Corriendo por... La Habana
Por Ximo Tamarit para carreraspopulares.com
A las 06:15 horas ya no puedo más. Llevo despierto desde las 3 por culpa del ´jet lag´. 15 minutos después y vestido para la ocasión piso la calle. No soy el único compatriota afectado por la diferencia horaria que ha decidido comenzar el día viendo el amanecer. Pero de todos los que observo, sí soy el único que lo hará corriendo en el Malecón de La Habana.
Manipulando el GPS me cruzo con una señora de curvas generosas y gorra de beisbol. La colilla de un puro cuelga de su boca mientras barre el paseo.
– «Buenos días señor». Y me sonríe. Yo devuelvo el saludo.
Entre españoles desvelados y cubanos que alargan la noche aparecen los primeros atletas. Es fácil diferenciar al corredor local del corredor turista. El natural lleva cualquier zapatilla, cualquier camiseta, cualquier pantalón, sin diseño, sin marca. No hay cronómetros, ni siquiera hay relojes. No existe el «postureo» y nadie escucha música. Los «guiris», no. Nosotros parecemos un catálogo.
Los cubanos son conversadores incansables. La tarde anterior, mientras esperaba a mi mujer sentado sobre el muro del malecón, conocí a Julito. Va a cumplir 50 años y está licenciado en Químicas pero nunca ha podido pisar un laboratorio. Es un balsero reincidente. Tres veces se lanzó al mar y tres veces tuvo que volver a la isla. Ahora trabaja como ebanista.
En sus ratos libres, la mayoría de las tardes, pesca aquí porque así «en casa comemos algo más que arroz y frijoles». Y hace deporte: «Sí, por la mañana, bien tempranito, antes de que salga el sol voy al parque José Martí». Julito, como yo, madruga para correr.
El parque José Martí
En esa dirección empieza mi entrenamiento. Con curiosidad por ver dónde practican deporte los habaneros, Encuentro el polideportivo a 500 metros de mi hotel. Parece un recinto abandonado. No hay luz. Ni natural ni artificial pero se intuye actividad. Construido hace 75 años el parque lleva mas de 20 sin recibir ningún tipo de mantenimiento. De la pista original de ceniza solo queda el trazado. Las calles son historia y los fosos de longitud se intuyen. Ni rastro de vallas, de jaulas de lanzamientos, no hay colchonetas para la altura ni zona de pértiga. Nada. El suelo está muy duro y los atletas populares, todos, caminan, ruedan, corren, corremos silenciosos mientras escuchamos las olas del Océano Atlántico rompiendo contra los muros de piedra.
De la «pista» al «gimnasio», si así puede llamarse. Junto a la pared del pabellón, en la zona cementada que pudo ser un pasillo de transito, aparecen una serie de estructuras metálicas fijadas al suelo.
De gimnasio tiene la intención. En España conocemos esta instalación como «parque biosaludable». Sí, son los aparatos destinados a que la tercera edad haga ejercicios al aire libre. Es lo que hay.
– «Papi, aquí no tenemos dinero para nada. Todo esto es un regalo de un ayuntamiento español. Ustedes son muy generosos y nosotros queremos mucho a la Madre Patria», me comenta Julio en nuestra conversación del día anterior.
Le descubro apoyado en una pared llena de pintadas. Estira el cuádriceps. Baja la pierna, se gira, mira y me ve. Levanta el brazo con la mano abierta, saluda y se marcha. Debe tener prisa. Esta mañana tenía que acabar una mesa de despacho.
La ruta del Malecón
Yo retorno a un paseo que, entero, tiene cerca de 8 kilómetros, 16 al completarlo en ambos sentidos. El recorrido, obviamente, es llano. Un acera tan ancha permitiría rodar con comodidad si no fuese porque el suelo está muy desgastado. Hay grandes desconchados y algún que otro agujero, hay cascos de bebidas, hay cucarachas, vómitos, cacas de perro y meados humanos. Huele a mar, huele a cloaca, huele a fluidos personales. Hay brisa, a favor y en contra. El sol aparece ya sobre el, por ahora, lejano Castillo del Morro.
Mientras voy comiendo metros, kilómetros, sigo cruzándome con compañeros de fatigas. Unos saludan, otros no. Pasan. Quizá no son corredores y solo llegan al estatus de runners. En Cuba, como en España, esto también pasa.
Mi ida acaba en el Castillo de la Punta. El regreso se complicará por algo tan sencillo como el agua. No llevo y, en este lugar histórico y tan concurrido, no hay fuentes.
Cerca de las 8 de la mañana debo estar próximo a los 30 grados. La humedad resulta inclasificable. El final del camino, de mi sesión de 12 kilómetros, se convierte en angustioso. Sudo como si acabase de salir de la ducha. A 300 metros del hotel, recién superado el Parque Deportivo José Martí, vuelvo a encontrar a la barrendera. Sonrío y exclamo: «Hasta luego, señora».
– «Adiós, mi gordito. Que tenga un buen día».
Empecé a correr hace 8 años. Una tarde, por aburrimiento, hice una lista de lugares, no carreras, que querría conocer y en los que me gustaría practicar este deporte. De esa relación ya he conseguido tachar unos cuantos sitios. El último, el Malecón cubano. Próximo objetivo, la Gran Muralla china.
Ximo Tamarit
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