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Corriendo por los puertos míticos(44): Carretera de la Muerte, Los Yungas, Bolivia

Por Jorge González de Matauco para carreraspopulares.com

Desde que comenzó esta aventura en busca de los puertos más míticos del mundo me fijé en una carretera que se encontraba entre las diez primeras en cualquier listado de las rutas más espectaculares del mundo. Se trataba de la boliviana carretera de los Yungas, más conocida como Carretera de la Muerte, por la enorme cantidad de accidentes mortales que han ocurrido sobre ella. No fue hasta este año cuando descubrí que se celebraba una carrera pedestre que la recorría íntegramente. Así que enseguida se convirtió en uno de los objetivos de 2018. Pero para conocer realmente la historia de la Carretera de la Muerte hay que remontarse muchos años atrás, porque, como ocurre con otras muchas rutas de montaña, fue fruto de un terrible conflicto bélico.

Entre 1932 y 1935 Bolivia y Paraguay se enzarzaron en lo que fue la mayor guerra acontecida en Sudamérica en el siglo XX. La causa fue el control de la región conocida como el Chaco Boreal y el conflicto se cobró 90.000 víctimas, a causa no solo de la propia guerra, sino de enfermedades debidas a la falta de agua y a la insalubridad del terreno donde se combatió. En lo que respecta al tema que nos ocupa, los prisioneros paraguayos fueron utilizados como mano de obra forzada para abrir caminos en los confines de Bolivia. Uno de esos caminos fue el de los Yungas. Probablemente nadie esperaba que el espíritu de aquellos prisioneros obligados a trabajar se fuera a cobrar venganza muchos años después. ¡Y de qué manera! Porque la carretera a los Yungas se convirtió en una máquina de causar accidentes, unas doscientas víctimas mortales cada año. Estrecha, sin asfaltar, inestable y abierta a montaña abierta, con una caída de cientos de metros a uno de sus lados, fue hasta 2006 la única vía de acceso a la región, soportando, por tanto, el paso continuo de autobuses, camiones y toda clase de vehículos, en muchas ocasiones obligados a realizar maniobras complicadas y que con frecuencia acababan cayendo por el barranco. Así la ruta se ganó el sobrenombre de Carretera de la Muerte y fue calificada por el Banco Interamericano de Desarrollo como el camino más peligroso del mundo. Hoy en día, aunque la circulación no está prohibida, apenas pasan vehículos, más allá de algunos vecinos y turistas curiosos, y, sobre todo, ciclistas que la descienden, porque la Carretera de la Muerte se ha convertido en una de las excursiones de bicicletas más populares que se ofertan en La Paz.

Tal es el escenario de la Skyrace Bolivia. El 29 de julio es la fecha elegida para la séptima edición. Las dos distancias a elegir (15 y 28 kms) parten de Yolosa, una aldea ubicada a 1.230 metros de altitud, pero mientras la primera finaliza a mitad de camino, la distancia superior recorre íntegramente la Carretera de la Muerte y finaliza en Chuspipata, otro núcleo mínimo a 3.030 metros de altitud. Cinco horas y media es el tiempo máximo establecido para la distancia larga. Además, hay una prueba ciclista con la misma distancia de 28 kms. La organización ofrece autobuses de ida y vuelta desde La Paz, pero para conocer mejor la región de los Yungas es mejor dedicar al menos un par de días.

El aeropuerto de La Paz, ubicado en la ciudad colindante de El Alto, se encuentra a 4.000 metros de altitud, por lo que el recién llegado agradece descender inmediatamente hacia latitudes más bajas. Pero el viaje a la región de los Yungas supone, en un inicio, ganar aún más altura por zonas marrones y desoladas hasta el paraje conocido como La Cumbre, a 4.470 metros, para luego encaminarse a un interminable y paulatino descenso hacia áreas menos elevadas, donde la aridez y el pasadizo de montañas van dando paso a la vegetación subtropical y los cultivos de coca, cacao, bananas y café de los Yungas. Aunque el viaje se realiza por la carretera nueva de los Yungas, los baches y los desprendimientos están a la orden del día y un tramo final de diez kilómetros catastróficamente empedrados conducen hasta Coroico, la localidad más importante de los Yungas, aunque apenas pasa de ser una aldea muy polvorienta. Cholitas, colegiales de uniforme y vendedores callejeros y de excursiones por los alrededores ocupan las cuatro callejas. Pero saliendo de la aldea espera un espectacular entorno de montañas verdes casi tropicales.

