El maratón de Madrid, desde dentro
Por Mario Trota para carreraspopulares.com
Si hubiera que definir con una palabra la última edición del EDP Rock and Roll Madrid Maratón esta sería CALOR. Pero por partida doble: el atmosférico y el del público. Porque si bien las altas temperaturas (elevadas para correr un maratón, sobre todo) marcaron la carrera de buena parte de los participantes, el ánimo del público volcado en las calles mitigaba el cansancio y el sufrimiento algo mayor de lo habitual. Pero vayamos al principio.
Cuando te sitúas en la línea de salida de un maratón siempre sientes algo especial. Aparecen los nervios como si fuera la primera vez y sabes que los 42 kilómetros que tienes por delante vas a recordarlos siempre. Y si además estás en la edición número 40 del Maratón de Madrid, ese recuerdo seguro que lo guardarás aún con más cariño.
Así que ahí estamos, a unos minutos del disparo de salida mirando al cielo mientras planean los paracaidistas antes de tocar suelo con precisión en la Plaza de Cibeles. Poco después comienzas a caminar y al rato pasas por el arco de salida mientras empiezas a trotar. Y el público te empieza a llamar la atención desde el primer momento. Porque Madrid es así y su público cada año más excepcional. Cibeles y los primeros tramos de la carrera están repletos de gente animando a los corredores.
Salimos los del maratón y los del medio maratón juntos, hasta el kilómetro 13. ¿Y qué más cosas ocurren dentro del pelotón? ¿Cómo se vive una maratón de Madrid? Pues en los primeros kilómetros te encuentras a corredores que van ayudando a otros a conseguir su marca y que hablan alto ofreciendo consejos a los demás: "¡Hoy hay que hidratarse muy bien!". O cantando canciones y animando al resto a que se unan: "¡Maneras de vivir!
Toda la subida de Recoletos y Castellana se lleva bien, porque son los primeros kilómetros, pero es cuesta arriba y hay realmente pocas personas animando. Es cuando empiezas a bajar por Bravo Murillo cuando la cosa cambia. Primero porque tienes el primer tramo cuesta abajo, y luego porque ya vas encontrando a grupos aislados de personas gritando y jaleando. Está ese simpático señor de bigote amplificando su voz con un megáfono. Y piensas en cómo se entrega a su tarea y lo agradeces eternamente. Un poco más adelante pasas el kilómetro 10 y te das cuenta de que la cosa va en serio. Y lo peor es que empiezas a notar el calor.
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Sube la temperatura
El del domingo en Madrid era un día duro para correr. Se había avisado en jornadas anteriores. Y si bien no era una situación extrema para correr, había que tomar precauciones. Cuando pasaba por las paradas de autobús miraba los termómetros. Cerca de las 10 de la mañana marcaban 18 grados. Pasadas las 11 más de 20 grados en algunos. Por eso decidí que bebería en todos los avituallamientos que pudiera agua y bebida isotónica. Y parece que es lo que hacían los que iban a mi alrededor.
Pero lo mejor estaba por llegar. Cuando la carrera pasa por lugares tan emblemáticos como la Gran Vía, la Plaza de Callao o Sol te das cuenta de la dimensión que tiene esta carrera. Y su público. Filas de vallas separan a los espectadores que animan sin cesar. Bajas la calle Preciados y se te pone la piel de gallina. Llegas a la Puerta del Sol y un grupo de música anima a su vez a los corredores y al público. Es uno de los puntos clave de la carrera. Y todavía las fuerzas van bastante intactas.
¿ Qué otras anécdotas y situaciones te encuentras en una maratón como esta? Pues si tienes la suerte de vivir en esta ciudad, como yo, te vas encontrando amigos y conocidos entre el público. Y sus ánimos te impulsan un poco más. A veces incluso demasiado. Porque te vienes arriba, subes el ritmo y los gritos que les lanzas para agradecerles su apoyo te restan fuerzas. Pero merece la pena.
Y de repente coincides con un extraño. Al poco de cruzar el punto de la media maratón, kilómetro 21. "¿A qué ritmo vais? ¿Qué marca queréis hacer?". Cuando le respondes te dice que le cuadra y que si no nos importa que se una a nosotros. "¡Claro que no!". Antes de la bajada del Parque del Oeste se suma otro corredor a nuestra charla. Y todos coincidimos en que hay que tener cuidado en ese tramo, porque si nos dejamos llevar por la pendiente podemos pagarlo más tarde.
Pesan los kilómetros
Entonces llega el lugar temido: la Avenida de Valladolid. Una larga recta de un
kilómetro que uno de nuestros nuevos amigos detesta y así nos lo hace saber en varias ocasiones. Y tiene razón. Aquí no hay nada de público y la calle se hace dura. Pero el premio está la final, en la Glorieta de Príncipe Pío. Donde de nuevo aparece el público en masa, justo antes de entrar en la Casa de Campo.
Aquí un amigo me espera para hacer con nosotros unos kilómetros. Creo que casi todos los maratonianos de Madrid estamos de acuerdo en que uno de los aciertos del actual recorrido de la maratón de nuestra ciudad es haber eliminado varios kilómetros de la Casa de Campo, porque eran los más desangelados. Pero hoy agradecemos el paso por este lugar mítico para los corredores de la capital. Porque aquí la temperatura baja unos grados y hay largos tramos a la sombra de los árboles.
