¿Las zapatillas de correr te hacen daño? El truco está en los cordones
Por carreraspopulares.com
Correr, lejos de lo que pueda parecer al principio, es una actividad bastante compleja, en la que entran en juego cientos de músculos, tendones y ligamentos de nuestro cuerpo. El equilibrio de fuerzas y tensiones que se producen cuando elevamos nuestro cuerpo gracias al impulso de nuestro tren inferior es vital para que no se traduzca en patologías o lesiones que pongan en peligro el desempeño del conjunto de la musculatura.
Todo este galimatías para decir algo que ya sabemos: que si no estiramos bien, no vamos al fisio de vez en cuando y además, no prestamos atención a las señales del cuerpo, nos estamos exponiendo a una lesión.
Y también para decir que, de la misma manera que correr provoca tensión en nuestros músculos y tendones, al pisar y elevarnos se produce una serie de fuerzas que afectan al comportamiento de nuestra zapatilla, que no deja de ser el lugar por el que entramos en contacto con el suelo. Una buena zapatilla es aquella que nos protege de sufrir daño en nuestros pies y piernas mientras corremos. Los pies, por tanto, son muy importantes, y de cómo los protejamos depende su bienestar.
Muchas de las dolencias que podemos tener en los pies mientras corremos se pueden deber a una incorrecta protección por parte de la zapatilla o a cómo la zapatilla se adapta a nuestro pie. Los ingenieros que diseñan una zapatilla tienen en cuenta las características generales de los pies de los corredores y cómo funcionan a la hora de correr. Pero cada persona tenemos unos pies distintos y corremos de manera también diferente. ¿Cómo una misma zapatilla se nos podría adaptar al 100% a nuestro pie y protegerlo mientras corremos? Una de las formas en las que podemos adaptar el rendimiento de la zapatilla a las características de nuestros pies es con la forma en la que nos atamos los cordones o cómo encordamos la zapatilla.
Hace un tiempo se hizo viral una imagen en la que se mostraban seis formas diferentes de encordar una zapatilla en función del tipo de pie de cada uno o del problema que se quisiera evitar. Es importante que la forma en la que atamos la zapatilla nos proteja ante cosas como las uñas negras, o una excesiva presión en el empeine, mientras aseguramos una correcta sujeción. Las formas en las que la zapatilla se puede atar nos ayudarán a:
1. Evitar uñas negras. Si en lugar de encordar las zapatillas de manera cruzada, pasamos los cordones de forma horizontal (es decir, de un agujero de un lado hasta el que está a su misma altura al otro lado), conseguiremos que no ejerza tanta presión en la puntera y liberar espacio para que no roce tanto en la punta de los dedos.
2. Sujetar el talón. Si las zapatillas te dejan demasiado suelto el talón y te notas inestable, prueba a pasar la lazada por el último agujero de los cordones, cruzando por arriba (ver imagen). Así, el pie estará más recogido por la parte trasera.
3. Reducir la presión en el empeine. Si tienes más ancho el empeine, prueba a dejar libres un par de agujeros al encordar la zapatilla, coincidiendo con esta parte del pie. Así, no tendrás una presión excesiva en la zona.
4. Sujetar el antepié. Si la parte delantera de tu pie es muy estrecha, te conviene que los dedos no “bailen” en exceso dentro de la zapatilla. Para evitarlo, haz una doble pasada en los agujeros más bajos de la zapatilla, para que hagan más tensión y cierren más el espacio en esa zona. Siempre es recomendable hacer el ajuste con el pie dentro y hacer varias pruebas hasta que encuentres la posición en la que tu pie esté más cómodo y sujeto.
5. Dar más espacio al pie. Si en general tienes la sensación de que el pie está muy apretado, prueba a dejar las cordadas más libres y en horizontal, cruzando lo menos posible por encima del empeine. Así, al atarlas no estarán haciendo presión en la parte superior del pie.
6. Más espacio en el antepié. Si, al contrario que en la opción 4, tienes una parte delantera muy ancha y la zapatilla la presiona en exceso, reduce el número de lazadas en la zona delantera del pie, haciendo así que esté más suelto y, por lo tanto, menos expuesto a rozaduras.
No hace falta ser un experto en arquitectura de la zapatilla o en podología para probar nuevas formas de pasar los cordones de la zapatilla, en función de tu tipo de pie o pisada. Lo más importante es conseguir que nos olvidemos del propio pie en cada paso que damos, para poder centrarnos en lo que nos gusta: disfrutar del camino recorrido.