Corriendo por los puertos míticos (XVIII): Geiranger-Dalsnibba, Noruega
Por Jorge González de Matauco para carreraspopulares.com
Pongámonos un minuto a enumerar todos los puertos míticos europeos que nos vienen a la cabeza. Seguro que para la mayoría de nosotros se llevan la palma cimas situadas en España, Francia e Italia. De muchos de ellos y sus carreras ya nos hemos ocupado. Pero lo cierto es que en muchos otros países existen carreteras de montaña que destacan por su belleza, su altitud, su dificultad o su historia, o por todas esas circunstancias a la vez. Simplemente son menos conocidos por no ser atravesados por famosas carreras ciclistas o por estar situados más lejos de nuestro entorno.
Noruega es uno de esos países con todos los condicionantes a su favor para albergar cumbres de leyenda: montañas, fiordos y dramáticos paisajes. El nombre de Dalsnibba no sonará de nada al lector, pero quizá la cosa cambie si hablamos de Geiranger. Al menos los más familiarizados con la geografía nórdica identificarán Geiranger como uno de los fiordos más imponentes y visitados de Noruega, dotado de unos parajes muy difíciles de olvidar cuando se ha tenido el acierto de elegirlos como destino de algún viaje vacacional.
La Dalsnibba Run
El pasado 11 de junio se celebró la 23ª edición de la Dalsnibba Run, un desafío de 21 kilómetros que conecta el fiordo de Geiranger con la cima del monte Dalsnibba, pasando, por tanto, de 0 a 1.500 metros de altitud.
219 atletas se inscribieron a una subida espectacular por una de las carreteras más grandiosas del país nórdico, en teoría todos con el objetivo de batir el récord de 1 hora 28 minutos 57 segundos, que data de 2009. Una mínima referencia histórica a la carretera, que quedó finalizada en 1939, con la construcción de los cinco últimos kilómetros, aunque la II Guerra Mundial retrasó su inauguración hasta 1948. La carrera pedestre de 21 kilómetros es solo un eslabón de la cadena de acontecimientos deportivos que se disputan ese día, ya que, además, está prevista una marcha no competitiva y una prueba ciclista con el mismo recorrido (con otros 356 participantes), aparte de otros eventos menores.
La carretera solo será cortada en los cinco kilómetros finales, los más empinados, en una zona asfaltada en 2014, ya que hasta entonces era de tierra. El tiempo también va a ser espléndido, soleado y con temperaturas de unos quince grados en la salida y unos diez en la llegada.
Aunque el protagonista de estos artículos no es el autor, sino los puertos míticos, cabe hacer una aclaración, o más bien una confesión. Porque en esta ocasión, el título resulta un tanto mentiroso, ya que más que “corriendo” se debería titular “andando por los puertos míticos”. En el anterior capítulo, la subida a los Lagos de Covadonga, mencioné que terminé la carrera cojeando y con dolor en el gemelo derecho. Inscrito en la carrera noruega, que se celebraría solo seis días después de la asturiana, y con billete de avión ya comprado, busqué una solución que no supusiera cancelar todos los planes. Y esa solución surgió casi caída del cielo, porque la organización había previsto dos salidas de la carrera, una oficial y otra, una hora antes, para los corredores más lentos, así que me apunté a la salida más temprana, con el objetivo de hacer toda la subida caminando, ya que correr me resultaba imposible.
Arranca la prueba
A las diez y media en punto, junto al embarcadero de Geiranger y amenizada hasta por una banda de música, se lanza la primera salida y, aun siendo lentos, ya en los primeros cien metros mis compañeros me sacan cincuenta. Poco más puedo hacer que caminar lo más rápidamente posible entre las casas de madera que van surgiendo a las afueras del pueblo de Geiranger.
Los cinco primeros kilómetros son duros (rampas medias del 8%) y con muchas curvas, y se va ganando rápidamente altitud. El paso por el hotel Utsikten, en el kilómetro cuatro, permite una primera panorámica asombrosa sobre el fiordo y las montañas nevadas que lo envuelven, con un grupo de japoneses haciendo fotos sin parar. En el mes de junio, las montañas noruegas aún tienen mucha nieve y durante todo el recorrido encontramos fantásticas cascadas. Luego van surgiendo circos de montaña y algunos espectadores dispersos me animan con el típico “heia” noruego, que entiendo que significaría algo así como nuestros “vamos” o “ánimo”. Correr también sirve para aprender idiomas.
Tras el paso por un arco de piedra y un primer descanso de un kilómetro y medio, las rampas vuelven a endurecerse con la misma intensidad que antes. Aún no me han pasado los primeros del grupo rápido, que han salido una hora más tarde, y me pregunto cuánto tardarán. No es hasta pasado el kilómetro 11 cuando me sobrepasan, me animo pensando que falta menos de la mitad. Y según me van adelantando más participantes el panorama se hace más agreste e imponente. Las revueltas de la carretera permiten vistas hacia el valle y aparecen las primeras paredes de nieve en la carretera, siempre flanqueada con las inevitables montañas.
Un nuevo descanso de dos kilómetros más planos, en los que, para mi sorpresa, adelanto a una participante de mi salida que parece haber reventado, es el prólogo a la parte más extenuante de la ascensión. Y también a la más bella, porque, junto a un refugio de nombre enrevesado (Djupvasshytta), nos asomamos al lago Djupvatnet, cuyas aguas apenas han comenzado a deshelarse y aún se presentan como una masa casi sólida. Hasta aquí hemos circulado por una carretera regional, pero a partir de ahora nos desviamos tomando aún mayor altitud por una carretera de peaje llamada Nibbevegen.
Restan cinco kilómetros de rampas medias del 10%, de revueltas, paredones de metro y medio de nieve que flanquean la carretera y vistas sobrecogedoras sobre el lago helado y las montañas que lo circundan. Coincidiendo con los ciclistas, que también terminan su ascensión, el postre final son las panorámicas sobre las aguas del fiordo, que hacen realidad el lema de la carrera (Fra fjord till fell – Del fiordo a la cima, siguiendo con los idiomas). La subida y sus 35 curvas de herradura son ya historia. Pocas veces me ha hecho más ilusión acabar una carrera y, aunque sea lo de menos, tampoco está mal evitar los últimos puestos a pesar de no haber podido correr ni un solo metro.
Desde allí arriba se comprende por qué los noruegos se enorgullecen de esta carretera y la promocionan como la más alta de Europa con vistas sobre un fiordo. Quizás al final el fiordo sea lo de menos, en medio del grandioso espectáculo que hemos atravesado, con impetuosas cascadas, paredes de nieve, circos de ásperas montañas y hasta un lago congelado.
Quienes viajen a Geiranger desde el norte, es decir, desde la localidad de Andelsnes, como fue mi caso, podrán descubrir y quizás incluso corretear, con extremo cuidado en cualquier caso, por otras dos de las carreteras míticas de Noruega, con curvas vertiginosas y paisajes de impresión. La Trollstigen o escalera de los trolls es una vía enrevesada como pocas en el mundo, mientras que la Ornevegen o carretera de las águilas ofrece unas panorámicas inolvidables sobre el fiordo de Geiranger y su cascada más famosa, la llamada Siete Hermanas. Un dúo de lujo para acompañar a la subida a Dalsnibba y su sensacional carrera.
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Jorge González de Matauco
Autor del libro En busca de las carreras extremas