CORRIENDO POR LOS PUERTOS MÍTICOS (XXI): Hatcher Pass, Alaska
Por Jorge González de Matauco para carreraspopulares.com
Si la sexta entrega de la serie nos llevó al continente africano para acercarnos a la carrera del Sani Pass, en esta ocasión abandonamos de nuevo Europa con rumbo a Norteamérica, en concreto a la salvaje Alaska. Con un territorio que ocupa tres veces el de España y solo 600.000 habitantes, Alaska es uno de los pocos lugares donde alguien que lo deseara podría aislarse completamente en la naturaleza, en bosques inexplorados o en montañas despiadadas, entre las que sobresale el Denali (o McKinley), techo de Norteamérica con sus 6.194 metros de altitud. Además, de sus cordilleras caen hacia el mar cientos de glaciares y los lagos son omnipresentes.
Con estas credenciales, y respetando siempre la amenaza latente de los numerosos osos y lobos, no resulta aventurado declarar Alaska como un paraíso para el corredor, especialmente para el de montaña, que dispone de diversas carreras para elegir, entre las que destaca el Skagway Marathon, presentado como uno de los más bellos y duros de los Estados Unidos.
Seguramente, el Hatcher Pass Marathon no sea menos espectacular, y, además, atraviesa uno de los puertos más míticos de Alaska, donde los pasos de montaña más emblemáticos están inevitablemente relacionados con otra carrera que allá por finales del siglo XIX cambió la fisonomía y la historia del Yukon y de Alaska para siempre: la carrera ocasionada por la denominada fiebre del oro. El principal escenario de esa fiebre fue el río Klondike, adonde acudieron más de 100.000 buscadores a través de dos famosos pasos de montaña: el Chilkoot Pass y el White Pass.
Pero al cobijo de esa carrera mayor hubo otras menores que alcanzaron menos difusión, como la que tuvo lugar en el Hatcher Pass, cuando el descubrimiento de oro en dos montañas cercanas por parte de Robert Lee Hatcher, en cuyo honor se bautizó el paso, dio origen a una minifiebre que tuvo como resultado la afluencia de mineros y la puesta en marcha de un sistema organizado de extracción. En sus días de gloria, las minas del Hatcher Pass llegaron a contar con 204 trabajadores, y la explotación perduró hasta 1951.
La llegada a Willow
Organizado por un club de corredores locales, el Hatcher Pass Marathon tiene como sede la localidad de Willow, poco más que una aldea situada a una hora y veinte minutos de coche desde Anchorage, la ciudad más populosa de Alaska. Casi más complicado que correr resulta llegar al punto de salida sin disponer de un coche. No hay ningún transporte público que conecte Anchorage con Willow directamente, y para aumentar la dificultad, la carrera no comienza en el núcleo urbano, sino en un parking situado en medio de ninguna parte. Así que tengo suerte de que el propietario del hotel familiar en el que me alojo la noche anterior, ubicado en un paraje extraordinario a orillas de un lago, se ofrece a acercarme hasta la salida en su coche particular. Una vez en el lugar indicado, relleno la ficha de rigor y, previo pago de ochenta dólares, ya estoy inscrito en la carrera.
El Hatcher Pass Marathon celebra su 7ª edición, y pronto compruebo que apenas nos hemos juntado un puñado de corredores, en concreto, 34 inscritos para el maratón. Para aumentar el pelotón, la organización ha previsto una carrera de relevos, en la cual cada uno de los cuatro miembros completará una cuarta parte del maratón. Aun así, como corresponde a esta tierra de grandes espacios y grandes soledades, se podría decir que estamos en familia. Un tiempo soleado y una temperatura casi cálida para estas latitudes, que no para las nuestras, provocan algunas curiosidades, como un participante que corre sin camiseta desde el inicio y otro que lo hace con una falda escocesa (para estar más fresco, me dirá luego).