Y cuando acaba, la salida es por la cuesta junto a la estación de metro de Lago, otro de los lugares clave de la animación. Mi amigo nos deja y nos anima. Nos acercamos al kilómetro 30 y un corredor que va junto a nosotros comenta: "Esto sí que es un muro". Y así es. La cuesta es complicada, aunque no muy larga y el público te lleva en volandas.
A partir de aquí comienza la maratón de verdad. Mientras te fijas en otros detalles. Los patinadores y su gran trabajo, haciendo equilibrios a duras penas mientras echan "Reflex" en las piernas de maratonianos que no se quieren parar. Algunos, como explican a duras penas, porque dicen que si se detienen no saben si sus músculos les van a dejar seguir.
Y es que la deshidratación hace que aparezcan más molestias musculares de lo normal. Por eso sigo bebiendo mucho. A pesar de ello, al rato tenga sed. Y ya será una constante hasta el final de la carrera.
El público empuja
El momento fatídico empieza en el Paseo Imperial. Pero hay una buena noticia: hemos superado el muro. Eso sí, hemos bajado el ritmo, el calor sube y el cuerpo no responde como nos gustaría. Lo bueno es que hasta el final, en mayor o menor medida y de manera intermitente, habrá público en todo momento.
En los avituallamientos ya te dan plátanos y geles si los necesitas. Y la labor de los voluntarios es encomiable. Te animan todo lo que pueden mientras hacen malabares con varias botellas en la mano.
En este punto, y en un día como el de este pasado domingo, te empiezas a encontrar con situaciones menos agradables. Muchos corredores, ya desde el kilómetro 30 (algunos antes) caminando y muy cansados. Algunos con tirones estirando. Otros siendo atendidos por personal sanitario por dolores musculares.
Y mientras vas asistiendo a estampas típicas del maratón pasan los kilómetros y el ritmo sigue bajando. Lento pero seguro. Hasta que llegas a la Glorieta de Atocha y tienes un nuevo subidón con otro tramo de mucho público. Y te fijas en las banderas y las pancartas. Muchas banderas de países diferentes. Y muchas pancartas, carteles o símbolos con mensajes dedicados a algunos corredores en particular.
Es espectacular el ambiente y la disposición de los más pequeños a animar y a poner sus manos para que las choquemos y consigamos un poco de motivación extra. Al girar para tomar el Paseo del Prado me encuentro con algo que no recuerdo de otros años: han puesto vallas y cinta en medio de la calle para separar a los espectadores y se ha estrechado el paso de los corredores, así que sientes mucho más cerca sus ánimos.
La sombra que nos acompaña hasta Neptuno es de agradecer. Allí está el gran Ramiro Matomoros, el mítico corredor popular que ganó la maratón madrileña en los años 80, animando como uno más junto a algunos miembros de su club de atletismo.
Nos acercamos al 39 y al último tramo delicado de la prueba. Y cuando subes la calle Goya con las piernas doloridas y el sol está pegando fuerte desde arriba, aprietas los dientes y sacas fuerzas extra para afrontar la última cuesta.
Entonces tu corazón da un vuelco. En la calle Velazquez ves una ambulancia y personal sanitario atendiendo a una persona a la que suben a una camilla. Tiene mala pinta. Luego te enteras de que ha sido un infarto. Un hombre de 53 años, según los datos de la Dirección de Emergencias de Madrid, que por suerte consiguen estabilizar y trasladan al hospital. Al final, hubo 30 traslados a hospital y 7 heridos graves, según la misma información. Algunos por problemas de corazón y otros por golpes de calor.
Cerca de la gloria
El calor se siente cada vez más. El atmosférico y el del público. Enfilas Príncipe de Vergara y al final está el Retiro, con su meta. Y me encuentro con algo especial de nuevo. Cuando acaba esa calle, antes de girar para entrar en el parque, el público es tan numeroso y está tan encima del corredor, que apenas podemos avanzar por ese pasillo humano de dos en dos. Es algo incómodo, pero de nuevo se te pone la piel de gallina. Una vez más, es algo que no recuerdo de años pasados.
La entrada en el Retiro es ya el premio. Y cuando llegas a la zona con más público y ves el arco de meta te emocionas. No he corrido muchas maratones, pero no son pocas. Eso sí, recuerdo cada una de las entradas en meta. Y, vayas como vayas, a tope, lento, disfrutando o sufriendo, pasar bajo el arco después de 42 kilómetros y 195 metros siempre es especial.
Como lo es recibir tu medalla, que puedes luego grabar con tu nombre y tu tiempo en la misma zona de meta. Y te vas encontrando con amigos y les das la enhorabuena y ellos a ti. Y los comentarios son muy parecidos: "No era día para forzar ni para buscar marcas". Parece que muchos hemos sido sensatos y lo hemos tenido en cuenta.
La maratón de Madrid se despide de su 40 aniversario, estrenando su etiqueta de Oro de la IAFF mientras van llegando los más rezagados, que son recibidos en meta por miembros de la organización. Y en ese momento piensas: "El año que viene tengo que repetir".