Corriendo por los puertos míticos(XXXIV): Muro de Sormano, Italia
Por Jorge González de Matauco para carreraspopulares.com
El periodista Ander Izagirre, ganador del premio Marca de literatura deportiva por su obra Plomo en los bolsillos, calificó el muro de Sormano como “una carretera construida para castigar a los ciclistas”. No sé si el amigo Ander estaría pensando en El Señor de los Anillos cuando ideó esa frase, pero, desde una óptica de corredor, se podría afirmar que se trata de “una carretera para dominarlos a todos (ciclistas y corredores)”. Porque este pequeño Mordor de Lombardía es el lugar más apropiado para enviar a cualquier corredor de asfalto que necesite bajar un ego demasiado elevado. Aunque estrictamente hablando se trate, en efecto, de una carretera asfaltada en 1960 como fruto de una sugerencia lanzada por Angelo Testori, alcalde de Sormano, a Vincenzo Torriani, el célebre organizador, entre otras pruebas, del Giro de Italia, con el único y exclusivo fin de endurecer todavía más el Giro de Lombardía, uno de los cinco monumentos del mundo de las clásicas ciclistas. Lo que consiguió fue que la mayoría de los corredores tuvieran que echar pie a tierra o fueran empujados por los aficionados.
Muchas son las sorpresas que encierra el intento de correr a lo largo del recorrido de esta auténtica pared de 1,7 kilómetros. Claro que primero habrá que acceder a él después de dejar atrás la localidad de Sormano y tomar un desvío a la izquierda bien señalizado para encarar un brevísimo descenso y cruzar un puente sobre un torrente. Inmediatamente el corredor se sitúa ante una línea continua que atraviesa y marca perfectamente el inicio de la subida. Y entonces se descubre la primera de las sorpresas, con la altitud de 825 metros pintada sobre la calzada, y a continuación lo mismo ocurre con cada metro de altitud que se va salvando, como si fuera una condena que recuerda la tortura a cada paso.
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La carretera va ascendiendo en medio del bosque, cercada por bandas de metal sostenidas en postes de madera. Al principio uno se concentra en correr y mantiene el ritmo voluntariosamente, pero no pasará mucho tiempo antes de que las piernas y los pulmones digan basta y se deba subir caminando o, más bien, arrastrándose. Pronto llega la segunda de las sorpresas en forma de pintadas que recuerdan frases célebres de algunos de los ciclistas que soportaron este suplicio, y también con los tiempos que emplearon en la ascensión. Son pintadas muy aparatosas y, dada la lentitud con la que todo se desarrolla, casi podría dar tiempo a leerlas, pero uno no está para muchas reflexiones. También se supera una barrera que impide el paso a los vehículos a motor. Porque esa otra de las grandes y agradables características del muro de Sormano: está absolutamente cerrado al tráfico. Aquí peatones y ciclistas pueden ejercer un poder absoluto.
954, 955, 956, 957... Al fondo se ve una curva de herradura. Dicen que hay cuatro en todo el trayecto, pero es fácil que esta sea la que más destaca. Porque da paso a un cambio de escenario. El bosque desaparece y permite amplias vistas sobre montañas y colinas de formas curiosas que rodean el pueblo de Sormano, que ya se ve abajo difuminado por los contrastes de la luz solar. Llega una larga e inmisericorde recta con nuevas pintadas hasta alcanzar otra curva, que ya será la última. El último esfuerzo llega hasta los 1.107 metros de altitud, el último número pintado, y el paso de la otra barrera que impide la circulación de automóviles. Ahí ya la pendiente afloja para concluir, un centenar de metros más adelante, en el verdadero final: la conexión con la carretera provincial en la aldea de Colma de Sormano, a 1.124 metros. Miro el tiempo y es ridículo, 18 minutos 34 segundos para 1,7 kilómetros. Una media de casi once minutos por kilómetro. Como escribí al principio, la pendiente media del 12% y máxima del 25% sirve para bajar los humos al más pintado.
En cualquier caso, el muro de Sormano es duro, realmente muy duro. Pero correr poco más de kilómetro y medio sabe a poco a cualquier corredor, así que ahora me dispongo a regresar a Bellagio por una ruta de trail conocida como la Dorsale del triángulo lariano, que no necesita traducción. El recorrido completo, de 30 kilómetros, se extiende entre Como y Bellagio, y Colma de Sormano se encuentra justamente en el punto medio. Desde Colma tomo la carretera provincial a la derecha, y apenas en unos metros encuentro el desvío a la izquierda hacia el camino que ya no dejaré hasta Bellagio.
Un camino con varias recompensas. La primera es la subida hasta el refugio Alpe di Terra Biotta, donde podríamos pensar que estamos en Canadá o Nueva Zelanda por las indescriptibles vistas sobre el lago de Como rodeado de cordilleras nevadas. Desde aquí, una rama del camino dirige hacia el monte San Primo, el más importante de la zona, y toda la cresta de los montes vecinos, pero hay nieve y agua y no llevo calzado adecuado. Además, tampoco tengo tiempo más que para recorrer el camino más corto, que, a partir de esa intersección de senderos, inicia el descenso hacia tierras más bajas. Así que atravesaré carreteras rurales y veredas por deliciosos bosques de castaños llenos de hojas caídas, y vertiginosos caminos mulettieros de descenso no tan agradables y más traidores, con montones de piedras escondidas entre las hojas. Tampoco me libraré de alguna confusión con los señales, afortunadamente solventada sin perder excesivo tiempo.
Al final empleo casi cuatro horas de carrera y caminata para cubrir esta ruta por las montañas de la dorsal del triángulo lariano, un complemento ideal para cualquier curioso que desee descubrir el histórico muro de Sormano. Un final de primera categoría para la incursión en las maravillas del lago de Como.