Arranca la prueba
A las nueve en punto arrancamos, y pronto la fila de corredores se dispersa por la Fishhook Road, la carretera que conduce al Hatcher Pass. Los primeros kilómetros se desarrollan sobre asfalto, aunque se puede salvar por un amplio arcén de grava y arenilla. Los únicos espectadores son los empleados en las muchas obras de adecentamiento de la carretera. En Alaska se aprovecha el verano para hacer todas las obras necesarias en el pavimento, ya que en invierno la nieve y el hielo lo cubren todo. Al mismo tiempo, como el tráfico no ha sido cortado, pasan coches de la organización a una velocidad muy baja advirtiendo con carteles a los otros vehículos de que tengan precaución, ya que hay corredores en la ruta.
En el kilómetro 8 desaparece el asfalto, sustituido por una pista ancha muy regular. El perfil, plano al inicio, se endurece en los kilómetros 5 y 7 para luego volver a suavizarse, siempre con tendencia a subir, a veces de manera inapreciable. Y así van pasando lentamente las millas, que es como se miden aquí las distancias. Al haber tan pocos corredores, adelantar o que te adelanten es casi un acontecimiento, y un motivo para charlar e intercambiar impresiones sobre la carrera. Incluso, en el kilómetro 26 unos jóvenes espectadores con aspecto muy relajado me invitan a una cerveza, aunque prefiero seguir con el agua.
Pero en realidad la parte más escénica de la carrera es el último tercio. Lo anterior ha sido una lenta aproximación a las montañas a través de bosques y arroyos, y finalmente de colinas que anuncian un endurecimiento del terreno que llega definitivamente en el kilómetro 27, con fuertes rampas que conllevan que por primera vez haya de recurrir a caminar en vez de correr. Nos va envolviendo un panorama de montañas verdes, cubiertas por praderas y por nieve en sus partes más altas. Los coches pasan con mayor frecuencia que en los primeros kilómetros y levantan una terrible polvareda en la carretera sin asfaltar, lo que, añadido al cansancio y las pendientes, da como resultado que correr resulte cada vez más difícil y más incómodo. Y un simpático cartel advierte de que las cuestas tienen ojos y saben cuándo estás caminando. A mí hace tiempo que me deben de haber fichado.
La cumbre del Hatcher Pass (1.184 metros de altitud), marcada por un hermoso lago, no es en realidad el final de la carrera. Todavía faltan tres kilómetros de un frenético descenso por la otra vertiente. La bajada es realmente pronunciada y un cartel avisa del más que probable peligro de calambres que trae consigo un cambio de perfil tan brusco. Por si fuera poco, los últimos cien metros son de nuevo cuesta arriba y es precisamente esa variación final la que acaba por derrumbar mis piernas. Por fortuna, son solo unos metros y el maratón está concluido. Ninguno de los 27 finishers ha conseguido batir el récord del maratón (2 horas 51 minutos 24 segundos), intacto desde 2014.
La meta se encuentra junto al Hatcher Pass Lodge, un alojamiento más que recomendable para pasar unos días descubriendo las innumerables posibilidades de hacer senderismo que ofrece la zona. La temperatura sigue siendo muy agradable y permite comentar las incidencias con el resto de participantes, sorprendidos de que alguien haya venido desde tan lejos para correr un maratón tan poco multitudinario como este.
A unos quince minutos a pie del Hatcher Pass Lodge se encuentra el llamado Independence Mine State Historic Park, una auténtica aldea minera convertida en museo. Allí, junto a las ruinas de diversas instalaciones, se han conservado todos los edificios que hacen que más que de un simple yacimiento pueda hablarse de una auténtica localidad minera. Es también el punto de inicio de numerosas rutas de senderismo que se internan en las Talkeetna Mountains y hacen las delicias de todos los residentes en los alrededores.
Ampliando más el radio de exploración, unos días en Alaska, con la excusa de correr un maratón, permitirán descubrir la magnificencia de sus nevadas montañas rocosas, sus impenetrables bosques o sus lagos de color metálico, realizar un crucero rodeado de cumbres agrestes, glaciares de todo tipo imaginable y una fauna con abundancia de ballenas y leones marinos o, por qué no, dar una vuelta en avioneta, uno de los medios de transportes más comunes en Alaska. Y es que, como reza su eslogan publicitario, Alaska representa la última frontera.
Más información: www.hatcherpassmarathon.com
Jorge González de Matauco
Autor del libro En busca de las carreras extremas