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Corriendo por los puertos míticos(40): Peñón de Gibraltar

Por Jorge González de Matauco para carreraspopulares.com

Queramos o no, Gibraltar ocupa un pequeño hueco en nuestro imaginario colectivo. Los de mi generación, y creo que también los de la anterior y la posterior, crecimos oyendo hablar del peñón de Gibraltar. Y eso que oíamos no eran otra cosa que reclamaciones, controversias, soflamas e invectivas, la mayoría de las veces intentado tapar otro tipo de problemas mucho más importantes. Pero, realmente, el peñón es mítico desde tiempos inmemoriales. Los griegos identificaron la roca como uno de las columnas de Hércules. Este héroe, y también semidiós, rompió por la mitad lo que era tierra firme permitiendo que las aguas fluyeran por el estrecho y dando origen a dos montañas: Calpe (el peñón de Gibraltar) y Abila (Jebel Musa, en el norte de África). El peñón también fue testigo de batallas entre romanos entre cartagineses y entre musulmanes y cristianos, hasta caer bajo soberanía británica y soportar después varios asedios.

Es muy fácil llegar a esa anomalía política y geográfica que es Gibraltar. La frontera está solo a unos pasos de la estación de autobuses de La Línea, aunque enseguida hay que atravesar un aeropuerto, toda una excentricidad en una entidad territorial tan pequeña. Es como meter un elefante en Lilliput. Por eso, las pistas de aterrizaje y despegue y la carretera principal se cruzan peligrosamente. No hay más remedio que regular el tráfico aéreo-automovilístico con un semáforo para los coches. Y un consejo: que ningún chófer malhumorado ose saltarse la luz roja, porque puede terminar tan desintegrado como un meteorito.

Pero merece la pena cruzar la llamada verja porque, desde la perspectiva del viajero y dejando al margen algún extremista, Gibraltar es un modelo de convivencia, tolerancia y eclecticismo. Conviven el inglés y el castellano (los gibraltareños hablan perfectamente las dos lenguas), conviven la libra y el euro (siempre es un poco más caro pagar con euros), conviven católicos, musulmanes, judíos y anglicanos en sus diferentes ramas, cada religión con sus respectivos templos. Aunque es cierto que el estilo de Gibraltar es innegablemente británico y eso se refleja de manera especial en las calles: en los nombres, en los letreros, en la arquitectura, en los pubs, en los comercios de Main Street, en las banderas de Convent Place, en los símbolos ultranacionalistas, en la avalancha de turistas británicos, en los policías vestidos de bobbies con acento andaluz... Casi parece que uno está en Londres. Incluso ayuda a ello el hecho de que todos los camareros sean españoles. La historia es capítulo aparte, el orgullo de los llanitos. Las alusiones son constantes. Además, hay cañones, antiguos bastiones, monumentos bélicos... Gibraltar es un lugar que debe su existencia a las guerras y a su privilegiada posición.

Pero vayamos ya con la carrera que me traído hasta aquí. Organizada por la Gibraltar Athletics Association, la carrera hasta la cima del peñón (Top of the Rock Race) consta de 4,3 kilómetros, por lo que se puede calificar como una subida explosiva. Comienza casi al nivel del mar y llega casi hasta la cota 400, así que podemos decir aquello de que es una subida corta pero dura. El lugar de inscripción coincide con el de salida, Jumpers Building, en la calle Rosia. Y, como antes decía, en ese punto conviven con absoluta naturalidad el inglés y el castellano, y el euro y la libra. Como no tengo libras pago dos euros por la inscripción, escribo mi nombre en la hoja de inscripción, dejo la bolsa con ropa seca en un coche de la organización y ya estoy listo para calentar, aunque la temperatura es ideal para correr: 17 grados.

A las diez en punto de la mañana tomamos la salida los 34 participantes, atletas locales y un buen número de corredores venidos de Algeciras y La Línea. Puede que no seamos muchos, pero el nivel es realmente alto y los primeros centenares de metros son llanos, lo que ayuda a que la salida sea muy rápida. Un giro a la izquierda nos sitúa inmediatamente ante las primeras cuestas, que, como era de esperar, son muy duras. Por esta carretera de ascenso solo está permitida la circulación de los taxis autorizados, por lo que el tránsito de vehículos no será ningún problema. Una preocupación menos para el corredor que bastante tiene con no perder el resuello. Porque, salvo un par de tramos de recuperación, la carrera es un compendio de cuestas de fuertes pendientes. Precisamente después de pasar la cabina de control de vehículos hay un primer falso llano. No pasarán muchos metros antes de que el perfil vuelva a empinarse decididamente con el paso por una curva de herradura, donde aparecen los primeros monos, y por un establecimiento que obedece al nombre de Saint Michael´s Cave. Por fin se corona una primera antecima para llegar a otro sector plano antes de afrontar el repecho

final. Desde la cima, las vistas deberían ser majestuosas, pero la calima, el polvo en suspensión, no permite que sean muy extensas. Solo se ve en las profundidades la propia localidad de Gibraltar y nada más. Así que una rápida entrega de trofeos y una foto de familia con todos los participantes son el preámbulo para iniciar el descenso por el mismo camino y poder observar con más calma a los monos, el gran reclamo del peñón.

Porque, aunque Gibraltar desapareciese, todavía permanecerían el peñón y los monos. Hace unos años, en mi primera visita al peñón fui testigo de cómo varios intrusos entraron a cuatro patas en la cafetería de la cima en busca de comida fácil, ante los aspavientos e improperios de una comensal. Y es que estos macacos están muy mimados, hasta el punto de que se han colocado varios letreros advirtiendo a los turistas de las consecuencias de alimentarlos: fuerte multa y ser el causante de que engorden, enfermen y mueran prematuramente. Y también se avisa que no hay que mezclarse con los animalitos porque se vuelven agresivos y se rompe su estructura familiar. Así que menos mimos. Hay que ignorarlos, especialmente cuando emiten sus grotescos chillidos. Y aunque se les ignore, siempre están al tanto para atacar a cualquier despistado con bolsas de plástico en sus manos, que los monos identifican con comida.

Acabado el descenso solo queda volver a cruzar la frontera y abandonar Gibraltar, ese pequeño territorio cuyos habitantes no quieren ni oír hablar de su posible incorporación a España y ver cambiado su privilegiado estatus. Mejor ser cabeza de ratón que cola de león. En cualquier caso, no es mal sitio para visitar con la excusa de una carrera.

SOBRE EL AUTOR

Jorge González de Matauco
Autor del libro “En busca de las carreras extremas“


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