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Corriendo por los puertos míticos (XXIX): San Gotardo, Suiza

Por Jorge González de Matauco para carreraspopulares.com

Todos los puertos hasta ahora elegidos para conformar esta serie tienen al menos una característica que los hace peculiares. O acogen carreras pedestres realmente sorprendentes, o recuerdan magníficas epopeyas ciclistas, o poseen un reseñable significado histórico, o atesoran rampas demoledoras, o se ubican en grandiosos escenarios naturales, o se trata de carreteras con rasgos específicos e inigualables. Pues bien, creo ser fiel a la verdad si afirmo que ninguno de los puertos anteriores reúne tantas de esas características como el San Gotardo suizo, hasta el punto de que bien puede afirmarse que si se hallara en Francia, Italia o España sería considerado una de las ascensiones más célebres del mundo. Además, Suiza era el único país alpino que todavía no había visitado esta serie, razón de más para dirigirse al bello y ordenado país de Heidi y rellenar ese hueco. Desde la satisfactoria experiencia de ascender el Galibier en solitario, ya no es un problema el hecho de no encontrar ninguna carrera que se adapte a mis pretensiones. Será de nuevo una ruta con organización propia o, dicho más prosaicamente, un simple entrenamiento.

Como en otras ocasiones, lo primero será ubicar en el mapa el paso de San Gotardo, que sirve de conexión entre el norte y el sur de Suiza. Más exactamente entre los cantones de Uri y Tesino o, lo que es lo mismo, entre la Suiza de habla alemana y la de habla italiana. Y tampoco está de másaclarar que el paso de San Gotardo es franqueable por dos carreteras. La más antigua es conocida como la Tremola (así llamada porque recorre el valle del mismo nombre) y será el objetivo de nuestro ascenso. Además, para aumentar la confusión, tres túneles construidos bajo la montaña llevan el nombre de San Gotardo, uno para coches y dos para el ferrocarril, de los cuales el más moderno fue inaugurado el pasado año 2016.

Viernes, 15 de septiembre. Airolo, cantón de Tesino. Altitud: 1.173 metros. Una de las ventajas de no depender de una carrera es que uno puede elegir el día y la hora del ascenso. Las previsiones meteorológicas que anuncian una ventana de buen tiempo hasta las siete de la tarde aciertan de pleno y a las ocho de la mañana luce un sol magnífico, aunque la temperatura es más bien fresca, siete grados. Desde la iglesia del pueblo recorro la calle San Gottardo hasta llegar a un antiguo hito de piedra que marca 13 kilómetros para la cima del puerto, a 2.106 metros de altitud. Pongo el crono en marcha y echo a correr por la carretera. Llevo poco más de un kilómetro cuando alcanzo un cruce en el deduzco que hay que girar a la derecha. Sí, también tiene desventajas correr en solitario por terreno desconocido, entre ellas la de no estar seguro de qué camino tomar en ciertos cruces. Pero a partir de ahí, y hasta el final, seguiré continuamente en línea recta sin tener más dudas. ¿Cómo es la subida al San Gotardo para un corredor? Lo primero que llama la atención es la aparición, cuando me faltan unos metros para los tres kilómetros,de los primeros tramos empedrados de diferente longitud. Cuento hasta seis hasta llegar a un lugar llamado Motto Bartola, un cruce de carreteras en el que ya aparece indicada la dirección hacia la Tremola. El paisaje no es tan imponente como en otros puertos de la cordillera alpina, pero montañas y bosques no faltan, que para eso estamos en los Alpes. Siguen algunos tramos de hormigón sin demasiada pendiente y, por fin, alcanzo el inicio de la verdadera Tremola, que llega con una sorpresa, un regalo inesperado. Porque si hasta ahora he podido disfrutar de una ascensión prácticamente sin coches, a partir de aquí eso está garantizado, porque una barrera impide el paso a los vehículos.

Los antecedentes de esta carretera que estoy recorriendo se remontan a los inicios del siglo XIII, cuando la construcción del llamado Puente del Diablo permitió la apertura de una garganta sobre el río Reuss conocida como la Schöllenen. La dificultad del paso dio origen a multitud de leyendas, entre ellas que el puente había sido construido por el diablo, quien reclamó como precio el alma del primero que la cruzara. Los aldeanos locales enviaron como respuesta una cabra que cruzó el puente y corneó al diablo enviándolo al agua. Airado y con ganas de bronca y de destruir su obra, el demonio lanzó un enorme pedrusco que hoy en día se considera un monumento nacional suizo. Esta conexión entre el norte y el sur de los Alpes favoreció el tráfico comercial y el envío de mensajeros a pie o a caballo, hasta llegar a crearse una vía de muleros. Entre 1828 y 1832 se construyó la carretera para permitir la circulación de carros. Quedémonos con un nombre, Francesco Meschini, artífice de la obra, programada para salvar un desnivel de más de 900 metros a través de 39 revueltas (24 de ellas agrupadas en los últimos cinco kilómetros). Es curioso el hecho de que la mayoría de esos tornanti cuentan hasta con su propio nombre. A finales del siglo XIX, el ferrocarril marginó a la Tremola casi hasta la insignificancia, pero a partir de 1920 la carretera conoció un segundo apogeo con el aumento del tráfico de automóviles, hasta tal punto que, décadas después, se procedió a construir una vía más moderna, relegando la Tremola al papel de carretera turística.

