Corriendo por los puertos míticos(52): Stalheimskleiva, Noruega
Por Jorge González de Matauco para carreraspopulares.com
¿Alguien recuerda el nombre de Ernst Mensen? Para algunos, el más grande corredor de todos los tiempos. Para otros, un comediante, un mentiroso o un atleta imaginario. En realidad, sus supuestas hazañas traspasan el entendimiento humano y tendemos a negar aquello que no comprendemos. Fue uno de los primeros corredores profesionales, apostando sobre el tiempo en que completaría sus monstruosos desafíos. Entre ellos se encuentra la ruta París-Moscú, que cubrió en dos semanas a razón de 170 kilómetros al día. O el trayecto de Munich a Nauplia (Grecia), 2.700 kilómetros, corriendo 135 cada día. O, aún más asombroso, el recorrido entre Estambul y Calcuta: 8.300 kilómetros en 59 días (150 kilómetros por jornada). Ningún corredor ha igualado tales proezas. Lo más curioso es que tamaña figura naciera un país de tan escasa tradición atlética como Noruega, literalmente a orillas de un fiordo, el Sognefjord, en la localidad de Leikanger, allá por el año 1795. Allí vivió hasta los quince años, acostumbrándose a los grandes espacios, a la aventura y a la libertad, que consolidó con una vida errante y llena de aventuras. Por eso sorprende aún más que nunca corriera en su propio país. Porque en Noruega la naturaleza ha sido generosa y complaciente como en pocos lugares.
Con semejante afición por los recorridos interminables, probablemente Ernst Mensen no se habría sentido a gusto en una de las carreras en ruta más cortas del mundo. Apenas 1,8 kilómetros de distancia a lo largo de la llamada Stalheimskleiva, una carretera que puede ser calificada con todo tipo de adjetivos menos el de normal. Primero por su sinuosidad y su verticalidad, que llevan a ascender 245 metros en esa distancia tan corta. Después, por su destino, ya que la carretera únicamente conduce a un hotel que, desde luego, no es un hotel cualquiera. Fácilmente accesible desde Bergen y, sobre todo, desde la cercana Voss, el misterioso hotel Stalheim, una antigua casa de correos, fue inaugurado en 1885, y solo cinco años después sufrió su primer incendio. En 1902, escasamente seis meses después de su reapertura, fue de nuevo pasto de las llamas. Y en 1959 se repitió el desastre, esta vez con un saldo de 25 muertos, la mayoría estadounidenses que trataron de escapar del fuego saltando por las ventanas. En medio, durante la II Guerra Mundial, el hotel Stalheim fue residencia de las tropas alemanas que habían invadido Noruega.
Pero ese destino y esa ubicación del hotel tienen una causa, y esa es la última de las especialidades de la carretera. La Stalheimskleiva se construyó para acceder al hotel, y el hotel nació a causa de un paisaje. Solo un paisaje, pero menudo paisaje. El fiordo Naeroy es uno de los más estrechos y bellos del mundo. Desde la terraza del hotel Stalheim se contempla cómo se abre paso entre montañas desafiantes, sobre todo y en primer término el Jordalsnuten, una cima redondeada que recuerda a un pan de azúcar. Cualquier día de verano, por la terraza del hotel desfila una procesión de turistas, europeos y japoneses en su gran mayoría, cuyo único objetivo es sacarse una fotografía con esa estampa como fondo. Los autobuses suben al parking por la carretera menos abrupta y descienden por la Stalheimskleiva como una atracción turística más. Ese paisaje ha tenido su reflejo tanto en el arte como en la literatura, con el pintor Johan Christian Dahl y el poeta Per Sivle como figuras más destacadas. Incendios, historias de nazis, pintores, poetas, quizá hasta algún fantasma... Todo contribuye a hacer del Stalheim un hotel mágico, aunque tal vez lo más sorprendente sea que no se encuentre ni un televisor en todas sus instalaciones, lo que, desde luego, en caso de mal tiempo proporciona mucho tiempo para contemplar cómo las nubes moldean a su gusto el paisaje y juguetean agarrando y soltando caprichosamente las montañas que rodean el fiordo.
Como ya ha quedado escrito hay una carrera pedestre que asciende la Stalheimskleiva en su integridad. Una carrera extraña y huidiza cuya página web únicamente se puede leer en noruego y cuya existencia solo pude descubrir durante mi viaje por la zona, en un folleto donde se reflejaban los acontecimientos deportivos anuales que se celebran en la región. No cuesta demasiado situarse en el punto de salida de esta prueba que se disputa habitualmente en la segunda quincena de mayo. Tan solo hay que bajar los casi dos kilómetros desde el hotel hasta la carretera principal disfrutando de las vistas, semejantes a las de la terraza del hotel pero desde distinta altura. Y luego rehacer el camino encarando la corta pero monstruosa ascensión. La experiencia de correr por esta carretera es demoledora. Porque garantizo que correr, lo que se dice correr, no es lo que más se puede hacer casi desde el principio. Después de cruzar un puente y una señal de dirección prohibida llega el primer muro y, apenas 350 metros después de iniciar la subida, ya solo puedo echar a caminar. El ruido del agua al caer por dos cascadas espectaculares (una a cada lado) ayuda a mantener la concentración mientras uno se arrastra por las empinadas curvas. La pendiente no se relaja hasta los 250 metros finales cuando se puede retomar la carrera hasta llegar a la cima. Solo puedo mirar el reloj y comparar mi tiempo de más de 18 minutos con los 7 minutos 10 segundos que representan el récord de la subida. Como escribiera Daniel Friebe, autor de Ascensiones Secretas, en vez de un hotel habría sido mejor construir un hospital.
En estos tiempos en los que muchos corredores buscan las competiciones más largas, puede que cruzar Europa para participar en una prueba de menos de dos kilómetros no sea la experiencia más motivadora. Pero incluso los más reticentes pueden estar tranquilos. Desde el mismo hotel Stalheim nacen dos rutas de montaña con alicientes suficientes como para correr por ellas después de la incursión en la Stalhaimskleiva. La primera también es corta, tiene como destino la Nali Farm y se desarrolla por un sendero pedregoso equipado con cuerdas, aunque no reviste dificultad. Su mayor interés radica en las excepcionales vistas que se obtienen de la Stalheimskleiva, con todas sus curvas de herradura. La segunda ruta penetra en el valle de Brekkedalen, un excepcional entorno de cordilleras, pastos de montaña, rocas, granjas aisladas y ovejas y cabras dispersas que parece completamente aislado del mundo. Lo más probable es que durante la ruta no se encuentre ni un alma, aparte de ese ganado lanar. El collado de Tverrhalsskaret, a 1.000 metros de altitud, es el punto más alto del recorrido, antes de descender, siempre por una pista sencilla, hacia las profundidades del escondido valle de Jordalen, escondido y escasamente poblado, del que solo nos sacará un túnel de tres kilómetros que conduce a la carretera principal y luego de vuelta al hotel subiendo por la ya conocida Stalheimskleiva. Un recorrido de 23 kilómetros que haría las delicias del mismísimo Ernst Mensen... pese a que buscara fuera de su tierra lo que, por lo que respecta a los paisajes, bien pudiera haber encontrado en casa.