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¿En qué se parecen un niño y un atleta de élite?

Por carreraspopulares.com

En el libro “El correr Chi”, Danny Dreyer comienza relatando como, desde la perspectiva de entrenador de running con muchos años de experiencia, un día se dio cuenta, al pasar por delante de una escuela, de cómo los niños corrían de manera anatómicamente perfecta: “Cada uno de ellos tiene un modo perfecto de correr: una buena inclinación, una zancada amplia que se abre tras ellos, una buena elevación de talones y una relajada oscilación de los brazos y de los hombros ¡Lo tenían todo!”

El resto del libro es un tratado amplio sobre cómo los adultos podemos entrenar y mejorar nuestra forma de correr para parecernos a esos niños, para que volvamos a correr como lo hacíamos cuando nadie nos había explicado cómo se hace. Es curioso comprobar cómo un cuerpo que está diseñado para correr es, a medida que envejece, modelado para que deje de hacerlo. Nuestras costumbres diarias no hacen sino incidir en el sedentarismo, muchas veces de forma que nos impide correr como deberíamos.

Yendo un paso más allá, un estudio publicado en 2018 en Frontiers in Physiology (Fronteras de la Fisiología), publicación científica con sede en Suiza, reveló que los niños son, fisiológicamente hablando, los mejores atletas de resistencia. Para ellos, correr es sólo un juego, algo que a los adultos se nos olvida muchas veces. Y esa relajación hace que su cuerpo responda con toda la capacidad con la que siglos de evolución nos han dotado a los seres humanos.

Por qué los niños no se cansan nunca

El estudio encuentra similitudes fisiológicas entre los niños y los atletas mejor preparados. En actividades de resistencia, como carrera continua, ciclismo o saltar, el estudio compara los niveles de fatiga y de metabolismo en niños preadolescentes y en atletas. El resultado es que los niños muestran un menor nivel en los indicadores de fatiga muscular y neuronal en comparación con aquellos atletas con años de entrenamiento.

Esto explica porqué los niños disponen de tanta energía a la hora de jugar. No es tanto que tengan más energía, sino que la utilizan de manera más eficiente. En el estudio, los niños se sentían menos cansados en comparación con los atletas adultos, debido a su mejor metabolismo aeróbico. También se descubre, en este estudio, que los niños necesitan menos tiempo para recuperar su nivel de pulsaciones y tienen mejor habilidad corporal de deshacerse del lactato en sangre, algo que se considera vital para el rendimiento en pruebas de larga distancia.

Lo que el estudio no explica son las causas por las que los adultos hemos perdido parte de esa capacidad de la que sí disponíamos cuando éramos pequeños. Pero no andamos desencaminados si apuntamos a la paulatina reducción de la capacidad de jugar y de estar en movimiento. Cuando somos niños corremos para jugar, para divertirnos. Con los años (y las responsabilidades), nos volvemos más sedentarios, no nos movemos para divertirnos, y en parte eso explicaría por qué nos vamos fatigando cada vez más rápido. Quizá si no perdiéramos la capacidad de jugar, seríamos mejores atletas.


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