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Corriendo por los puertos míticos (X): Alpe d´Huez, Francia

Por Jorge González de Matauco para carreraspopulares.com

Cuando escuchamos el nombre de Alpe d´Huez, surge en nuestra cabeza una instantánea asociación de ideas con el Tour de Francia. Porque el hecho de que esta subida se haya convertido en la más famosa de los Alpes se debe en exclusiva a la carrera ciclista más grandiosa del mundo y, en particular, a las retransmisiones televisivas de los finales de etapa. Así que, aun siendo este un artículo para atletas, será inevitable alguna referencia al ciclismo. Basta saber, por ahora, que Alpe d´Huez inauguró en el ya lejano 1952 los finales de etapa en el Tour de Francia, y que la carrera no volvió a esta cima hasta 1976. A partir de entonces se convirtió en cita habitual y decisiva para la conquista del maillot amarillo, y los aficionados han sido testigos de duelos espectaculares y batallas sonadas a lo largo de los trece kilómetros de ascensión.

Y es que habrá que comenzar diciendo que para los atletas Alpe d´Huez no deja de ser territorio comanche, pues en un día normal de verano la calzada se halla copada por una interminable procesión de ciclistas que, con bicicletas de todo tipo, pugnan por superar las pendientes. Si admitimos que cada deporte tiene sus escenarios míticos, subir corriendo a Alpe d´Huez representaría algo así como una invasión perpetrada por espíritus amantes de llevar la contraria. Sin embargo, al menos un día (o unas horas) al año, la subida a Alpe d´Huez soporta mayor concentración de atletas que de ciclistas, y esto es así como consecuencia de la Alpe d´Huez 21, una prueba con solera que el pasado 15 de agosto celebró su 31ª edición, demostrando que, para quien usa únicamente sus piernas para llegar más rápido y más lejos, no hay territorios imposibles ni prohibidos.


Arranca la jornada

A las ocho y media de la mañana de un día frío y desapacible, dos autobuses parten de la plaza Paganon de Alpe d´Huez para descender a los atletas que lo necesiten hasta el punto de salida de la prueba, situado en un área recreativa junto a la rotonda que da acceso a la carretera de Alpe d´Huez, apenas a 700 metros del llamado kilómetro cero, en el puente de la Ferrière, donde comienza la subida. Aún se admiten inscripciones y ya calientan los participantes en la marcha atlética, que saldrán media hora antes que los corredores. Por delante esperan 13,8 kilómetros con un desnivel positivo de 1100 metros y una pendiente media del 8,2%.


A las diez de la mañana, con la emoción propia de transitar por un paraje tantas veces visto por televisión, los 195 inscritos iniciamos el peregrinaje hacia la estación de esquí. Y en ese kilómetro cero encontramos ya una primera rampa inmisericorde del 14%. Lo más duro de la ascensión es precisamente el inicio, los tres primeros kilómetros para ser más exactos, lo cual no deja de ser una bendición porque a esas alturas la eficacia de piernas y pulmones es plena. Y muy pronto llegamos a la primera de las famosas 21 curvas de Alpe d´Huez, que representan quizá la mayor peculiaridad de la carretera. Porque en Alpe d´Huez los kilómetros no están marcados (tampoco la organización lo ha hecho), sino que lo que está numerado son las curvas. Cada una posee un cartel con su número y con uno (o dos) ganadores de la correspondiente etapa del Tour, una idea que Georges Rajon, el hotelero más conocido de Alpe d´Huez, copió del puerto de Vrsic, en Eslovenia. El caso es que, como la distribución de las curvas no es regular, sino que surgen con más frecuencia en la primera fase de la subida, uno no sabe muy bien cuánto le falta para la meta. Además de ello, las curvas significan una oportunidad para relajar las piernas porque, a diferencia de otros puertos, en los virajes la pendiente afloja y es al salir de ellos cuando las rampas se disparan hacia arriba y ponen en aprietos al atleta. Lo cierto es que, gracias a esas curvas, la ascensión no resulta en absoluto monótona. Al revés, resulta amena, porque no hay rectas largas, y las abundantes vistas sobre el valle de la Romanche, con la localidad de Bourg d´Oisans y la montaña de Pregentil en primer término, sirven como motivo de distracción.

Así cubrimos esos tres primeros kilómetros y llegamos al minúsculo pueblecito de La Garde, donde la pendiente parece aflojar ligeramente. Pero es una impresión falsa porque la subida es muy constante y a unos metros casi llanos les sucede inmediatamente una rampa descomunal. De nuevo hay que buscar otra escapatoria para la mente, porque el Alpe d´Huez es un museo al aire libre. La carretera está repleta de nombres de ciclistas, algunos conocidos y otros no tanto. Pantani tiene su pintada propia en la primera curva, la 21, y el portugués Agostinho es homenajeado con una placa en la curva 14. Así van pasando los kilómetros, o más bien las curvas. La 9 supone exactamente la mitad de la ascensión. Y es allí donde penetramos directamente en una nube, la niebla impide toda visión y comienza a llover con insistencia. Ahora, a la dificultad de la subida habrá que añadir la de la lluvia. Y también el paso de los coches, porque la circulación no está interrumpida y el tráfico puede hacerse algo molesto.