La noche previa a la carrera la paso en una cabaña de la Senda Verde, una reserva de animales que han sido recogidos heridos o abandonados. Tucanes, tapires, capibaras, tortugas, tejones, monos, boas, caimanes, iguanas, gatos, ciervos y monos ocupan la reserva. Y sobre todo una ingente cantidad de loros que son el mejor despertador en cuanto las primeras luces empiezan a despuntar.

El reparto de dorsales se lleva a cabo en la puerta de entrada a la Senda Verde y hay que recorrer un kilómetro hasta el lugar de salida en Yolosa, otra aldea destartalada en medio del polvo. A las 8.30 parten los ciclistas, apenas una decena. Y diez minutos más tarde somos los corredores quienes comenzamos a subir por la mítica carretera. Al principio se trata de una pista normal, bastante ancha y, sobre todo, polvorienta. La expresión morder el polvo no puede tener aquí un sentido más literal. Las frecuentes señales sugieren precaución ante la frecuente presencia de ciclistas bajando y recuerdan la obligatoriedad para los vehículos de circular por la izquierda, una norma excepcional en Bolivia por la propia idiosincrasia de la carretera. De esta manera, el conductor que desciende ve más fácilmente el abismo y puede tomar más precauciones. Como los vehículos, los corredores también debemos pegarnos a la izquierda, lo más cerca posible de la montaña y lo más alejados del precipicio orientado hacia el otro lado. Porque esa es la fisonomía de la carretera: la seguridad del cerro a la izquierda y el peligro del terraplén a la derecha, con un enmarañado entramado de vegetación y unas vistas de montañas de formas sorprendentes. Con el paso de los kilómetros la ruta se estrecha, surge algún quitamiedos corto y aislado de poca ayuda dada la continuidad del barranco y empiezan a cruzarse los primeros grupos de ciclistas, embutidos de arriba abajo con sus cascos, guantes, rodilleras, impermeables y monos protectores, con refuerzo en la zona bucal para no tragar polvo. Los coches de apoyo están obligados a llevar radio, cuerdas de rescate, camilla, botiquín de primeros auxilios y bolsas para recoger la basura.

Desde el kilómetro 15, final de la distancia corta, aumenta la pendiente y la irregularidad del piso y en los márgenes de la carretera comienza una procesión de cruces que recuerda la gran cantidad de accidentes mortales. En estas condiciones y con el cansancio acumulado, en gran medida, pese a que aquí estamos en invierno, a causa del sol, el calor y la humedad, se hace muy difícil mantener una carrera continua y cada vez son más los tramos a realizar caminando. También hay algunos lugares donde el agua cae libremente hacia el camino, literalmente como si estuviera lloviendo, y se forma un barrillo deslizante. Aumentan las panorámicas sobre los precipicios y no conviene acercarse demasiado a la derecha si uno padece de vértigo. Soy testigo del embudo que se produce cuando el autobús escoba se cruza con un vehículo particular y han de maniobrar de forma peligrosa para poder pasar ambos.

En los últimos kilómetros, ya por encima de los 3.000 metros, está nublado y la temperatura ha descendido claramente. Y algo que no me había ocurrido nunca en una carrera. Tengo la presión del autobús escoba y de su encargada, que me invita a subir pese a que aún hay corredores por detrás. Quizá tenga prisa o esté aburrida. Pero luego compruebo que la distancia larga ha resultado muy exigente y más de un tercio de los participantes se han retirado. Quizá no hayan sabido superar esa presión psicológica del coche escoba. Una última rampa conduce a la llegada, en el mirador de Chuspipata, desde donde se goza de la recompensa en forma de un extraordinario panorama sobre la región de los Yungas y sus serranías totalmente verdes. Es el digno final para una carrera que, según la organización, busca sacar a los atletas bolivianos fuera de las ciudades y que atrae a algunos corredores internacionales fascinados por la historia y la maldición que recae sobre el escenario del recorrido: la mítica Carretera de la Muerte.

SOBRE EL AUTOR

Jorge González de Matauco
Autor del libro “En busca de las carreras extremas“


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