Después de pasar la barrera para vehículos vuelven los adoquines y ya no se interrumpirán hasta la cumbre del San Gotardo, para la que aún faltan cinco kilómetros. Correr por el empedrado durante tanto tiempo no es tan inofensivo como pudiera parecer a simple vista, especialmente para las plantas de los pies. Mirando hacia las alturas, destaca una cascada y las galerías de la carretera nueva, que serán claves cuando corone el puerto. Voy remontando lentamente el valle a través de innumerables y magníficas curvas de herradura que otorgan su personalidad a una de las vías más bellas del mundo. Como no hay riesgo de cruzarse con ningún vehículo me detengo de vez en cuando a hacerme alguna foto con el disparador automático. Empedrado y curvas, curvas y empedrado. El deporte de la carrera concede privilegios como este, el de circular absolutamente solo por este peculiar escenario mientras está cerrado al tráfico. Los últimos kilómetros son los más duros, las serpentinas se suceden sin interrupción y casi me da pena terminar el ascenso, tras superar otra barrera echada, en un tiempo de 1 hora 37 minutos. Tiempo efectivo, que no real, porque no contabilizo las paradas fotográficas. Lo cierto es que se trata de una subida idónea para correr con continuidad, sin recurrir a caminar, con pendientes medias del 7 al 9%, salvo algún tramo más empinado en la fase final.

Estoy en la cima del San Gotardo, aglutinador de múltiples facetas. Lugar de paso del llamado Camino Español o Camino de los Tercios, abierto en el reinado de Felipe II entre Milán y los Países Bajos para el traslado de tropas. Punto estratégico de defensa militar y motivo de conflictos entre el Ducado de Milán y la Confederación Helvética en los siglos XIV y XV. Teatro de guerra entre franceses y rusos durante la época napoleónica (la estatua del general ruso Suvorov ocupa un lugar preeminente en la cima del puerto). Refugio de acogida y hospitalidad durante muchos siglos a través del llamado Ospizio, hoy todavía abierto junto a un albergue. Fuente inagotable de agua, de cuatro grandes ríos europeos y de numerosos lagos. Y origen de incontables rutas de montaña para gozo de los modernos senderistas y corredores.

Reanudo mi carrera por la ladera norte, la que se dirige hacia las localidades de Hospental y Andermatt. También está empedrada durante cuatro kilómetros, hasta

fundirse con la carretera principal. Pero carece de la vistosidad del lado sur y no tiene tanto interés. Menos curvas, más rectas, menos pendiente y abierto al tráfico, escaso, en cualquier caso. Así que regreso a la cima, pregunto en el museo por la mejor panorámica sobre la Tremola y me dirigen hacia las galerías de la carretera nueva que veía durante mi ascenso. He de correr medio kilómetro en dirección Milán para encontrar un sobreancho lleno de cachivaches de obra junto a un par de casetas. Y, en efecto, desde allí contemplo extasiado una panorámica inolvidable de todo el ascenso que he realizado, con aquellas curvas tan cerradas que van retorciéndose por la montaña. El San Gotardo será para siempre uno de mis puertos favoritos, aquel que, me aclaran, he encontrado cerrado al tráfico, como si estuviera reservado para mí solo, por una nevada que cayó la semana anterior y que provocó el cierre de la carretera, sin que se volviera a abrir posteriormente. Así que, aunque hay autobuses que se dirigen a Airolo, prefiero aprovechar y agradecer este guiño del destino y descender corriendo, disfrutando por partida doble de todos los atractivos de la Tremola, esa vía empedrada que no tiene parangón en el mundo, no solo por el empedrado de forma curvada que es una reliquia decimonónica, sino también por sus atrevidas marmotas, que me despiden al borde de la carretera y se encargan de recordarme que no estaba tan solo como pensaba.

SOBRE EL AUTOR

Jorge González de Matauco
Autor del libro “En busca de las carreras extremas“


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