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Corriendo por los Puertos Míticos(47): Braus, Francia

Por Jorge González de Matauco para carreraspopulares.com

Piense el lector cuáles son las razones que le han llevado a participar en una carrera. Seguro que son muchas y variadas: el ambiente de una prueba con una gran participación, la tradición y la solera de los recorridos urbanos, la belleza de un recorrido por paisajes imponentes, el exotismo de lugares que pertenecen a otros países y culturas... En el caso que nos ocupa fue una simple fotografía la que me llevó al col de Braus. Una tarjeta postal del año 1905 que pude ver fotografiada en un libro y que reproducía una carretera en la que se sucedían las curvas de herradura con una simetría casi perfecta. Poco después descubrí que existía una carrera que ascendía por aquellas curvas, así que la apunté para hacerla formar parte de mi calendario atlético.

Las carreteras más célebres de la costa Azul son las tres cornisas que conectan Niza con Montecarlo. Por encima de todas ellas, la carretera que atraviesa el col de Braus se adentra hacia el interior para servir de conexión entre el mar Mediterráneo y las montañas de los Alpes Marítimos, atravesando a su paso localidades pintorescas como l’Escarene, de apariencia mediterránea pero que se estira hacia las alturas de los montes contiguos. Ha sido el rally de Montecarlo, una de las pruebas automovilísticas de mayor prestigio, quien ha proporcionado máxima celebridad al col de Braus, así como a su vecino y hermano mayor, el col de Turini. Las revueltas de estos dos puertos suponen uno de los platos más fuertes de la competición, que se disputa anualmente en el mes de enero, con las calzadas normalmente heladas o nevadas, convertidas en pistas de patinaje para los vehículos.

Hasta hace unos años se celebraba también una carrera pedestre en el col de Turini, la Sospel-Moulinet-Turini, pero, tras su desaparición, la ascensión al col de Braus ha quedado como la carrera de mayor nivel que se celebra en el entorno, siempre refiriéndonos a terreno asfaltado. Con 9 kilómetros de distancia y 570 metros de desnivel positivo, la prueba parte de la aldea de Touet de l´Escarene y finaliza en la cima del col de Braus, a 1.002 metros de altitud.

Pese a que Niza sigue empeñada en confirmar los tópicos que la señalan como una ciudad demasiado cara, demasiado elegante y demasiado chovinista, la opción más lógica para la participación en la carrera consiste en alojarse allí y desplazarse en un impoluto y reluciente tren de cercanías hasta el punto de salida, en apenas cuarenta minutos.

Touet de l´Escarene es un minúsculo pueblo ubicado estratégica y escalonadamente sobre la ladera de una montaña. Apenas destacan unas cuantas casas, una iglesia del siglo XVI y una placita donde se reparten los dorsales. La salida se encuentra aún más abajo, en el fondo del pueblo, junto a la estación de ferrocarril. Así que, pese a que el inicio es muy rápido, el primer kilómetro se convierte en uno de los más exigentes de todo el recorrido. Al alcanzar ya la carretera principal, la pendiente suaviza y muestra un entorno de típica montaña caliza mediterránea, con barrancos, bosques en las zonas bajas y roca pelada en la parte superior. La carretera no está cerrada al tráfico, pero pasan muy pocos vehículos, probablemente la mayoría relacionados con la carrera. El recorrido es ideal para correr, sin grandes rampas que rompan el ritmo.

Es a partir del kilómetro cuatro cuando comienza lo más característico de la ascensión: una sucesión continuada de curvas de herradura que convierten el trazado en algo sumamente divertido, a diferencia de otros puertos en los que predominan las curvas. Justo en el kilómetro siete y después de unos cientos de metros donde la pendiente alcanza los dos dígitos, el tramo más duro del puerto, se sitúa el primero de los dos miradores que permiten contemplar toda la ascensión, con esa simétrica sucesión de curvas que vi en la tarjeta postal de 1905. Como prueban el Stelvio, la Transfagarasan, el San Gotardo y ahora el col de Braus, no hay nada que pueda mejorar una panorámica de montaña que un despliegue ininterrumpido de revueltas. Al ir más lento, el corredor todavía disfruta más de la vista que el ciclista, y no digamos que el motociclista o automovilista. Todas estas carreteras son impresionantes obras de ingeniería civil, pero también sirven para, a modo de recompensa, lograr que el esfuerzo sea visible y merezca la pena, más aún combinado con un paisaje destacable.

Un cambio de vertiente es el prólogo del último kilómetro y de la meta, en un desvío por una pista que en cincuenta metros conduce a la llegada. Muy cerca hay que rendir homenaje al monumento a René Vietto, el mejor escalador ciclista de los años 30, que hizo del col de Braus el escenario de sus mejores demarrajes. Por eso, ese monumento situado en la cima guarda incluso las cenizas del protagonista.

Cuando el autobús que desciende a los corredores de vuelta hacia Touet de l´Escarene tiene que maniobrar varias veces para salvar algunas de las vertiginosas curvas del col de Braus, queda meridianamente claro por qué se ha convertido en uno de los tramos más emocionantes del mítico rally de Montecarlo y de esas montañas situadas en tierra de nadie, entre las imponentes montañas alpinas y la dulzura de las aguas mediterráneas.

SOBRE EL AUTOR

Jorge González de Matauco
Autor del libro “En busca de las carreras extremas“


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