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Corriendo por los puertos míticos (XI): Aubisque, Francia

Por Jorge González de Matauco para carreraspopulares.com

Geográfica e históricamente siempre a la sombra del Tourmalet, su hermano mayor, el Aubisque es un puerto al que, en apariencia, la condición de segundón le vendría como anillo al dedo. Algo así como un Poulidor de los cols franceses. Menos alto, menos famoso y menos transitado que su renombrado vecino, y segundo, cómo no, en número de apariciones en el Tour de Francia, solo superado por ese inevitable Tourmalet.

Sin embargo, el Aubisque entró en la leyenda de la prueba francesa en 1910 al mismo tiempo que el Tourmalet, en la primera gran etapa pirenaica de la historia de la carrera, cuando el ganador Octave Lapize llamó asesinos a los organizadores tras coronar este puerto del Aubisque, cuya existencia debemos al capricho de una mujer, la emperatriz Eugenia, esposa de Napoleón III, que deseaba establecer una conexión entre las villas termales de Eaux-Bonnes y del valle de Argelès Gazost con el fin de facilitar los viajes de placer. Aunque, a pesar de toda su historia anterior, esta ruta termal no fue realmente más que un camino de cabras hasta aproximadamente 1930, cuando se integró en la red nacional de carreteras francesas.

El caso es que si hablamos de carreras pedestres, el Aubisque es el puerto mítico por excelencia de los Pirineos, sin rival alguno. La montée de l´Aubisque (subida al Aubisque) es una carrera célebre en el país vecino y alguna vez ha sido incluida en el programa de la copa de Francia de carreras por montaña, algo que reúne mucho más mérito si tenemos en cuenta que discurre íntegramente por terreno asfaltado. Actualmente la montée de l´Aubisque se incluye dentro de un circuito de cuatro carreras que componen la llamada Challenge d´Ossau. La 28ª edición de la montée de l´Aubisque se disputó el pasado 23 de agosto. A las ocho y media de la mañana partían los 466 inscritos, con el reto de batir el récord establecido en 2008 por Said Jandari con un tiempo de 1 hora 16 minutos 34 segundos, para cubrir los 18,700 kilómetros que constituyen la carrera, con un desnivel positivo de 1.207 metros y una pendiente media del 6,92%.

La salida

El punto de salida y centro neurálgico de la prueba es la localidad de Laruns (525 metros de altitud), un hermoso y apacible pueblo pirenaico que presume de especialidades culinarias como la garbure (una sopa vegetal) y dominado por el majestuoso Pic de Ger. Con sus poco más de 1.000 habitantes e inmersa en el bucólico valle de Ossau y en la región de Béarn, fronteriza con Aragón y el País Vasco francés, Laruns es un excelente punto de inicio de excursiones por las montañas. Pero a la hora de la salida de la carrera esas montañas quedan ocultas por una tupida masa nubosa que no hace presagiar nada bueno. Al menos no hace frío, el termómetro marca 16 grados.

Tras un breve callejeo por Laruns, atravesando su bonita plaza central, un par de kilómetros llanos nos ubican ante las rampas iniciales del Aubisque, marcadas por una primera curva de herradura. Esos kilómetros inaugurales del Aubisque son los más benignos, la pendiente raramente alcanza el 6% y están caracterizados por unas vistas excepcionales hacia Laruns y por un recorrido umbrío, donde destacan los gigantescos cedros, regalo de la ya citada emperatriz Eugenia y que sirven para aportar sombra a la ruta en días de sol, que ni remotamente es nuestro caso, ya que, aunque aún no llueve, el ambiente está cargado de humedad. Ya desde el principio se comprueba también que se trata de un puerto que no posee demasiadas curvas (solo once, según los libros). Este primer tramo en el que es posible mantener un buen ritmo de carrera finaliza en el kilómetro 6, al paso por la estación termal de Eaux-Bonnes, con edificios que denotan un pasado ilustre.

