CORRIENDO POR LOS PUERTOS MÍTICOS (XVI): Kitzbüheler Horn, Austria
Por Jorge González de Matauco para carreraspopulares.com
Es tiempo de invierno y los puertos y montañas míticas dormitan cubiertos de nieve hasta la llegada de la primavera y el verano. Para hacer más llevadera esa pausa, traslado a los lectores una carrera en la que participé en 2013, pero que aún no ha tenido acogida en esta serie: la ascensión al imponente Kitzbüheler Horn austriaco.
Kitzbühel es una de las estaciones de invierno más encopetadas y sibaritas del Tirol austriaco. Su precioso casco urbano presume de estar rodeado por dos montañas que la sitúan en la élite deportiva mundial. A un lado, en el Hahnenkamm se celebra uno de los descensos más peligrosos y excitantes de la Copa del Mundo de esquí. Al otro lado, el Kitzbüheler Horn (1.970 metros de altitud) y su famosa carretera son sede de agonísticas carreras ciclistas y pedestres. Y es que, pese a ser un gran desconocido, con sus 10,2 kilómetros de distancia, una pendiente media del 12,53% y unas rampas de hasta el 23%, el Kitzbüheler Horn es considerado más duro que el Zoncolan, el Mortirolo o el Angliru, los puertos más extremos de Italia y España.
La historia de la carrera
Cuando en 1979 Franz Puckl, un residente en la ciudad, propuso organizar una carrera pedestre desde el centro de Kitzbühel hasta la cima del Horn, la idea fue considerada disparatada por las autoridades, que no dieron ninguna facilidad para llevarla a cabo. Pero la carrera fue un éxito, con una participación de 283 atletas.
En los años noventa, la prueba conoció su edad de oro, con participaciones de hasta 700 atletas. Pero en los últimos años, de nuevo se ha vuelto a los dos centenares, un número que el organizador considera más adecuado. Desde 1979, la carrera se ha celebrado sin ninguna interrupción, siempre organizada de forma familiar por Franz Puckl, cuyo sueño sería poder celebrar, dentro de la copa del mundo de carreras de montaña, un ultra que uniera el Horn y el Hahnenkamm con final en Kitzbühel. El récord de la subida al Kitzbüheler Horn lo posee el neozelandés Jonathan Wyatt, uno de los grandes de las carreras de montaña, con un tiempo de 55 minutos 58 segundos, establecido en 2000.
Nuestra subida
En agosto de 2013, la trigésimo quinta edición de la subida (actualmente ya se llevan treinta y siete) se celebró con un tiempo de perros. En Kitzbühel sólo se alcanzaban unos doce grados de temperatura y la lluvia caía persistentemente. Pese a ello, muchos corredores vestían con tirantes y pantalón corto. Entre los participantes que se iban a enfrentar a los 12,9 kilómetros y 1.234 metros de desnivel positivo, destacaban varios kenianos del equipo Run2gether, fruto de la colaboración entre atletas austriacos y kenianos, quienes, sin embargo, no conseguirían hacerse con la victoria.
Los primeros cuatro kilómetros discurrieron con un perfil ligeramente ascendente, incluso con descansos y partes llanas. Fue a partir de entonces cuando la carretera se empinó decididamente. El porcentaje medio por kilómetro oscilaría entre el 12 y el 14,5% y encontraríamos rampas de hasta el 23%. Para el corredor medio, eso suponía que había que caminar mucho más tiempo que, por poner un ejemplo, en el Mont Ventoux, y que se debían aprovechar los escasos periodos de carrera. No se atravesaban demasiados tramos de bosque, ya que la subida era muy abierta y desprotegida, y estaba dotada de grandes vistas. Lástima que las nubes dominaran el panorama.
Hay otros puertos que presumen de rampas durísimas, pero en casi todos, a continuación, llega un tramo de descanso antes de afrontar otra rampa. El principal problema en el Kitzbüheler Horn es que la pendiente es muy regular y está distribuida de manera muy uniforme. No hay aquí espacio para recuperar. En el complejo del Alpenhaus finalizaba la carretera principal, pero aún quedaban 2,2 kilómetros de dureza similar o incluso superior por una estrechísima carretera privada. No había dejado de llover en todo el recorrido y, además, en ese momento nos veíamos envueltos en la niebla, mientras nos acercábamos a la torre de televisión que ocupaba la cima y que suponía el final de la carrera. El termómetro marcaba una temperatura de cero grados.
Después de reponer fuerzas y cambiarse de ropa, había que descender ya con más calma, aunque con la molestia de la lluvia y el frío, hacia el Alpenhaus para tomar el teleférico que nos devolvería a la ciudad. Era la hora de apreciar la subida de los últimos clasificados y de maravillarse ante el encomiable esfuerzo de los dos colistas, que contaban con 73 años de edad. Muy lejos de los tiempos y los laureles reservados al vencedor, quien había conseguido establecer un crono inferior a una hora, pero había quedado a casi cuatro minutos del récord de Wyatt.
Quizá no hay ningún otro lugar en el mundo como Kitzbühel. Emparedada entre dos montañas convertidas en morbosos centros de atracción para practicantes de deportes tan dispares. A un lado, el Hahnenkamm y su famosa pista Streif, sede del descenso más popular y difícil de la copa del mundo de esquí, 3,3 kilómetros de giros que rayan la acrobacia y de pendientes vertiginosas donde se alcanzan velocidades de 160 kilómetros por hora. Al otro lado, el Kitzbüheler Horn, lugar de culto para ciclistas y atletas, no precisamente por la velocidad, sino más bien por la lentitud que imponen sus extraordinarias rampas. Velocidad y lentitud, igualmente atractivas, reunidas en unos pocos kilómetros cuadrados.
Próxima edición: 28 de agosto de 2016, Kitzbühel
Jorge González de Matauco
Autor del libro En busca de las carreras extremas
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