Curva 7

Es la más famosa del Alpe d´Huez, la llamada curva de los holandeses. Holanda es un país completamente plano y sus habitantes han hecho del Alpe d´Huez su montaña nacional. Es el lugar donde más aficionados se concentran durante la etapa del Tour (el Alpe d´Huez se ha comparado con Maracaná), pero hoy simplemente es el sitio elegido para el segundo avituallamiento, junto a la hermosa iglesia de Saint Ferriol y las omnipresentes pintadas de color naranja en el asfalto. Por haber pasado antes en autobús conozco que desde aquí se disfruta de la que tal vez es la mejor panorámica de la ascensión, con vistas hacia abajo, hacia Bourg d´Oisans, y hacia arriba, el pueblo de Huez y los bloques de edificios de la estación de esquí. Pero ahora no se ve absolutamente nada. La niebla se ha hecho dueña de la situación. Casi mejor, así no podremos ser conscientes de todo lo que nos queda.

Sin embargo, tras ganar altitud y pasar por Huez y sus pintorescas casas de madera, salimos de la nube y la niebla desaparece, al tiempo que cesa la lluvia. Por el contrario, arrecia un viento frío que ralentiza la marcha y desploma la sensación térmica. Ascendemos ya entre praderas, a diferencia de lo que ocurría en la primera parte, cuando la carretera estaba prácticamente excavada en la roca. Eso permite que en las últimas curvas se desplieguen amplias panorámicas sobre la calzada. Justo en la curva 2 se encuentra el cartel de entrada en Alpe d´Huez y los primeros edificios aislados.

Tras la curva 1 se sucede otra rampa considerable, pero quien ha llegado corriendo hasta aquí sabe que solo necesita un esfuerzo más para conseguir el reto de llegar al final sin tener que caminar, que al fin y al cabo es el objetivo más claro que uno puede tener en este tipo de pruebas en el que no tiene referencias de tiempos. Por fin se entra en el barrio antiguo de la estación invernal por la Route d´Huez, con edificios de madera en los que se agolpan restaurantes, bares, hoteles y tiendas de ciclismo. La carrera sigue exactamente el recorrido de la etapa del Tour. La pendiente se suaviza algo al paso por la plaza Paganon, sede de la oficina de información turística, luego atraviesa un túnel por debajo de los remontes para los esquiadores, y sigue por la Route de la Poste hasta llegar a una inesperada sorpresa: una curva marcada con el número 0. Parece entonces que habría que corregir todos los libros, ya que más que 21 son 22 curvas. La Route du Signal es el final de la subida, y una pequeña decepción para los mitómanos entre los que me incluyo, puesto que aquí la carrera pedestre se separa del Tour. La primera desciende cien metros para encontrar la meta en la llamada avenue des Jeux, mientras la prueba ciclista seguiría varios centenares de metros más hasta la llegada en la famosa avenida Rif Nel. En la meta llueve de nuevo y la temperatura no sube de diez grados. Unas condiciones realmente otoñales para esta carrera alpina.


El mito del ciclismo

Alpe d´Huez no es ni de lejos la ascensión más dura de los Alpes, ni tampoco la más larga o la más bella. Lo cierto es que, si no fuera por el Tour, Alpe d´Huez no dejaría de ser una buena carretera que desde 1935 da acceso a una de tantas estaciones de esquí estéticamente de lo más insulsas. Pero gracias al ciclismo ha adquirido esa condición de mítica, de una teatralidad que se ha calificado de hollywoodiense, que también pueden disfrutar los atletas en esta Alpe d´Huez 21, una carrera ideal para ser completada corriendo en todo momento y realmente amena y enriquecedora para todo aquel que no se limite a correr, sino que lo haga con los ojos bien abiertos. Una interesante curiosidad surge al comparar el tiempo del vencedor (1 hora 3 minutos 3 segundos) con el récord del gran Marco Pantani (37 minutos 35 segundos). La entrega de trofeos y un sorteo de material muy generoso pusieron fin a los actos de la 31ª edición de la Alpe d´Huez 21.

El corredor que acuda a esta o a otras pruebas, la mayoría de trail running, que se disputan en el mismo entorno podrá disfrutar de otras maravillas de la zona, como la desolada ruta pastoral de la Sarenne, de una rústica belleza, el enclave de Brandes, con su pasado minero, o el teleférico del Pic Blanc, en las majestuosas Grandes Rousses, que conduce, hablando de esquí, a la pista negra más larga del mundo y a un espectáculo impactante donde la vista se pierde en un mar de montañas dominado por las abruptas siluetas de las Aiguilles d´Arves y el Grand Pic de la Meije. Carreras por asfalto, carreras por montaña, ciclismo de carretera y de montaña, esquí o grandes paisajes. Con todo ese bagaje se comprende bien el magnetismo sin parangón que despliega Alpe d´Huez, que presume en un eslogan de ser la isla del sol, aunque ya hemos visto que eso no siempre está asegurado.

Más información: Alpe d´Huez


Jorge González de Matauco
Autor del libro En busca de las montañas sagradas

SOBRE EL AUTOR

Jorge González de Matauco
Autor del libro “En busca de las carreras extremas“


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