Aumentan las rampas y llega la lluvia

Tras dejar atrás Eaux-Bonnes, el perfil muestra rampas más abruptas hasta llegar en el kilómetro 8 a una señal que marca una pendiente del 13%. Y al poco de superarla, la tímida lluvia que ya nos acompañaba se convierte en una torrencial cortina de agua ante la que no hay refugio posible. El diluvio nos acompañará durante cuatro kilómetros, a lo largo de los cuales correr se convierte simplemente en un sistema de mantener el calor en el cuerpo, en la medida de lo posible. Por la carretera corren ríos de agua y resulta aún más complicado sostener el ritmo por la crudeza de las rampas, que han aumentado su intensidad y ya oscilarán entre el 8 y el 10% hasta la cumbre. El paso por un par de túneles contra las avalanchas sirve de efímera protección contra el aguacero. Por fortuna, cuando me encuentro cerca de otro antiguo túnel para parar las avalanchas, el cielo se aclara mínimamente y el chaparrón decae hasta convertirse en un sirimiri menos molesto.

La estación de esquí de Gourette nos recibe envuelta en la niebla. En un día soleado, Gourette es el centro de un asombroso circo de montañas calcáreas entre las que se encuentran el Pènemédaa, el Pène Sarriére o el propio Pic de Ger, pero hoy nada se extiende a la vista, más allá de unas figuras fantasmales que corren entre la niebla que oculta incluso los edificios. Desde Gourette solo faltan cuatro kilómetros, primero en terreno arbolado y luego ya en praderas más que nada virtuales, porque, aunque la lluvia ha amainado, la niebla se hace incluso más densa e impide la visión del hotel de las Crestas Blancas, a 2 kms de la meta. A pesar de ello, varias curvas de herradura permiten enlazar algunas vistas sobre la carretera a medida que esta busca la cumbre del puerto, a 1.709 metros de altitud, junto a unas bicicletas gigantes y al hotel d´Aubisque. En la cima es grande la satisfacción que causa realizar una subida como esta sin parar de correr, superando incluso las inclemencias de un tiempo húmedo y frío, más acentuado en la meta con una temperatura inferior a diez grados.

Es obligado citar la excelente organización. Para empezar, la carretera está cortada al tráfico todo el tiempo que dura la carrera, salvo para vehículos de la propia organización, lo que permite al corredor circular con tranquilidad y acortar en las curvas si lo estima necesario. Para continuar, los kilómetros están marcados con precisión, aparte de la señalización propia de la carretera, habitual en Francia, que cada kilómetro informa de la altitud y el desnivel. Y para terminar el traslado de los corredores desde la cima del Aubisque hasta Laruns es modélico, extremadamente rápido y con suficientes autobuses preparados a esos efectos. Ya en Laruns una ceremonia de entrega de premios larga y tediosa dio paso a la sorpresa final: el canto del himno al Aubisque por parte del animador.

La propia organización afirmó que era la primera vez en 28 años que la montée de l´Aubisque se había visto afectada por la lluvia y la niebla. Pero lo cierto es que, más allá de que el tiempo haya dado la razón a aquellos que califican al Aubisque como un puerto oscuro con un clima frío o a los que, como el periodista Philippe Bouvet, afirman que “el Aubisque suele tener el ceño fruncido, quizá porque no alcanzar la barrera de los 2.000 metros le ha creado algún complejo”, para los corredores el Aubisque es un puerto agradecido cuyas rampas, aun siendo de consideración, permiten mantener un ritmo de carrera continuo sin necesidad de recurrir a caminar y con una cima dotada de inmejorables vistas sobre montañas calcáreas y valles cubiertos de un verde inmaculado. Además, hay que añadir que la otra vertiente del Aubisque muestra un rostro aún más espectacular, atravesando el famoso circo de Litor. Porque un puerto, una carretera, una montaña, que goza hasta de un himno compuesto en su honor no puede ser calificado de otra manera que no sea la de mítico, aunque tenga que lidiar con un vecino tan insoportablemente perfecto como el Tourmalet, que acapara todas las admiraciones y todos los elogios.

Más información: Aquí
Jorge González de Matauco, autor del libro En busca de las carreras extremas

Fotografías: Organización y Jorge González de Matauco

SOBRE EL AUTOR

Jorge González de Matauco
Autor del libro “En busca de las carreras extremas“


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