que perder la fe. A veces, los calcetines perdidos vuelven de la otra dimensión. Mientras, mantened las ganas de correr intactas.
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