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Estudio: consecuencias para tu cerebro de la fatiga física

Por carreraspopulares.com

A nadie le gusta cansarse. Aunque hay quien lo tolera mejor que los demás, lo cierto es que es una sensación poco agradable. Si va acompañado de otras sensaciones (satisfacción del objetivo cumplido, realización de que estamos mejorando nuestra condición física, cercanía con los seres queridos...) el cansancio pasa desapercibido o, por lo menos, nos importa en menor medida.

“No te canses mucho” suele decir tu madre cuando te ve con las zapatillas puestas o le cuentas que mañana vas a correr el maratón de Berlín. Pero es que cuando corremos, es inevitable cansarse. Si no quisiéramos cansarnos, nos quedaríamos en el sofá (aunque, paradójicamente, a los runners nos agota pasar horas sentados). Acabar agotados una carrera o una sesión de entrenamiento es señal de que lo hemos “dado todo” o casi todo. De que el entrenamiento está dando sus frutos y sabemos por experiencia que el cuerpo nos recompensará con una mejor forma física.

Sin embargo, como todo en la vida, hay que tomarlo con moderación. Un estudio publicado en la revista eLife cuenta cómo llevar el ejercicio hasta el punto de la extenuación puede tener consecuencias negativas, especialmente si nos cansamos haciendo un ejercicio que no estamos acostumbrados a hacer. Esta consecuencia es especialmente relevante para aquellos que se están iniciando o que quieren llevar más lejos sus retos deportivos. Acabar agotados cada entrenamiento porque hemos intentado ir más rápido o hacer más kilómetros no solo no es recomendable, sino que puede tener un efecto negativo en nuestro rendimiento.

Entrenar más no siempre es sinónimo de estar mejorando

Para realizar el estudio, varios investigadores de las universidades de Maryland (Estados Unidos), Zurich (Suiza) yBoston (Estados Unidos) realizaron un sencillo pero efectivo experimento.

120 participantes fueron sometidos a una prueba consistente en sostener un dispositivo pulsado entre sus dedos índice y pulgar, ejerciendo diferentes tipos de presión mientras un ordenador iba registrando la actividad. El primer día del experimento, un grupo de los participantes tenían que sostener el dispositivo pulsado hasta que no pudieran más, alcanzando su punto de fatiga. El resto lo dejó antes de cansarse.

En el segundo día del experimento, simplemente tenían que sostenerlo un tiempo limitado, recogiendo sus sensaciones en una entrevista. Aquellos que habían sostenido el dispositivo hasta la fatiga en el día 1, fueron los que declararon que les costaba más hacerlo en el segundo día. Mientras, los que el primer día no se habían cansado, fueron capaces de resistir con menos problemas en el segundo intento. Los del primer grupo, incluso, necesitaron varios días para recuperar un nivel de resistencia similar al del resto del grupo.

La fatiga no es sólo corporal

De este simple ejercicio se deduce que la fatiga no sólo afecta al desempeño muscular, sino que el cerebro también sufre un efecto de desgaste que afecta a la capacidad de resistencia. El simple hecho de sostener un dispositivo entre dos dedos no supone un desgaste muscular que impida al segundo día volver a realizarlo. Sin embargo, según los investigadores, en este caso era el cerebro el que no había aprendido a regular el ejercicio y a aguantar cada vez más tiempo.

Los científicos sugieren que un entrenamiento más gradual permite al cerebro ir regulando los esfuerzos y adaptarse a cada nueva mejora de la manera adecuada. Traducido: correr más no siempre supone llegar antes a donde queremos.


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