El infierno de las camisetas para correr
Por Mario Trota para carreraspopulares.com
Las tengo de todos los colores, tamaños, formas y procedencias. Ocupan más cajones en mi armario que el resto de ropa junta. ¡Sí, son las camisetas técnicas de correr!
Todo corredor ha pasado por lo mismo. Al principio, cuando comienzas a correr, te sirve cualquier camiseta. Lo normal es que, por desconocimiento, uses camisetas de algodón. Yo me ponía esas que regalaban en el ´super´ con el desodorante de moda o que tocaban en un sorteo al tomar un ´cubata´ del ron más normalito en el bar de turno. Había encontrado un uso más para la típica camiseta "para-estar-en-casa" o que se convierte en "trapo-para-limpiar".
Al menos así era cuando yo empecé a dar zancadas de forma asidua, sin plantearme ir a carreras, hace unos años. Hoy en día quizá, gracias a toda la información que hay por estar de moda esto de correr, la mayoría de la gente haga caso a los miles de consejos que se pueden encontrar en cualquier lado y usen desde el principio camisetas técnicas.
Ese fue mi segundo paso. Pero claro, no iba a gastarme 30 o 40 euros en una camiseta de marca por muy ´técnica´ y espectacular que fuera. Total, para usarla un rato dos veces por semana... Así que iba a esa gran superficie especializada en deporte en la que todos estáis pensando (ahora hay más opciones) y me compraba tres o cuatro por 20 euros. Y servían, cumplían con su cometido. Sin problemas.
Las carreras
Pero el verdadero infierno llegó cuando empecé a ir a carreras. Al principio te encanta que cuando te inscribes a una carrera te regalen una camiseta. De hecho, si en alguna no lo hacen, te pillas un cabreo de campeonato. Y la guardas con mimo, como un gran recuerdo. Como haces con el dorsal (¡otro tema que da para un libro!) o con otros regalos que a veces aparecen la bolsa del corredor.
Pero pasa el tiempo, te apuntas a más carreras y llegan más camisetas. Y claro, no sólo las guardas como recuerdo. Te das cuenta del valor económico de las mismas. Es decir: de lo que te vas a ahorrar porque no tienes que comprarlas. Las usas para entrenar y, si te gustan mucho, incluso, las usas en otras carreras.
Luego también aprendes a distinguir la calidad de las mismas y ves que muchas no valen casi ni para hacer trapos. Pero, no sabes bien por qué, acaban también en el cajón. Perdón, en los cajones. Porque llega un momento en que en uno solo no caben. Por mucho que intentes aplastar las prendas y empujar con fuerza.
Eso me pasaba a mí hace unos años. Mientras, lo reconozco, también había empezado a comprar camisetas de marca para correr, de las buenas. Sobre todo cuando fui aumentando kilómetros y me planteé participar en mi primer maratón. Ya había aprendido que lo ideal es que, si vas a estar muchos kilómetros seguidos corriendo con una camiseta, ésta sea buena, no te haga rozaduras, tenga buena transpiración y no resulte incómoda. Para unos pocos minutos quizá una que no cumpla esas características puede servir, pero es mejor no jugársela cuando pasamos a otro nivel menos novato.
Pero no acaba ahí la cosa. Porque a los amigos del grupo de corredores del gimnasio se les ocurre que hay que hacer una camiseta para cuando salimos a entrenar juntos, o para esa carrera a la que vamos a ir todos. Y conoces a otro grupo de corredores populares por Facebook con los que quedas de vez en cuando, y ellos también tienen su propia camiseta distintiva. A lo que hay que sumar las camisetas del Club de Atletismo al que me apunté durante una temporada. Una de tirantes y una de manga corta.
Enterrado en camisetas
Así que llega un momento en que te encuentras con decenas de camisetas, que te rodean y llenan tu armario. Y lo peor de todo: en realidad no usas ni la mitad de ellas. Ha llegado a haber decenas de camisetas que no me he puesto NUNCA. ¿Y por qué pasa esto? Porque algunas te gustan más (esa de ´finisher´ de aquel maratón del que tanto te gusta ´fardar´, o aquella de una carrera que es de buena marca y calidad, o esa otra que es tan bonita...) y las usas más a menudo.
Y las otras pasan al olvido. Y a impregnarse de olor a viejo en el fondo del armario. Hasta que tomas una drástica decisión: hay que hacer limpieza de camisetas.
Es cuando surge el siguiente problema: ¿cuáles tiro y cuáles me quedo?
Difícil elección. Las primeras que te quedas son esas que te traen un gran recuerdo o que pertenecen a usa carrera especial e importante para ti. Por supuesto, también te quedas con esas que compraste y que costaron bastante dinero y siguen en buen estado. Por no hablar de las del club de atletismo o tu grupo de corredores.
Así que haces recuento y apenas te has librado de un puñado de ellas. Hay que volver a empezar. Al final, con lágrimas en los ojos, prescindes de camisetas que antes querías con locura. Pero si quieres que el Síndrome de Diógenes del Corredor no te atrape de forma definitiva, tienes que ser fuerte y realizar ese duro sacrificio.
¿Qué hago con ellas?
Un día hice un recuento aproximado de cuántas camisetas había llegado a tener (porque la ´limpieza´ se realiza de manera frecuente) y de cuántas me había desprendido, y en ambos casos fueron cientos. Y aún tengo unas 100 en casa.
Y muchos os preguntaréis (sobre todo los novatos que a estas alturas del texto ya estarán horrorizados): ¿qué haces con las camisetas que no se quedan en casa? Pues hay varias opciones.
La ideal es poder donarlas a una ONG que luego las use para mandarlas a África o alguna zona donde hagan buen uso de ellas. Si están muy deterioradas, van directamente a la basura o al barreño de los ´aperos´ de limpieza. Aunque a mí lo que me gusta es regalarlas a amigos que empiezan a correr y no tienen camisetas. O a otro amigo o familiar no corredor que les dará el práctico uso de "camiseta-para-estar-en-casa", para jugar al pádel o para ir a caminar a la montaña los domingos. Cualquier opción está bien siempre que las camisetas desaparezcan de tu vista.
A pesar de los primeros momentos en los que la nostalgia por perder aquella prenda tan especial te embarga, la liberación (de espacio, básicamente) es tan grande que a la larga acabas contento. Hasta que te apuntas a la siguiente carrera, y a otra, y a una más. Y el infierno vuelve a empezar.