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Conoce a los monjes maratonianos del Monte Hiei (que no son tales)

Por carreraspopulares.com

Las leyendas son leyendas porque, quien las cuenta, añade un poco de sí mismo y quien las escucha añade otro poco. Cuando nos cuentan una hazaña de alguien, tendemos a compararla con aquellas que conocemos o que incluso hemos podido realizar nosotros mismos. Es nuestra forma de comprender la magnitud de cualquier cosa que pasa a nuestro alrededor.

Cuando alguien nos dice, o leemos, que en los montes cerca de la ciudad de Kyoto hay unos monjes que corren mil maratones en mil días, inmediatamente les elevamos (nunca mejor dicho) a los altares del deporte. Lo que pasa es que no es así. En Japón no hay unos monjes que corren un maratón diario durante mil días. Entre otras cosas porque probablemente ni sepan dónde está la ciudad griega. En realidad, tampoco corren, puesto que la mayoría de este trazado lo hacen andando, como parte de un proceso de meditación. Pero por supuesto, lo llamemos como lo llamemos, su historia habla del ser humano, de su relación con la actividad física y cómo esta nos puede llevar a estar más cerca de la trascendencia.

En algún lugar en las montañas que rodean la ciudad de Kyoto, existe una práctica ascética llevada a cabo por los monjes del culto budista Tendai. Esta práctica, conocida como kaihōgyō implica caminar en una ruta por el monte Hiei (localización de las escuelas de esta práctica budista). La ruta más larga lleva hasta 1.000 días, mientras se ofrecen rezos en los templos y otros lugares sagrados. Poco tiene de deportiva esta práctica, de no ser porque, desde un punto de vista deportivo, se trata de un reto que precisa una forma física especial. De hecho, en los últimos 130 años, sólo 46 monjes han completado la versión más larga del ritual.

No se trata, por tanto, de una práctica abierta a todos ni que podamos ir a contemplar o a conocer. El acceso al templo está reservado para los monjes y sus invitados. Como parte de la enseñanza de los monjes Tendai, se dice que la iluminación puede ser obtenida en esta vida. El proceso requiere el mayor grado de devoción y servicio del que sean capaces, y el kaihōgyō es la expresión máxima de este deseo. Al final del ritual, de ser completado, los estudiantes habrán conseguido un grado máximo de identificación con el buda conocido como Fudo Myoo.

No todos los monjes que pasan por la escuela budista del monte Hiei intentan este ritual. El más habitual es el de 100 días de meditación y peregrinación. Sólo los miembros más elevados de la comunidad están preparados para meditar durante esos 1000 “maratones”. Hay un proceso de selección para el kaihōgyō, que se inicia después de 100 días de práctica, con la petición de los alumnos a los monjes del templo la posibilidad de completar los otros 900 días. La tradición decía que, una vez iniciado el camino del kaihōgyō, los monjes aspirantes tenían únicamente dos opciones: o completarlo o la muerte. No hay documentación de que en los siglos XX o XXI ningún monje haya tenido que quitarse la vida por este desafío, ya que los procesos de selección son lo suficientemente estrictos para asegurar que quien lo empiece, lo acabe.

Las fases del ritual

El kaihōgyō necesita de 7 años para completarse. El camino que deben recorrer los primeros 3 años es de 30 o 40 kilómetros diarios, dependiendo de la ruta escogida por el monje. Este camino, además de las clases de meditación y caligrafía, debe completarse durante 100 días cada uno de estos años. En el año cuatro, se duplica el número de días, ascendiendo a 200 ese año y el siguiente. En el sexto año, se incrementa la distancia, debiendo recorrer 60 kilómetros al día durante 200 días. Por último, en el séptimo año se deben recorrer 84 kilómetros al día durante 100 días, seguidos de otros 100 días del camino original (30/40 kilómetros).

Por si fuera poco, durante el quinto año del ritual, el monje pasa por una de las fases más duras del proceso. Para demostrar su espiritualidad, debe pasar siete días y medio sin comida, agua o descanso de ningún tipo. Simplemente debe sentarse en el templo y recitar el mantra del Fudo Myoo constantemente. Dos monjes le acompañan para asegurar que no se duerme y a las 2 de la madrugada, cada día, debe levantarse para tomar agua de un manantial y realizar una ofrenda ritual.

Alcanzar la trascendencia

Está claro, pues, que no estamos siendo acertados si decimos que se trata de “monjes maratonianos”, puesto que lo que ellos realizan poco se parece a los retos a los que nos enfrentamos los amantes del running. Sin embargo, sí hay algo que podemos tomar como enseñanza. Y es que el deporte de la carrera a pie tiene mucho de introspección y de auto conocimiento. No es que vayamos a alcanzar la espiritualidad gracias a correr, pero sin duda estaremos en un estado aproximado.

“Todos los humanos se preguntan cuál es el sentido de la vida.” dice uno de los monjes del templo. “El movimiento constante durante mil días te da mucho tiempo para pensar sobre ello, y para reflexionar sobre tu vida. Es un tipo de meditación a través del movimiento. Por eso no debes ir rápido. Es un tiempo para pensar cómo deberías vivir.”

Por último, este mismo monje nos recuerda que “no llega un momento en el que te paras y lo entiendes todo. El proceso de aprendizaje continúa. El reto de los mil días no es un punto final. El verdadero reto es continuar disfrutando de la vida y aprendiendo nuevas cosas.”


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