La magnifica experiencia de correr el Maratón de Chicago
Por José Manuel Torralba para carreraspopulares.com
A falta de pocas semanas de la Maratón de Chicago , a los que vayáis a correrla, esto puede serviros de aperitivo a la magnífica experiencia que seguro vais a experimentar. La Maratón de Chicago es una maratón histórica. En la primera edición, un sábado, 23 de septiembre de 1905, solo participaron quince corredores y únicamente siete consiguieron acabarla. Tiene un recorrido muy rápido en el que se batió el record del mundo en 1999.
A Chicago , en los EE.UU. se la conoce como la “segunda ciudad” (se supone que después de Nueva York) o la “ciudad del viento” (no hace falta que diga porqué). Los indios que la habitaban la llamaron Chicago, que significa “campo de cebollas maloliente”. Chicago es una ciudad preciosa. Impresiona por muchos motivos. Es la primera ciudad del mundo que tuvo rascacielos, y no cualquier rascacielos. Después del incendio que destruyó la ciudad a finales del siglo XIX, no hay en el mundo arquitecto de prestigio que se precie, de no tener un edificio singular en Chicago. Chicago es un catálogo de arquitectura moderna. Pero es mucho más. En Chicago hay arte, innovación, música (¡jazz!), vida. Tanto el invierno como el verano de Chigago, son muy extremos, pero con un poco de suerte, tanto en primavera como en otoño se pueden disfrutar de días de sol espectaculares. Y la maratón se corre en otoño. El año en que yo la corrí (el 2013), me encontré con un fin de semana soleado y cálido, que hizo que la ciudad brillara de una manera especial. Sus edificios, el río Chicago, el lago Michigan, sus museos, sus vistas desde las alturas (impresionantes, tanto desde el Hankcok como desde el Willis) y desde ‘enfrente’ (el skyline nocturno desde el planetario es de película), sus rincones y parques (incluyendo el Millenium) hacen de esta ciudad algo realmente singular. Además, la ciudad es muy fácil de recorrer desde el punto de vista del transporte público (se puede llegar a todos sitios en autobús o en metro) y qué decir de sus amables habitantes del medio oeste, que reciben al visitante sin los malos modos de otras grandes ciudades. Por eso sorprende lo dados que son a montar escandaleras con el claxon cuando algo les obstaculiza. En Chicago , más concretamente en la Northwestern University, nació a finales de los cincuenta la Ciencia e Ingeniería de Materiales, disciplina de la que vivo y que adoro. El campus de esta Universidad es también un paraíso frente al mar que es el lago Michigan .
La primera oleada de la carrera, en la que yo iba, tenía la salida a las 7.30. Me levanté a las 4.30 a desayunar (con el cambio horario no tiene mucho mérito), y a las 5.45 me fui hacia la zona de salida, en el parque Grant (al sur del parque Milenium, el centro de la ciudad). Desde el metro hasta la salida (estrictamente prohibido a todo aquel que no llevara un dorsal), riadas de corredores en mitad de la noche, a la luz de las bien iluminadas calles del centro, especialmente la calle Michigan, que corre paralela al parque.
Había varias puertas de entrada. Cerca de la que me tocó, se homenajeaba a una estación de metro de Paris, ciudad en la que se inspiraron para diseñar sus calles después del gran incendio que destruyó Chicago, con una réplica idéntica. El guardarropa estaba a pocos metros de la playa (sí, Chicago tiene playas) y junto a la fuente Buckingham, preciosa, y ahora cerrado para los corredores. Se ven muchos participantes por todos lados, nerviosos, haciendo cola en los servicios móviles, tomando bebidas isotónicas o energéticas, abrigándose porque hace algo de fresco. Para mi gusto, la temperatura perfecta, sin el temido viento de Chicago. El día perfecto. Tras dejar mis cosas en el ropero, me quedo para correr con mi camiseta corporativa de tiras y una manta gentileza de una línea aérea que luego tiraré. Me dirijo al corral B, inmediatamente detrás de donde está la élite. Y allí a esperar el momento de salir.
Como en todas las carreras en EE.UU. y después de un minuto de sepulcral silencio por las víctimas de la maratón de Boston de ese mismo año se canta a capela el himno americano. En esta ocasión, miles de corredores se sumaron al coro, resultando un momento de gran solemnidad. Tras presentarse por megafonía a las estrellas, comienza la carrera. La temperatura es perfecta, el ambiente extraordinario, la motivación.
La carrera es preciosa. Pasa por todos los barrios de Chicago, el ‘loop’, ‘magnificient mile’, parque Lincoln, ‘Little Italy’, ‘Greektown’, incluyendo el barrio chino, donde todos los voluntarios son chinos. Avituallamientos prácticamente continuos con isotónicas y agua, luego plátanos. En el kilómetro treinta, geles. Todo impecable (salvo que solo había controles de tiempo cada diez kilómetros). Los voluntarios, de matrícula de honor. Animación a lo largo de todo el recorrido, al más puro estilo americano, gritando y empujando a los corredores. “Recuerda que has pagado por esto” llegué incluso a leer en una pancarta.
La carrera es rápida, prácticamente plana. Solo se sube en los pequeños puentes y al final una ligera cuesta para entrar de nuevo al parque Grant. Después de dos horas corriendo se nota el calor y se empieza a hacer más dura, especialmente en mi caso donde mis piernas dejaron de responder mucho antes de lo que hubiera querido. Pude mantener el ritmo que me había impuesto hasta pasado el kilómetro treinta y cinco y luego, a sobrevivir. Con todo hice tres horas y veinticinco minutos. Mi cuarto mejor tiempo.
La llegada, re-entrada al parque Grant, es inolvidable. Miles de personas desgañitándose por empujarte a la meta. Meta que llega con esa enorme mezcla de sentimientos que solo se pueden entender si se ha pasado por la experiencia. Alegría, satisfacción, orgullo, emoción. Otra vez los voluntarios, felicitándote, cuidando de ti. Te ponen la manta térmica, la medalla, te dan de beber, hielo. Te hacen sentir importante.
En la llegada había un super-fiestorro con música en directo para corredores, familiares y amigos (eso sí, las consumiciones a cuenta de cada uno). Fue mi maratón número veintiuno. Mi séptima maratón fuera de España. Mi cuarta “Major”. Como todas, pero esta más por ser la última hasta ese momento. Una maratón realmente especial.