El virus del running: así caí yo
Por Chema Martínez Pastor para carreraspopulares.com
Antes de empezar a contar mi historia, decir que no la cuento para prevenir a nadie, ni para alejaros de la idea de correr. Tampoco de lo contrario. Si la cuento es, simplemente, para comprobar que no estoy solo en esto, que a vosotros también os ha pasado como a mí. Hola, me llamo Chema Martínez Pastor (no confundir con el atleta profesional) y soy adicto al running.
No me gusta lo de “adicto”. Creo que no es el reflejo de la realidad. Una persona adicta es alguien que se aficiona a algo de tal manera que le causa una sensación de ausencia o necesidad en el caso de que no lo tenga. Alguien que se engancha tanto a una sensación que siente un vacío cuando... ¡un momento! Maldita sea, puede que no me guste la palabra, pero en cierto modo sí que soy un adicto al running. Actualmente soy incapaz de imaginarme dejando de hacerlo. No puedo pasar más de 2-3 días sin correr y cuando me lesiono intento parar el menor tiempo posible (toco madera: hace tiempo que no me sucede). Y lo que es mejor: cuando no corro noto que estoy de peor humor. Correr me hace muy feliz y quiero que esta sensación me acompañe toda mi vida.
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¿Y cómo empezó todo esto? Supongo que como te habrá pasado a ti. Un amigo me propuso correr la San Silvestre de 2007. Siempre hay una carrera y casi siempre es la San Silvestre. Y siempre hay un amigo. Siempre. Porque, como cualquier adicción, alguien te la da a probar, siempre hay alguien que te anima a esa “primera dosis”. Empiezas poco a poco, con miedo pero también con ganas de saber qué se siente. Con curiosidad, diría yo. Y al principio no te gusta. Al menos en mi caso no me gustaba. Empezaba a correr con mis bermudas y mis zapatillas viejas, siguiendo a este amigo que llevaba un poco más que yo corriendo. Y me dolía todo. Pero cuando digo todo es todo. Bueno, cuando digo todo, me refiero al tibial. Tenía unos dolores que me hacían parar a los pocos minutos de empezar. Un dolor punzante, en la parte delantera de la pierna, que me impedían seguir. Yo no estaba hecho para correr, le (me) decía.
Pero luego, llega un momento en que algo cambia. Sin ayuda de un amigo no habría intentado pasar de ahí, habría asumido que mi cuerpo no está preparado y que debo buscar otra actividad para mí. Pero siguiendo sus zancadas y consejos, seguí adelante. Y corrimos esa San Silvestre. Podría decir que cruzar esa meta fue lo que lo cambió todo, pero creo que me equivoco. La felicidad que te provoca cruzar una meta es muy adictivo. Quieres más y más, quieres volver a repetir esa sensación. En realidad, lo que había pasado es que llegó un momento en que disfrutaba mientras corría. Parece muy lejano y una chorrada visto con el tiempo. Pero al principio no se disfruta mientras corres. Te sientes bien al acabar y es genial eso de ir aumentando la distancia. Pero mientras corres no disfrutas. Sólo piensas en parar. Pero hay un momento, posiblemente cuando ya controlas la respiración, que deja de faltarte el aire mientras das zancadas o cuando tus piernas dejan de doler mientras corres, en que te descubres que puedes levantar la cabeza, mirar al frente, ver los lugares por los que corres, la gente con la que te cruzas... ¡Puedes pensar! Por primera vez desde que empiezas a correr hay un momento en que puedes pensar en algo más que en el dolor de piernas o en no morir ahogado con la respiración.
Para mí ese fue el cambio. Darme cuenta de que, al correr, estaba conmigo mismo, con mis pensamientos. Que sí, que estaba mejorando mis tiempos y era capaz de correr más kilómetros. Pero, sobre todo, que con el ejercicio venía añadida una ventaja que no había tenido en cuenta: la relajación y la paz mental que te da. Y eso sí me enganchó. Gracias a correr se me olvidaban las preocupaciones del trabajo, de la vida en general. Este amigo, por circunstancias de la vida (y del trabajo) dejó de correr conmigo. Lo echo de menos, pero me dejó una afición para la que no necesitaba a nadie, y que me hace sentir bien solo por el hecho de practicarla.
Otro gran cambio sucedió cuando empecé, en 2010, con mi grupo de entrenamiento. Si hasta entonces había aprendido a disfrutar en solitario con mi actividad, a partir de ese momento comencé a disfrutarla con los demás. Ya no se trataba de compartir zancadas con alguien conocido, sino de hacer amigos corriendo. A lo mejor he tenido mucha suerte, no lo dudo. Pero creo que es algo que viene pegado al running. Los amigos que he hecho corriendo y gracias a correr siento que son indestructibles. He recorrido miles de kilómetros con mi gente, sumando zancadas y zancadas alrededor del mundo. Ahora disfruto mucho corriendo en cualquier circunstancia: solo, con amigos, con mi pareja... pero también con desconocidos. Este deporte me ha permitido hacer algo que me cuesta mucho en mi día a día, que es acercarme a alguien que no conozco y charlar un rato. Creo que esto solo me pasa con las zapatillas puestas.
Bueno, podría seguir pero creo que ha quedado claro cómo el running se ha metido en mis venas. Fijaos que no he hablado de competir, de tiempos ni de retos cumplidos. Eso da para otras cuantas líneas. Creo que si tuviera que destacar qué me ha hecho llegar hasta donde estoy (ya son más de 10 años sin dejar de correr), serían sin duda las personas con las que me he encontrado.