Corriendo por los puertos míticos XIII: Arrate
Por Jorge González de Matauco para carreraspopulares.com
Si hay un lugar en Europa que venera con verdadera pasión las montañas y todo tipo de actividad desarrollada en la naturaleza, esa tierra es el País Vasco. Deportes como el montañismo, el ciclismo o las carreras de montaña son extremadamente populares y cualquier evento relacionado con ellos tendrá seguramente una participación masiva. Y si nos referimos al entorno de un terreno tan quebrado como el vasco, repleto de montañas de no demasiada altitud que acogen espléndidos valles verdes abruptos y estrechos salpicados de caseríos dispersos, surgen carreteras que presentan ascensiones más bien cortas pero bien dotadas de pendientes apreciables. Jaizkibel, Orduña, Herrera y Aia son algunas de esas ascensiones. Pero posiblemente, con la excepción de Urkiola, ninguna es más célebre que la subida a Arrate.
El monte Arrate
Con sus 556 metros de altitud, es un balcón natural sobre la ciudad de Éibar. Dotado en su cima de una cruz y de un famoso santuario, Arrate es escenario de pruebas deportivas, entre las que históricamente han destacado la subida ciclista, la automovilística y la pedestre.
Las dos primeras se desarrollan por la principal vía de acceso al santuario, una carretera de 8 kilómetros ancha y bien asfaltada, con pendientes moderadas y sin curvas de relevancia. Aunque la subida ciclista alcanzó una enorme celebridad, con vencedores tan ilustres como Ocaña o Bahamontes, desapareció del calendario, como tantas otras pruebas ciclistas, por razones económicas. En la actualidad, tras la fusión de las organizaciones de la Euskal Bizikleta y la Vuelta Ciclista al País Vasco, el santuario es un final de etapa fijo en la ronda vasca.
Por su parte, la subida pedestre recorre un itinerario más secreto y desconocido, una pista de caseríos conocida como Orbe, con pendientes mucho más exigentes. Con una longitud de 5,5 kilómetros desde el centro de Éibar, la escalada propiamente dicha solo abarca los 3,8 kilómetros finales, en los que se salvan 400 metros de desnivel con una pendiente media del 11,1 % y picos de más del 20%.
Lógicamente, Éibar es la sede de la prueba, una ciudad de 27.500 habitantes volcada con su equipo de fútbol. Completamente rodeada por montes, las calles se estiran hacia las alturas, pero Éibar, más que por su aspecto estético, destaca por su animación, con plazas llenas de gente a todas horas, sobre todo de niños que aún corren y juegan al fútbol en las calles, algo que por desgracia se ha perdido en ciudades más grandes.
El día de la prueba
A las 9.30 de la mañana del domingo 13 de septiembre, en la sede del Club Deportivo Éibar, se inician las inscripciones para la 20ª edición de la subida pedestre a Arrate (Arrate Igoera), que también lleva el nombre de Memorial Simón Aldazábal, como homenaje a un atleta eibarrés fallecido en los años 40. Al formar parte del programa de fiestas de Arrate, cuyo día grande se celebra el 8 de septiembre, la inscripción es completamente gratuita, una de las peculiaridades más reseñables de la prueba, y basta con dar nombre, procedencia, número de DNI y fecha de nacimiento para formalizarla.
En esta ocasión serán 45 participantes (ninguna fémina) quienes se atreverán con la subida. La gran mayoría de ellos proceden de la propia Éibar, lo que da idea de la filosofía de la carrera, una prueba enteramente local para el disfrute de los atletas del pueblo y que recibe con agrado a los visitantes que deseen acercarse.
Puntualmente, a las 10.30 de la mañana, tras unas indicaciones en euskera y castellano, la carrera parte de la calle peatonal Toribio Etxebarría, en el mismo centro de Éibar, con cielo cubierto y una temperatura de 19 grados. La salida es extremadamente rápida, en ligero descenso que se mantiene durante un kilómetro y medio. Después, junto a la entrada al polígono industrial de Azitain, la ruta cruza un puente con unas escaleras metálicas por encima de la carretera y se interna en una estrecha pista hormigonada que inmediatamente se eleva con fuerza poniendo a prueba las piernas de los participantes. Un cartel indica que faltan cuatro kilómetros para la meta y, pese a la dura subida, aún es posible mantener un ritmo aceptable de carrera.
A falta de tres kilómetros, coincidiendo con un tramo mejor asfaltado, surge incluso un pequeño descenso que sirve para recuperar el aliento y relajar las piernas. Vale más que sea así, porque la vuelta al hormigón en los dos últimos kilómetros supone que estos sean los más duros, llenos de rampas brutales que se acercan al 25%, especialmente dos rectas tras sendas curvas muy cerradas en las que hay que caminar casi obligatoriamente. Aunque el recorrido está casi siempre cubierto por árboles, de vez en cuando permite alguna vista sobre los valles y los caseríos de la zona. Es la antesala de la meta, en las campas situadas junto al santuario. Un año más, el récord de la prueba, establecido en 2011 por Hassan Oubadi (25 minutos 02 segundos) permanece incólume, ya que el ganador, Josu Uriarte, ha quedado lejos, con 26 minutos 54 segundos.
El premio final
En la meta hay opción para ducharse y para reponer fuerzas con caldo caliente, pintxos de chorizo y carne, sidra y cerveza. Además, todo participante recibe un regalo por el mero hecho de terminar la prueba. Recordando que la inscripción ha sido gratuita y que, pese a la escasa longitud de la prueba, ha habido incluso un par de avituallamientos con agua, cabe preguntarse qué carrera da más por menos en los tiempos que corren.
Ya solo resta, antes de iniciar el descenso, deleitarse con las fenomenales vistas con que, pese a su irrelevante altitud, la cima de Arrate recompensa a sus visitantes. Un manto verde que se extiende por un relieve accidentado, con alguna panorámica sobre cimas tan conocidas como Urko y Anboto, e incluso hacia el mar por la otra vertiente.
Y quien, tras la carrera, aún se haya quedado con ganas de conocer otra ruta que conecta Arrate con Éibar, puede descender por el sendero conocido como “los pasos de la Virgen”, una agradable pista de tierra entre robles, hayas y pinos, con tres casetas de color azul que sirven como estaciones en honor a la Virgen de Arrate, quien, según una leyenda recogida en el libro Ascensiones Secretas, cuando el santuario se empezó a construir al pie de la montaña en el siglo XVI, se apareció una noche en forma de ángel para llevar los ladrillos y el mortero hasta el monte. Se ve que le gustaban las alturas. Porque aunque existan infinidad de montañas más altas, más bellas y más difíciles, ninguna se puede equiparar a Arrate como crisol de religiosidad, deporte, tradición y folclore vasco.
Más información: www.deporeibar.com
Jorge González de Matauco
Autor del libro En busca de las carreras extremas