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Corriendo por los puertos míticos: Carpegna, Italia

Por Jorge González de Matauco para carreraspopulares.com

Il Carpegna mi basta. Con estas cuatro palabras, que no necesitan traducción, el ciclista Marco Pantani convirtió en mítica una humilde, aunque muy dura subida de los Apeninos. En una célebre entrevista, el añorado escalador confesó que era en el Carpegna, cercano a su hogar, donde había entrenado para conseguir muchísimas de sus victorias, ya que no acostumbraba a reconocer previamente los puertos que luego atravesaban las carreras y tampoco necesitaba medidores de potencia, de frecuencia cardíaca u otros adelantos técnicos. Il Carpegna mi basta. Así de fácil. Probablemente sin sospecharlo, Pantani había convertido el semidesconocido Carpegna en un puerto de lo más emblemático.

Carpegna da nombre a un pueblo, una montaña y una carretera. Y la carrera pedestre, conocida como el Giro del Monte Carpegna, permite conocer tanto el pueblo, como la montaña y la carretera. Y además, permite disfrutar de la hospitalidad de sus habitantes. Matteo Mauri, un joven corredor local, es el alma máter de la prueba. Puesto en contacto con él para inscribirme a la carrera, tiene el detalle de pagarme no solo la propia inscripción sino también una noche de hotel, así como de invitarme a su casa para almorzar un plato de pasta el día de mi llegada a Carpegna. Todo a cambio de la realización de este artículo y del obsequio de uno de mis libros. Es Matteo quien me explica las características y la génesis de la prueba, que el domingo, 16 de julio, celebra su 17ª edición. Un recorrido de 15,5 kilómetros íntegramente por asfalto, y con dos partes muy bien definidas. Una primera ascensión de poco más de seis kilómetros por la cara más exigente, desde los 748 metros de altitud del pueblo de Carpegna hasta los 1.370 metros donde culmina la carretera (la cima de la montaña está muy cerca, 1.415 metros de altitud). Y una segunda parte de casi nueve kilómetros, únicamente de descenso. Porque esa es una de las grandes peculiaridades de esta carrera. El hecho de que existan dos vertientes del puerto que tienen su origen en la localidad de Carpegna permite dar un giro completo, con su correspondiente subida y bajada, y terminar exactamente en el mismo punto de salida.

Matteo me comenta que la carrera coincide en fechas con la fiesta del prosciutto (jamón), uno de los productos típicos de la tierra. Y que, a diferencia de la carrera de bicicleta de montaña denominada Il Carpegna mi basta, nada tiene que ver con un supuesto homenaje a Pantani, aunque fue él quien hizo famosa la subida. Solo hace dos años que Matteo, junto a un grupo de corredores locales que entrenan habitualmente en el Carpegna, se hizo cargo de la organización de la carrera, porque con la anterior sociedad organizadora la prueba languidecía y cada vez participaban menos corredores. Con ilusión y tesón, han conseguido elevar el número de participantes en estos dos años en un par de centenares, y para la edición de este año serán 320 los congregados en la salida, no solo de las provincias vecinas, sino también de otras zonas de Italia.

De esa manera, varios centenares de atletas, los inscritos a la carrera más otros tantos de una prueba no competitiva, correteamos por la calle principal de Carpegna minutos antes de las 9.30 horas de la mañana, hora prevista para la salida. Contemplamos las carpas preparadas para esa fiesta del jamón, la plaza Conti de Carpegna, centro neurálgico de la localidad, y el enorme palacio de los Príncipes de Carpegna, prueba de que, aunque hoy en día la relevancia de este núcleo de población situado en la región italiana de Marche, no demasiado lejos de la República de San Marino, es muy modesta y ni siquiera alcanza los dos mil habitantes, hasta el siglo XIX se trató de un feudo muy importante y completamente independiente.

Con cinco minutos de retraso se lanza la carrera, y los pasos alegres del primer medio kilómetro terminan en cuanto se gira a la izquierda en el punto donde una señal indica la dirección hacia el llamado Cippo de Carpegna. La primera rampa ya da una idea de por qué a esta ascensión se la conoce como el pequeño Mortirolo. En esta recta larga e inmisericorde se ubica la marca del primer kilómetro, y, poco después, se atraviesa un arco conmemorativo de Pantani, aunque con recuerdos a otros ciclistas que triunfaron el Carpegna, como Eddy Merckx. Es el primer indicio de que la subida a Carpegna por esta vertiente es un auténtico museo, principalmente en homenaje al conocido como el Pirata.

