Corriendo por los puertos míticos(50): Bealach na Ba, Escocia
Por Jorge González de Matauco para carreraspopulares.com
Escocia es una tierra históricamente fértil para los corredores. Los libros de historia recogen que el rey Malcolm Canmore organizó la primera carrera de montaña de la que se tiene constancia con el fin de encontrar hombres rápidos que actuaran como mensajeros y entregaran sus despachos. Nada menos que en 1064 tuvo lugar aquella carrera en una colina conocida como CreagChoinnich, al oeste de Aberdeen. Consta que el vencedor fue un hombre del clan de los MacGregor, que recibió como premio una espada, un cinturón para portarla y una bolsa llena de oro. Hoy en día la prueba se sigue celebrando con una distancia de cinco kilómetros.
Otro escocés célebre relacionado con la carrera a pie fue el capitán Robert Barclay, cuyas hazañas no conocían límite, siendo uno de los precursores tanto de los ultramaratonianos de hoy en día, como de la planificación de entrenamientos y alimentación que seguía a rajatabla. Su proeza más importante, incomparable con cualquier otra de su tiempo, a comienzos del siglo XIX, consistió en marchar 1.000 millas durante 1.000 horas consecutivas. Percatándose de que la mayor dificultad radicaba en conseguir periodos de sueño en esos 41 días, Barclay ideó un control de los tiempos que le permitiera marchar dos millas seguidas, una al final de cada hora y otra al principio de la siguiente, lo que le proporcionaba descansos de casi hora y media. En los últimos días de su desafío solo se mantenía en pie a base de que le pincharan con agujas y le retumbaran los oídos con disparos de pistola. Después de completar con éxito las 1.000 millas dio órdenes de que le despertaran después de solo ocho horas, ya que temía no despertarse más a causa de su extremo sueño y fatiga.
Pero, por si fuera poco, además Escocia, especialmente en la región de las Highlands, atesora uno de los paisajes más sorprendentes de Europa, y uno acaba preguntándose cómo es posible que montañas de tan reducida altitud puedan contener tal cantidad de esplendor natural. Unos parajes atormentados, compuestos por estribaciones montañosas repletas de lagos, espacios vacíos y desolados páramos herbosos donde pastan rebaños de ovejas y se levantan castillos que parecen centinelas a la espera de los temidos invasores del sur. Como escribiera el maestro Stefan Zweig, “es un país trágico, desgarrado por lúgubres pasiones, tenebroso y romántico como una balada”, como si al doblar cualquier esquina fueran a surgir las huestes de Macbeth o las tropas a caballo de María Estuardo, protagonistas de dramas colosales. Con tales cualidades, poco puede sorprender que en las carreteras que recorren estos territorios se puedan encontrar puertos míticos cuya belleza poco desmerece de la de los grandes gigantes alpinos. Y entre ellos, el más deslumbrante es el Bealach na Ba, construido con tierra y gravilla en 1822 y que no fue asfaltado hasta 1950. Ese nombre gaélico significa paso del Ganado, lo que dice mucho de cuál era su función. Pese a sus modestos 626 metros de altitud, es un lugar aterrador en invierno, ya que atesora todo un arsenal de elementos que complican su paso (estrechez, curvas, escalones laterales y torrentes de agua que estropean el firme). Por el contrario, en verano, está invadida por coches de alquiler con turistas que no saben conducir en una carretera tan estrecha y son causa de colapsos y accidentes.
Probablemente, de todos los recorridos presentados hasta la fecha en esta serie, el Bealach na Ba sea el más aislado y complicado de acceder. Apenas un autobús circula semanalmente entre Inverness y Applecross, la aldea más cercana al paso. Así que no hay más remedio que alquilar un coche con conductor si uno desea acercarse a la zona, sobre todo teniendo en cuenta que, además, muchas de las vías son de un solo carril, con apartaderos para dejar paso y entenderse con los vehículos que circulan de frente. Una habilidad complicada de adquirir si no se está acostumbrado a tales complicaciones.
El Bealach na Ba es precisamente una de esas carreteras de un único carril, con apartaderos frecuentes. Comienza en la posesión de Tornapress, una granja solitariajusto en un cruce situado kilómetros después de Lochcarron, un hermoso núcleo, con residencias y campo de golf al borde un lago. Es un verdadero placer echar a correr por la cuesta mientras se disfruta del inicio de la subida, con espléndidas vistas sobre el lago Kishorn y encarando un circo de intimidantes montañas negras de formas misteriosas y nombres aún más extraños e impronunciables: BeinnBhan, Sgurra´Chaorachain, MeallGorn... Lo mejor llega al final de la ascensión, cuando, tras un kilómetro de considerable dureza, se accede a una serie de cuatro curvas de herradura con vistas alucinantes sobre el recorrido ya realizado, con oscuras rocas y abismos a cada lado. XX. Algo menos escénico, el descenso por la otra vertiente, entre páramos escabrosos, desiertos, abiertos y áridos, muestra continuamente panorámicas sobre las costas de la península de Applecross y la isla de Skye, con su famosa cordillera de las Black Cuillins.
Llegar a ApplecrossInn, o sea, a la taberna de Applecross significa objetivo cumplido. 17 kilómetros inolvidables con tiempo cambiante y tráfico escaso y, además, amable, ya que todos los conductores dan las gracias cuando uno se aparta para permitirles el paso en una carretera tan estrecha.Applecross es una minúscula localidad, digna de conocer por su encantador aislamiento, su magnífico emplazamiento costero, su hilera de casitas blancas, su aparcamiento lleno de coches de lujo y, como veremos, por otro tipo de excelencias igual de mundanas. Allí me espera el conductor que me devolverá a Inverness.
Lo que no entraba en ninguna de mis previsiones es que alguien comparara mi modesto logro con las grandes proezas de Robert Barclay. Al día siguiente me dirijo en un taxi al lago Ness, feudo de un archifamoso monstruo marino y sede de un no menos famoso maratón. El taxista se muestra tan encantado de conocer al atleta algo loco que había realizado la travesía por el Bealach na Ba que se da la vuelta repetidamente lanzando gritos de asombro, con evidente peligro para la integridad física del vehículo y de sus ocupantes. Y sigue lanzando exclamaciones de admiración –espero- sin acabar de creérselo. Al parecer, el conductor que me había llevado a Bealach na Ba había difundido mi proyecto entre todos los taxistas de Inverness. Y ahora su compañero hasta me pide que nos hagamos una foto para distribuirla entre los taxistas locales.
Y casi me mira de la misma manera, pero esta vez con sorpresa desagradable, cuando comento que no ha probado el fish and chips en Applecross. Un sacrilegio, un pecado mortal, llega a exclamar. Por lo visto, es el mejor fish and chips de todo el Reino Unido. Así que el lector que se acerque por Applecross ya está avisado: prohibido abandonar el lugar sin esa renombrada ingesta.