Corriendo por los puertos míticos(48: Furka + Grimsel + Nufenen, Suiza
Por Jorge González de Matauco para carreraspopulares.com
La trilogía suiza que forman los puertos de Susten, Grimsel y Furka constituye uno de los tramos de carretera más alucinantes de Europa. Y quien siga el rastro de estos tres altos tan inextricablemente unidos podrá comprobar que huelen a muerto, que atesoran una historia de violencia y de homicidios. Desde el malogrado ciclista belga Richard Depoorter, misteriosamente arrollado por un coche de su propio equipo tras caer en el descenso del Susten en una etapa de la Vuelta a Suiza de 1947, hasta el lago de los Muertos (Totensee) de la cima del Grimsel, donde reposan los espíritus de los ochocientos soldados ahogados en la Primera Batalla de Ulrichen (1211), cuando Suiza no se parecía en nada al remanso de paz que conocemos hoy en día. Y menos mal que la tercera pata de esa otra trilogía violenta pertenece al ámbito de la ficción, en concreto a la película Goldfinger, una de las más renombradas de la serie de James Bond. En la escena rodada en el puerto de Furka, la protagonista femenina Tilly Masterson trata de acabar con el malvado de turno, Auric Goldfinger. Quizá lo más llamativo sean los coches de lujo que adornan la escena, un anticipo de lo que uno se puede encontrar hoy en día en el mismo lugar.
Por razones logísticas y para evitar demasiados traslados, por esta vez tengo que olvidar el Susten y centrarme en el Furka y el Grimsel, los más antiguos de la tríada, ya que, utilizados desde tiempos de los romanos, fueron construidos en 1866 y 1894, respectivamente. Estratégicamente ubicada al pie de ambos puertos, Oberwald es el punto de partida más apropiado para el ascenso. Una diminuta localidad de apenas 250 habitantes donde por el día todo el mundo se saluda, pero que, en cuanto llega la oscuridad, se convierte en un frío desierto. Desde primera hora de la mañana corro ya por el primer tramo de seis kilómetros, entre Oberwald y Glestch, común para ambas subidas. Sumergido en el bosque de abetos, nada hace presagiar la majestuosidad que va a ser la tónica imperante en el recorrido. Solo cuando aparece una montaña rocosa cubierta de liquen rojizo y herida por una carretera que la va surcando de un lado a otro en sucesivas lazadas, el corredor tiene la impresión de que se acerca a algo fuera de lo normal. Se trata de la vía que asciende al paso Grimsel, la primera de las grandes panorámicas que me esperan.
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Gletsch se presenta como una aldea decadente con edificios ferroviarios abandonados y algunos hoteles ya cerrados a comienzos del otoño. Un encuentro sorprendente en un país tan avanzado como Suiza. Y es también el punto donde se separan los caminos del Grimsel y el Furka. Dejo el primero a la izquierda y me encamino hacia el Furka, a través de las primeras horquillas, que conducen a una interminable recta que se asciende con la vista ya puesta en la silueta de la montaña por la que irá subiendo la carretera, aún más espectacular que la del Grimsel, gracias al pintoresco hotel Belvedere y al glaciar del Ródano. Por asociación de ideas se me ocurre que el primero, de aspecto un tanto siniestro, podría haber servido de inspiración al gran maestro Hitchcock para el motel Bates de su película Psicosis. En realidad se trata de un auténtico nido de águilas, una valiosa reliquia de cinco pisos construida en fecha tan lejana como 1893. Por su parte, muy a juego con su vecino hotel Belvedere, el glaciar del Ródano, lejos de ser anodino, también representa la imagen de un ocaso, si vemos su reducido estado actual y lo comparamos con el de comienzos del siglo XX, cuando el hielo alcanzaba casi la aldea de Gletsch.
Me detengo a descansar y comprar unos recuerdos en la tienda del glaciar y la encargada me da una palmadita en la espalda, sorprendiéndose de la presencia de un corredor solitario tan arriba del puerto. Desde aquí, y ya hasta la cima, a 2.436 metros de altitud, a cada paso aumenta la belleza y el esplendor del escenario. Las panorámicas permiten divisar toda la ascensión realizada, con los trazos nerviosos de la carretera en primer plano, y más lejos, la subida del Grimsel y el perfil piramidal del imponente Finsteraarhorn, envuelto entre otras cumbres alpinas. Frontera entre los cantones de Valais y Uri y divisor de las aguas que se dirigen al mar del Norte o al Mediterráneo, el Furka es también punto de paso del Camino de Santiago, como se encarga de indicar una señal con la concha jacobea: a Santiago, 2.225 kilómetros.
