Corriendo por los puertos míticos (XX): Nebelhorn, Alemania
Por Jorge González de Matauco para carreraspopulares.com
Hace exactamente tres años cayó en mis manos una publicación especializada en cicloturismo que incluía un reportaje sobre algunos puertos alemanes. Cuando vi las gráficas de altimetría no me lo podía creer. Rampas de más del 40%. Algo difícilmente imaginable cuando recordaba que altos como el Kitzbüheler Horn o el Angliru y su famosa Cueña les Cabres “solo” alcanzaban el 23% y aun así era complicado subirlos incluso caminando.
Navegando por Internet encontré que uno de aquellos puertos era escenario de una carrera pedestre, y enseguida le puse una cruz como uno de los destinos obligados para un buscador de puertos míticos. Su nombre, el Nebelhorn. Situado en los Alpes de Algovia, en el estado de Baviera, el Nebelhorn compite con su vecino Grüntenhütte por ver quién posee las rampas más disparatadas. El viaje hacia la base del Nebelhorn es muy sencillo si partimos desde Munich. Primero a través de monótonas llanuras, y luego flanqueando colinas y montañas armoniosas y poco intimidatorias, en apenas dos horas y veinte minutos un tren directo lleva a la localidad de Oberstdorf, un bucólico pueblo alemán famoso por albergar la primera de las pruebas que forman el Torneo de los Cuatro Trampolines de saltos de esquí.
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Pero nuestro tema no son los saltos de esquí, sino la Nebelhorn Berglauf o subida pedestre al Nebelhorn, que llegó este año a su 17ª edición. Teóricamente, se trata de una carrera de 10,5 kilómetros que conecta Oberstdorf (828 metros de altitud) con la cima del Nebelhorn (2.224 metros), desarrollándose los dos últimos kilómetros por senderos de montaña. Pero este año la carrera va a ser afeitada, ya que, por razones de seguridad y por desperfectos causados en el camino a la cumbre debido a una racha prolongada de mal tiempo, finalizará en la segunda estación del teleférico (Höfatsblick – 1.932 metros), recortándose casi dos kilómetros y, por tanto, con un recorrido íntegramente por asfalto.
La inscripción para la carrera no es complicada, ya que, aunque existe la posibilidad de hacerla por Internet, la página web solo está en alemán, así que lo más práctico y lo recomendado por la organización es apuntarse la víspera en el Eiszentrum de Oberstdorf, rellenando una ficha con los datos y pagando los 30 euros de cuota de inscripción. El tiempo libre se puede aprovechar subiendo a la cumbre en el teleférico, desde donde se obtienen buenas vistas sobre la carretera y uno se puede percatar de la magnitud de la ascensión.
Llega la carrera
Domingo, 3 de julio. Es el día indicado para desentrañar el misterio del Nebelhorn (traducción: cuerno de niebla) y sus aparatosas rampas del 40%. ¿Cómo será correr o más bien arrastrarse por ellas? El sábado ha sido un día de mal tiempo y chaparrones frecuentes, pero el domingo por la mañana no llueve y a medida que se acerca la hora de la salida incluso se van abriendo claros. Por fortuna, el tiempo no añadirá más dificultades a la ya ardua empresa. Además, me confirman que definitivamente la meta estará situada exactamente en esa segunda estación del teleférico, donde concluye la carretera asfaltada, a casi 2.000 metros de altitud, y no en la cima de la montaña, como figuraba en el programa oficial. En cualquier caso, todo apunta a una buena mañana de atletismo.
Después de entregar la bolsa con ropa seca para la meta en la zona del teleférico, nos dirigimos hacia el centro de Oberstdorf, exactamente junto a una iglesia con un interminable campanario, donde se dará la salida. Me fijo en la temperatura en un termómetro de la zona, 17,5 grados. A las 9.15, con puntualidad germánica, nunca mejor dicho, los 348 participantes tomamos la salida, pasando por el centro de Obertsdorf en dirección al estadio.
El primer kilómetro y medio es plano, pero ahí acaban las alegrías. Inmediatamente surgen cuestas muy empinadas, y enseguida me pongo a caminar. No tiene mucho sentido empeñarse en correr cuando más adelante esperan pendientes tan duras. Es mejor reservar para los tramos planos en los que verdaderamente se gane tiempo corriendo, que también los habrá. De hecho, para el kilómetro 3 ya veo andando a todos los de mi entorno. El recorrido en esos primeros kilómetros es irregular, junto a rampas muy complicadas se alternan algunos descansos, siempre inmersos en un bosque de pinos y con algunas vistas, escasas, sobre Obertsdorf. Pero hasta el kilómetro 5 la dureza del puerto, aun siendo considerable, no destaca sobre los ya manidos Angliru o Kitzbüheler Horn que me sirven de referencia.
Incluso, tras el paso por el primer avituallamiento, en Seealpen, la primera estación del teleférico, aparece un tramo muy largo, de casi un kilómetro, más que válido para tomar aire. Es un trozo muy abierto y vistoso que permite vislumbrar la meta en lo más alto de una vaguada encajonada entre las montañas. A poco más de dos kilómetros y medio para la meta superamos una barrera y encaramos la batalla final.
El momento de la verdad: la recta infernal
Y ahí es donde la carretera del Nebelhorn desarma de argumentos a todos los que pudieran estar pensando que su fama no es merecida y que en realidad no es para tanto. Ahí se sitúa lo que en algún foro ciclista he visto que han bautizado como la recta infernal. Una línea inacabable con rampas de más del 30%.
La pendiente afloja un poco tras girar a la izquierda, pero enseguida vuelve a recrudecerse incluso con más fuerza, hasta llegar a esos temibles 40%. Es como subir rampas de garaje de las empinadas, una detrás de otra, y así hasta sumar dos kilómetros, con algún breve tramo de descanso. Cada uno de esos kilómetros son, en mi caso, 15 o 16 minutos de tortura. El cronómetro me marca incluso picos de 20 minutos por kilómetro. Lo único que se puede hacer es caminar lo más decentemente posible. Dije antes que todo apuntaba a una buena mañana de atletismo, pero lo que habría que aclarar es que no me refería a carreras sino a marcha. Porque, excepto para los primeros, esta delirante actividad poco tiene que ver con correr, sino, en todo caso, con trepar o con marchar cuesta arriba.
Aunque, más por fuerza de voluntad que por otra cosa, al final se puede correr un poco más, la pared solo termina en la meta. Mientras el speaker pronuncia mi nombre de manera balbuceante, miro mi crono para comprobar que hemos recorrido 8,6 kilómetros. Con una temperatura de 3,8 grados lo más urgente es cambiarse de ropa en las mismas instalaciones del teleférico y dedicar un tiempo a contemplar la panorámica desde la balconada, con varios parapentes volando sobre las bellas montañas que caen hacia Obertsdorf. Es la despedida final de esta carretera extraña que se ha convertido en emblemática exclusivamente por esa fiebre reciente por encontrar el puerto con las pendientes más duras. De hecho, se hace realmente difícil encontrar otras informaciones sobre la carretera. No parece interesar mucho saber cuándo se asfaltó o por qué se hizo. Solo se me ocurre pensar que fue para abastecer a la estación del teleférico y a su refugio y su restaurante en particular. Pero, como digo, todo eso carece de relevancia. En el Nebelhorn lo único que importa es el abrumador porcentaje de sus diabólicas rampas.
Más información: www.nebelhornberglauf.de
Jorge González de Matauco
Autor del libro En busca de las carreras extremas