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Guía del corredor novato: la sonrisa, siempre puesta

Por Mario Trota para carreraspopulares.com
Correr nos hace sentir alegres y disfrutar del momento
Correr nos hace sentir alegres y disfrutar del momento

Corremos porque nos hace felices. Eso no admite discusión. Puedes empezar porque quieres adelgazar, estar sano, ponerte en forma, pasar un rato con gente o simplemente desconectar del trabajo y las preocupaciones de la vida diaria durante un rato. Pero, al final, eso siempre nos genera una gran satisfacción y poco a poco nos va reportando felicidad.

Y si la felicidad es un estado de ánimo positivo y alegre, ¿por qué no vamos a sonreír cuando hay algo que nos hace sentir bien? Correr con la sonrisa puesta, de hecho, hará que ese sentimiento se amplifique.

Dejemos a un lado los beneficios fisiológicos y de rendimiento. Seguro que muchos de los que leéis esto estáis al corriente de alguna investigación de cierta universidad anglosajona que dice que correr sonriendo provoca una mejor economía de carrera y nos ayuda a respirar mejor. Que gastamos menos oxígeno. Pero esa no debería ser la principal razón para sonreír cuando corremos.

Tampoco vamos a tomar como referencia la sonrisa más famosa del atletismo, cuyo propietario es el mejor maratoniano de la historia: Eliud Kipchoge. Está claro que conoce los beneficios de sonreír, pero lo que parece demostrar es que disfruta al máximo con lo que hace, aunque vaya a ritmo de récord del mundo.

Sonreír debería surgir de forma natural cuando corremos
Sonreír debería surgir de forma natural cuando corremos

Nos gusta correr

La principal razón por la que debemos sonreír cuando corremos es porque el simple acto de correr nos debe provoca esa reacción. Está claro que es complicado dibujar una sonrisa en nuestra cara cuando vamos a tope en una carrera porque queremos bajar nuestra marca. O cuando estamos haciendo unas series en un entrenamiento.

En esos casos, el rostro se deforma, se genera un estado de sufrimiento que expresamos frunciendo el ceño, apretando los dientes y mostrando cara de tensión y esfuerzo. Pero cuando acabamos el entrenamiento o acabamos la carrera, siempre, y digo SIEMPRE, tendremos motivos para sonreír. Aunque la carrera no haya salido como esperábamos. Porque habremos dado lo mejor de nosotros y debemos estar satisfechos.

Lo mejor, en todo caso, es que la sonrisa salga sola. Casi sin darte cuenta. Y si no, haz la prueba la próxima vez. Sal a rodar sin más pretensión que la de pasar un buen rato y disfrutar de la sesión, de los caminos o calles por los que pasas, de lo que ven tus ojos y lo que siente tu piel.

Déjate llevar por tus piernas y no mires el reloj. Contempla lo que te rodea y sé consciente de todo lo que te da correr: esa sensación de libertad, el movimiento suave y armónico, el viento en tu cara y tu mente despejada. Cuando llegue a ese estado de placer que sólo te da correr, fíjate bien: seguro que estarás sonriendo.

SOBRE EL AUTOR

Mario Trota
Corredor popular


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