Corriendo por los puertos míticos (53): Mausoleo Petrovic-Njegosh, Montenegro
Por Jorge González de Matauco para carreraspopulares.com
En lo más alto de las montañas Lovcen , en Montenegro , se encuentra enterrado quien tal vez fuera la figura más importante de aquel país, alguien que representa la esencia de los Balcanes, con todos sus conflictos y sus contradicciones. Nacido a principios del siglo XIX, Petar II Petrovic-Njegosh fue por su sabiduría y cultura el más celebrado de los vladika, el título que reunía tanto la condición de príncipe como de obispo, o lo que es lo mismo, aunaba el poder político y el poder espiritual. Pero, además, es considerado el Shakespeare de los Balcanes, el más grande y representativo poeta de la nación serbia. Su obra más destacada se titula La corona de la montaña (Gorski vijenac), y seguramente hoy en día sería considerada políticamente incorrecta, ya que trata de la lucha a muerte del Montenegro independiente contra los nuevos musulmanes de raíces serbias o montenegrinas convertidos al Islam, una especie de quinta columna del pujante Imperio otomano de la época, que trataba de conquistar aquel Montenegro compuesto principalmente por clanes perpetuamente enfrentados entre sí y con los propios turcos.
Si Petar Petrovic-Njegosh hubiera vivido en nuestros días, probablemente habría sido un corredor, uno de los nuestros, pero en los años en los que le tocó vivir su amor por la naturaleza le llevó a desempeñar las actividades clásicas de entonces: cazar y montar a caballo. Existe un maratón que de algún modo homenajea su figura y conduce de la ciudad costera de Kotor a su mausoleo insertado en plena montaña en un recorrido de ida y vuelta. Una carrera que permite percibir el contraste entre la encantadora belleza de las aguas del Adriático y la severa aridez del monte Lovcen. A un lado, las aguas azules de las Bocas de Kotor, el golfo más bello de Europa. Al otro, un mar de oscuras y picudas montañas, la árida grisura de un desierto rocoso.
Mi incursión por la zona no va a consistir en reproducir el recorrido completo del maratón, sino que voy a iniciar la ruta en un punto mucho más cercano al mausoleo. Ivanova Korita es una diminuta localidad de montaña con un par de hoteles a la que se accede desde Cetinje, la capital histórica y espiritual de Montenegro. Desde Ivanova Korita se contempla a la perfección la rugosidad del monte Lovcen y la silueta del mausoleo, objetivo inicial de nuestro itinerario. Un lugar perfecto para desconectar del mundo y sus prisas. Con una primera parada en el centro de visitantes del Parque Nacional de Lovcen para hacerme con mapas e información, echo a correr por el asfalto en dirección al mausoleo. Enseguida surgen las primeras vistas sobre las montañas peladas características de Montenegro. Un primer tramo de 3,70 kilómetros por una carretera con muy poco tráfico finaliza en un cruce donde, pese a ir corriendo y no en vehículo, los guardas me obligan a pagar los dos euros de acceso. Ahora debo afrontar tres kilómetros más de subida algo más exigente hasta el final de la carretera. Y así me sitúo ante los más de 300 escalones que protegen la entrada al mausoleo propiamente dicho. Allí, con excelsas vistas sobre lo que fueron sus dominios, pidió ser enterrado el vladika Peter II Petrovic-Njegosh. Un lugar que para muchos representa la perdida unidad de los eslavos del sur y sus minorías. Y, pese a ello, también un lugar que no se ha librado de los conflictos históricos que han afligido periódicamente a esta región de Europa. El sepulcro tomó primero la forma de una pequeña capilla que fue arrasada por el ejército austríaco en 1916, en el contexto de la I Guerra Mundial, para ser posteriormente reconstruido durante el comunismo con su forma actual desprendida de todo significado religioso, con una gran estatua del vladika precedida por dos cariátides.
Es hora de iniciar el descenso , siguiendo, ahora sí, el recorrido del maratón Kotor-Lovcen-Kotor, aprovechando que las pinturas de señalización de la carrera todavía no se han borrado. Por un sendero entre bosques y alfombrado de hojas caídas que luego se convertirá en un camino más arenoso me voy acercando a la aldea de Njegusi, ubicada en medio de un valle rodeado de montañas calizas. Njegusi es el lugar de nacimiento de la dinastía de los Petrovic-Njegosh, y, por supuesto, de Petar II, cuya casa natal ha sido convertida en un museo que se puede visitar para hacer un descanso en la ruta. También repongo fuerzas en uno de los muchos chiringuitos instalados en los márgenes de la carretera, con un queso que no sabe a nada. Para beber, el dueño me asegura que no tiene agua y me vende un botellín de rico vino afrutado, como si estuviera en el maratón de Medoc, con el consiguiente peligro de acabar dando vueltas por alguno de los caminos que aún debo completar.
Y el primero de esos caminos es un breve ascenso a Krstac , otra aldea aún más minúscula. Pronto se accederá a la carretera principal, donde, tras pasar un túnel, las marcas conducen hacia un sendero entre pinos que desciende marcando muchas revueltas. Es el último tramo antes de llegar a la famosa Escalera de Kotor, que dominará el final del recorrido. La Escalera de Kotor es un antiguo camino militar construido por los austriacos que también era utilizada por los agricultores para transportar sus productos al famoso mercado de Kotor. Las vistas sobre esa especie de fiordo mediterráneo que son las Bocas de Kotor son espectaculares, con la ciudad en primer plano. Pero también hay que reconocer que, para el corredor, el descenso es realmente agotador, con mil y una curvas sin mucha pendiente por un sendero repleto de arena y piedrecillas que, con el calor y la humedad del verano, se antoja absolutamente interminable. Cerca ya de la fortaleza de San Juan, el auténtico centinela y protector de la ciudad, me detengo en otro chiringuito donde me atiende un hombre que se ha desprendido hasta de la camiseta.
Las últimas revueltas de este descenso eterno llevan casi hasta las puertas del Stari Grad, la Ciudad Antigua de Kotor, uno de los cascos antiguos mejor conservados de Europa, con imponentes palacios y construcciones de piedra. Muy cerca, en una pseudoplaya de guijarros de apenas ocho metros de playa se hacinan los bañistas que han podido encontrar un mísero hueco. Y a juzgar por las matrículas de los coches que circulan por las calles, allí hay muchos montenegrinos y serbios, bastantes croatas y algunos bosnios y eslovenos. La mayoría son jóvenes; seguramente ni siquiera habían nacido en la época de los conflictos, cuando sus naciones formaban un solo país. Y así, frente al Adriático y ese conglomerado de eslavos del sur, termina este recorrido de 22 kilómetros por el corazón de los Balcanes . Una ruta con mucha historia, mucha naturaleza y muchos paisajes excepcionales.