Se podría decir que es en el arco donde comienza la verdadera subida, con carteles orientativos del recorrido y el primero de los 22 tornanti (curvas) numerados que nos vamos a encontrar en esta tortuosa lengua de asfalto inmersa en el bosque. El segundo kilómetro no da tregua, a mí me parece el más duro de la ascensión, con pendientes siempre entre el 10 y el 15%, y debo caminar durante algunos metros mientras me recreo con las imágenes que ofrece la carretera, adornada con carteles, dibujos y decenas de pintadas con frases de Pantani, e incluso con la reproducción de una portada de la Gazzetta dello Sport que recuerda la victoria del Tarangu Fuente en 1974. Fuente, vola ancora via!, dice el titular. Y después del kilómetro 2, una inscripción en una pared desde la que se disfruta de una soberbia panorámica recuerda que “este es el cielo del Pirata”.

Desde ese punto, la pendiente afloja algo durante dos kilómetros y se puede correr con más viveza. En el kilómetro 3 se alcanza el llamado Cippo de Carpegna, en referencia a un obelisco que se esconde a la derecha de la carretera y que Mussolini ordenó construir para honrar la muerte por leucemia de su sobrino Sandro a los veinte años. Es el último lugar al que se puede acceder en coche, ya que desde ese punto una barrera cierra el acceso a los vehículos. Y, cómo no, es otro centro de homenaje a Pantani, con una escultura de hilos de hierro entrelazados creada por un artista local y que representa al ciclista sobre su bicicleta delante de un fondo amarillo. Inmediatamente después de la barrera, un cartel celebra la fuga de Eddy Merckx en 1973 y otro la inauguración de la carretera en 1971. Desde luego, entre las rampas tan empinadas y los monumentos y carteles conmemorativos, en esta ascensión no hay lugar para el aburrimiento.

A partir de aquí, la carretera, convertida en una estrechísima pista forestal poco cuidada y donde incluso crecen algunos hierbajos, se interna en el bosque de manera más decidida, un bosque compuesto de manera prevalente por pinos negros junto a abetos rojos, cedros y robles, y artificialmente implantado en la época mussoliniana, porque antes el Carpegna era una montaña calva debido a la erosión y a su uso desmedido como pasto. La subida vuelve a endurecerse a partir del kilómetro 4, regresan los porcentajes de dos dígitos, pero el decorado no cambia, con nuevos carteles de Merckx y frases de Pantani que ya suenan a repetitivas. No será hasta la última curva, con el número 22, cuando la pendiente afloja por completo y se encaran los últimos 200 metros que darán paso a un cartel que señala el Gran Premio de la Montaña. Al lado, el último recordatorio al Pirata vestido de rosa. Y justo unos metros por encima, la cima del monte Carpegna, tomada por un conjunto de antenas y desde donde se contemplan el mar Adriático y el monte Titano, con el casco antiguo de San Marino. Es uno de los pocos lugares del mundo en los que en invierno se puede esquiar con vistas al mar.

La bajada es vertiginosa, no apta para gemelos, cuádriceps o rodillas endebles. Esta vertiente es más suave, más larga y más dulce, ideal para descender sin poner mucho freno y sentir algo parecido a un vuelo. Son algo más de nueve kilómetros que primero nos sacarán del bosque, luego nos situarán ante unas vistas magníficas sobre las lomas que dan nombre al Parque Natural del Sasso Simone e Simoncello, por donde se celebra la carrera y que engloba un conglomerado de bellos senderos de montaña bien señalizados. A falta de cuatro kilómetros se termina la magnífica pista forestal y un cruce, en el llamado passo Cantoniera, nos sitúa ante una carretera regional por donde ya circulan vehículos. Una vuelta a la civilización y un regreso al centro de Carpegna, que por esta vertiente no es salida sino llegada. Serán los kilómetros menos interesantes, pero no por ello menos rápidos que los inmediatamente anteriores.

El Carpegna, como casi todos los puertos por los que ya hemos corrido, ha representado una aventura, un viaje, una exploración. Y ha significado correr por el mismo escenario y respirar el mismo aire de un ciclista ya convertido en mito y leyenda, y cuyo recuerdo es el auténtico protagonista de la carretera, una subida casi vertical con un punto nostálgico, un verdadero santuario evocativo de tiempos pasados y, para algunos como Pantani, mucho mejores.

SOBRE EL AUTOR

Jorge González de Matauco
Autor del libro “En busca de las carreras extremas“


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