Con una probada eficiencia, los autobuses amarillos de la Post (Servicio Postal Suizo) y su ruidoso claxon a tres tonos que los conductores no dudan en utilizar ante cualquier posible peligro conectan las cumbres de los puertos con los valles vecinos, pero aún faltan varias horas para que pase el siguiente, así que, tras reponer fuerzas en el hotel Furkablick, un hermano gemelo del Belvedere, y bajar un par de kilómetros por la otra vertiente, mucho menos espectacular, decido volver sobre mis pasos y descender hacia Gletsch. Una concentración de moteros que incluso aplauden mi trotecillo se convertirá en el mayor inconveniente del descenso. Porque si por la mañana el tráfico había sido moderado, por la tarde el Furka se transforma en una riada de motos y coches, incluso vehículos de carreras y antiguos, prácticamente de museo.
De nuevo en Gletsch, poco más de cinco kilómetros me separan de la cima del Grimsel (2.165 metros). A estas alturas ya llevo más de treinta en las piernas y a cada zancada aumenta la sensación de calor y agotamiento. Sin embargo, el panorama es insuperable. A medida que se gana altitud asoma un festival magnífico de carreteras enredadas en incontables revueltas. Jamás he visto un enlace de curvas tan enrevesado como el que constituyen el Furka y el Grimsel desde la ascensión de este último. Casi un mundo onírico fuera de la realidad. Como fuera de la realidad me encuentro al terminar la subida y un recorrido que suma finalmente 36 kilómetros. Por fortuna, por apenas veinte minutos, llego a tiempo para coger el último autobús de la Post, que en otros veinte minutos me devuelve a Oberwald.
Aunque no voy a visitar el Susten, sí puedo completar la trilogía de puertos alpinos suizos corriendo al día siguiente por el paso Nufenen, que mira desde arriba a las otros, pues con sus 2.478 metros es el más alto del país helvético. Desde el comienzo en Ulrichen, otro idílico pueblecito muy cercano a Oberwald, siento falta de fuerzas y las piernas muy pesadas, y lo achaco a la paliza del día anterior. Pero la realidad es que la dureza del Nufenen es mucho más importante y desagradable que la de los otros puertos. Sin ser ni mucho menos feo, tampoco el entorno paisajístico es tan destacado como el del Furka, pese a un despliegue espeluznante de horquillas una vez pasada la mitad de la ascensión. Pero el Nufenen esconde un alma negra que percibo desde el inicio, cuando cruzo una señal que recomienda a los motociclistas una conducción prudente y segura. Consejos vanos que caen el vacío. Es sábado, y a partir de las diez de la mañana el tráfico se convierte en un espanto. Coches de carreras y deportivos a toda velocidad, y sobre todo motos ante las que más vale correr bien pegado a la izquierda, incluso subiendo a la hierba cuando es posible. A esas velocidades no resulta extraño que el puerto atesore historias de coches, motos y autobuses desplomándose al vacío. Pese a que el Nufenen reúne todo lo necesario para resultar atractivo (lagos, panorámicas sobre montañas y glaciares y una extraordinaria secuencia de revueltas en torno a su décimo kilómetro) no recomendaría a nadie esta subida, ni corriendo ni siquiera en bicicleta, en una mañana de un fin de semana cualquiera de verano o principios de otoño.
En el restaurante Nufenen, en la misma cumbre, se habla italiano, además de alemán, lo que nos recuerda que estamos en una tierra fronteriza, en este caso entre los cantones de Valais y Tesino, que, en 1969, cuando se inauguró la carretera, tuvieron una agria disputa por un centenar de metros de territorio. Porque en Suiza, las magníficas carreteras de montaña vienen cargadas de historias de violencia y conflicto, algo paradójico teniendo en cuenta la bien ganada fama del país y sus espectaculares y pacíficos paisajes.