30 series de 200. ¡Mi entrenador está loco!
Por Mario Trota para carreraspopulares.com
Soy un corredor popular, sí. Para nada puedo considerarme un gran corredor, o menos un corredor de élite. Pero tengo un entrenador. Bueno, no tengo uno para mí, uno personal. Estoy en un grupo dirigido por un entrenador, que además de estar presente en el entrenamiento en grupo una vez a la semana, me prepara un plan para el resto de días, me da consejos, me guía y me ayuda, en definitiva, a ser mejor corredor.
Y sé que es algo que pasa cada vez con más gente. Crece el número de personas que entrenan de la mano de un profesional que sabe lo que se hace y que evita que hagamos locuras, nos lesionemos o estemos durante años dando palos de ciego con nuestros entrenamientos. ¿Cuántos objetivos nos ha ayudado a conseguir nuestro entrenador? Quizá alguno se haya escapado, pero en el camino hemos aprendido muchas lecciones que sin duda nos han servido.
Pero claro, cada entrenador es un mundo. Sobre todo si tenemos ese entrenador para un grupo que tiene que estar pendiente de decenas de corredores al cabo de la semana. Los hay mejores y los hay peores. Y están esos con los que, por mucho que quieras, nunca te vas a llevar bien, esos con los que no te vas a entender.
En mis pocos años como corredor popular he conocido a muchos entrenadores. Casi todos en el mismo grupo de corredores, el de mi gimnasio. Eso sí, siempre nos asegurábamos de que fuera un profesional de verdad, con una titulación adecuada para ejercer como entrenador de corredores. O preparador físico.
De todo tipo
El primero que tuve era uno pequeño, joven y musculoso, que estaba un poco ‘colgado’, si me permitís la expresión. Y era de los duros. Insistía en que teníamos que hacer muchos ejercicios de fuerza y ‘core’ para mejorar como corredores. Y tenía razón. Sus sesiones de entrenamiento eran a veces un pequeño infierno. Le gustaba siempre meter, después de las agotadoras sesiones de fuerza, series de uno o dos kilómetros a tope para realizar la “transferencia”. Su voz y actitud de sargento chocaban con su menudo cuerpo. Pero en el fondo era un buen tío. Y gracias a él acabé con solvencia y sin sufrir ni un segundo mi primer maratón.
En el entrenamiento para el segundo sus sesiones de tiradas a ritmo de maratón eran de las que te hacían fuerte psicológicamente. Hasta seis vueltas de 4 kilómetros llegué a dar en varias ocasiones al parque para aquella última tirada a la velocidad que debía llevar en la prueba unas semanas después Y ocho el día que hice la tirada larga a ritmo algo más lento. A alguno le parecerá poco, pero para mí era todo un sufrimiento. Aunque conseguí mi objetivo.
Tuve otro entrenador, también muy joven, que tenía un método de entrenamiento casi inspirado en las sesiones del Emil Zatopek. Bueno, quizá estoy exagerando un poco, pero es que el día que dijo por primera vez preparando otra maratón que haríamos 30 series de 200 mis ojos se salían de las órbitas. A algún ‘machaca’ seguro que le parece poca cosa, pero para un corredor popular del montón como yo aquello parecía una tortura.
El caso es que al final se hacía entretenido y, ciertamente, efectivo. Igual que esas series de 20 cuestas de 150 metros a tope y recuperar trotando la bajada. Aquel día una pareja que estaba junto a la cuesta del parque me miraba sin saber qué pensar de ese ‘friki’ que no hacía más que subir y bajar mientras ellos se ‘daban el lote’.
¿Preparados para entrenar?
He tenido entrenadores recién licenciados de INEF (o titulación similar), grandes atletas de renombre con título de Entrenador Nacional. Y alguno que no estaba suficientemente preparado. Sobre todo desde el punto de vista personal. Sí, porque tan importante como su preparación académica, su experiencia y su método de entrenamiento, es su actitud, su personalidad y el trato con el corredor.
El último era como un espantapájaros, aunque al menos corría. Apenas hablaba, su cara era inexpresiva y era tan despistado que no sabía ni cómo teníamos que hacer el entrenamiento. Si el grupo era muy grande, le acompañaba otro entrenador. Pues bien, éste solía contradecir lo que mandaba el otro. Un lío, vaya.
Su falta de tacto contrastaba con el excesivo empeño de hacerse la simpática de otra entrenadora que tuve una temporada. A veces cansaba con sus bromas sin gracia, pero hay que reconocer que al menos se lo ‘curraba’.
Salvo contadas excepciones, he tenido grandes entrenadores. Y con ellos he aprendido a ser mejor corredor. Y es que ha quedado demostrado, al menos en mi caso, que bien orientado y asesorado el rendimiento mejora y nuestros objetivos son más fáciles de conseguir. Y puedo decir con orgullo que algunos de mis entrenadores han sido y siguen siendo buenos amigos.
¿Qué más se puede pedir?