Corriendo por los puertos míticos(XXXII): Monte Farinha, Portugal
Por Jorge González de Matauco para carreraspopulares.com
Siguiendo con la filosofía de la serie, consistente en correr por subidas situadas en diferentes contextos geográficos, hoy nos acercamos a Portugal, un país vecino pero tal vez por eso bastante desconocido en lo que a sus montañas se refiere. Aunque el alto de Torre, con sus 1.993 metros de altitud, es el punto más alto de Portugal al que se puede llegar por carretera, existe dentro de ese territorio una montaña mucho más bella, sencilla y emblemática, una montaña cónica que despierta la fascinación que siempre ha levantado ese tipo de montañas entre los deportistas, ya sean alpinistas, ciclistas, corredores de montaña o simples caminantes. Si además ese lugar aglutina todo tipo de leyendas patrióticas y religiosas, es un foco de peregrinación, posee una carretera con rampas de innegable dureza y está enclavado fuera de los focos turísticos más habituales de la geografía lusitana, podemos concluir que reúne todos los requisitos necesarios para atraer no solo a peregrinos, sino a practicantes de cualquier deporte al aire libre. Estamos hablando del monte Farinha (940 metros de altitud), también conocido como Nossa Senhora da Graça por el santuario ubicado en su cumbre.
Situada a unos 90 kilómetros de Oporto, la localidad de Mondim da Basto (210 metros de altitud) se encuentra al pie de la subida. Quien llega por la noche, como fue mi caso, no tiene la oportunidad de comprobar de qué manera tan contundente el monte Farinha domina toda la zona circundante. Porque ya se salga de Mondim da Basto hacia el este, hacia el oeste, hacia el sur o hacia el norte, la silueta del Farinha y su santuario se convierte en el elemento geográfico más destacado de la región. Por ese rasgo, aunque a menudo se ha bautizado al Farinha como el Alpe d´Huez portugués, a mí me recuerda mucho más al Puy de Dome, otra montaña cónica que tiene una presencia casi omnipresente desde cualquier punto de las cercanías.
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Según expone el periodista Daniel Friebe en su libro Ascensiones Secretas, el monte Farinha, literalmente el monte Harina, adquirió su nombre en algún momento entre 711 y 1249, la época de la dominación musulmana sobre la mayor parte de Portugal. Ocurrió un día que una cuadrilla de musulmanes persiguió a un humilde molinero ambulante hasta las afueras de Mondim. El hombre quedó a merced de los golpes de los musulmanes cuando cayó de su burro, que había tropezado con una piedra, y los agresores lo molieron a palos hasta la muerte. Una mujer que el molinero había encontrado en el camino y a la que había invitado a subir al carro para protegerla del sol y el calor parecía condenada a sufrir el mismo destino cuando pidió y obtuvo el milagro de que las rocas se abrieran y dejaran al descubierto una gruta secreta donde la mujer se refugió, mientras los musulmanes huían espantados por el milagro. Por su parte, el molino iba expandiendo las bolsas de grano que habían caído del carro accidentado. En poco tiempo una montaña de harina se alzaba sobre Mondim. Había nacido el monte Farinha. El pueblo atribuyó el milagro a la Virgen y, como agradecimiento, construyó una capilla en la cumbre del monte.
Después de conocer las leyendas que adornan el monte es hora de centrarse en la descripción de la subida. El día es soleado, aunque a las nueve de la mañana todavía hace una temperatura fresca, 10 grados. En esta ocasión, la orientación es muy sencilla. Al final de la avenida de Igreja hay una rotonda, con una indicación de que se debe seguir recto por la carretera nacional, ya con la vista puesta en la pirámide del Farinha. Son 2,4 los kilómetros de falso llano que hay que recorrer por esa vía. Unos kilómetros que solo
se pueden calificar de desagradables para el corredor, llenos de obras y con un tráfico peligroso. Por fortuna, al alcanzar el cruce a la derecha que conduce al santuario, el panorama cambia por completo. El tráfico es completamente inexistente y apenas me cruzaré ya coches en toda la subida. Aunque la primera cuesta es de consideración luego afloja, y esa es la tónica que se seguirá hasta el final. A tramos de rampas fuertes les suceden otros de descanso. Así, se puede ir corriendo con continuidad, sin más exigencia que una buena dosis de fuerza de voluntad.
En estos primeros compases el paisaje no es para nada remarcable. Se va dejando a la derecha sucesivamente una zona recreativa, una explotación de granito, el yacimiento arqueológico de Castroeiro y un club de motos. Los márgenes se cubren de bosques frondosos de eucaliptus, acebos, robles y pinos que no permiten demasiadas vistas. Y sobre todo, pintadas, muchas pintadas de ánimo en la calzada, que uno supone que serán para los participantes en pruebas deportivas locales.
Todo eso cambia cuando faltan cuatro kilómetros para la cima. La carretera va envolviendo la montaña como si hubiese sido delineada en un dibujo infantil. Los pinos se han quedado como única vegetación y las panorámicas se abren dejando ver un paisaje ondulado de suaves colinas y montañas que recuerda mucho al de Galicia, quizás algo menos verde. A un kilómetro del final se llega al paraje denominado Largo San Tiago, con una curiosa y mínima estatua del santo sobre un bloque de piedra. El final se hace agotador, quizá porque el sol ya calienta con fuerza o tal vez sean las ganas de terminar. La recompensa, la fachada de granito de la iglesia de Nossa Senhora da Graça, cuya construcción finalizó en 1758, a partir de las ruinas del modelo anterior.
Desde el aparcamiento o, mejor aún, desde la terraza del santuario, las vistas, ahora sí, son impresionantes. Como decía antes, el monte Farinha se parece al Puy de Dôme, no solo por su forma, sino por ese aplastante dominio que ejerce sobre toda la región circundante, y así las panorámicas abarcan kilómetros y kilómetros de distancia. Es día de labor y no hay absolutamente nadie, el restaurante y la tienda de recuerdos están cerrados. Para no repetir el mismo camino elijo descender por un sendero empedrado con grandes lajas que va atravesando tres capillas con esculturas policromadas dignas de ver.
De vuelta a Mondim da Basto dedico el resto del día a conocer mejor la localidad y la región, ya olvidándome de las zapatillas. Mondim da Basto no es un lugar turístico en absoluto. Más bien al contrario, desprende el sabor añejo de sus barberías y sus balconcitos de hierro forjado, la paz representada por multitud de gatos que no han de temer a ningún predador y el civismo de un lugar donde las cabinas telefónicas aún funcionan y no han sido asaltadas por ningún vándalo. Por todo eso es por lo que merece la pena descubrir ese Portugal sencillo, sosegado y nada pretencioso. Y también los extraordinarios parajes del cercano Parque Nacional de Alvao, con sus pueblos fantasmagóricos que representan un viaje al pasado, colgados de laderas y sumergidos en los valles, con casas de piedra casi derruidas, con cruceiros y hórreos idénticos a los gallegos, con calles empedradas de absoluta tranquilidad y adornadas con motivos religiosos. Un retorno a las esencias rurales que espera al visitante del monte Farinha. Y para los más aventureros, no está de más recordar que en este entorno se disputa una de las carreras de montaña más conocidas de Portugal, el llamado Ultra Trail Serra do Alvao, con un recorrido de 30 kilómetros en su última edición.