La gran mentira que maravilló al mundo
Por carreraspopulares.com
Fueron 10 segundos (bueno, en realidad algo menos) que paralizaron al mundo.
Como cada cuatro años, llegaba la prueba reina de los Juegos Olímpicos. La disciplina que determinaba qué atleta era capaz de hacer lo que ningún otro había hecho antes, cuál de todos era el corredor más rápido del planeta.
Era 1988. Fue en Seúl. Era un 24 de septiembre. Bajo la mirada de varias decenas de miles de espectadores en el estadio olímpico y de centenares de millones en sus casas a través de la televisión, los atletas se prepararon.
“On your marks, get, set, go!”
Sonó el disparo y salieron los ocho participantes en la final olímpica de los 100 metros lisos con una velocidad espeluznante.
Las apuestas que se habían elaborado previas a la carrera no fallaban, y los espectadores centraban sus miradas sobre dos hombres con especial atención: el estadounidense Carl Lewis y el canadiense Ben Johnson. ¿La recordáis? ¿Recordáis esa carrera? Aquí la tenéis. Os animamos a que dediquéis 10 segundos (bueno, un poco menos) a rememorarla:
Los dos atletas libraban un nuevo capítulo, quizás el más importante, de un duelo que estaba marcando una época. Llamaba la atención la cadena dorada que Ben Johnson lucía al cuello. Quizás algo incómoda para correr. La mirada de Carl Lewis era de preocupación.
Los corredores se situaron. Sonó el disparo y, desde el primer segundo, desde la primera decena de metros, la superioridad de Ben Johnson era inapelable. Una locomotora con una potencia inusitada daba zancada tras zancada sobe el tartán olímpico. Se destacó muy rápido y apenas 9 segundos y 79 centésimas después, llegaba a meta con un gesto que al día siguiente imitarían los escolares de medio mundo en su tiempo de recreo: levantando un solo brazo con el dedo señalando hacia arriba, hacia el cielo, y con el gesto serio, de superioridad. Había dado una lección. Era el mejor, había batido el récord mundial. Medio mundo miraba con los ojos como platos la primera vez que un hombre era capaz de correr tan rápido. El corredor de origen jamaicano se convertía en un héroe.
Un récord que se esfumó pronto
Ben Johnson mantuvo el récord y la medalla solo unos días. 48 horas después de la carrera y en medio del escándalo, el Comité Olímpico Internacional notificó a Charlie Francis, el entrenador del canadiense, el positivo de su atleta por estanozolol, un esteroide. Horas más tarde, Ben Johnson era descalificado y Carl Lewis se proclamaba por segunda vez campeón olímpico.
Quien hasta entonces se había convertido en héroe de los aficionados, en imitado por los niños en medio mundo y en personaje glorificado por su hazaña, Ben Johnson, tenía que abandonar Seúl bajo la enorme vergüenza de la sospecha más certera del dopaje. Por la puerta de atrás abandonaba la ciudad olímpica.
Durante unos días, todas las especulaciones estuvieron activas, ya que Johnson se defendió diciendo que él no había tomado ningún tipo de sustancia prohibida.
Entonces, ¿todo era un montaje?, ¿un sabotaje, quizás?, ¿manipulación?
Finalmente, las pruebas cayeron sobre la verdad por su propio peso. Ya en su país, a final de año, se abrió una investigación judicial para estudiar el caso. Casi un año después y tras numerosos testimonios y pruebas, Johnson se sintió acorralado y admitió haber consumido sustancias prohibidas.
Se derribaron los cimientos de un mito. Se cayó un ídolo de muchos. Hasta ese momento, era inaudito que nadie admitiera tal cuestión. ¿Reconocer un dopaje? Imposible, hasta ese momento.
Se le quitaron también otras medallas, como la del Mundial de Roma de un año antes. Johnson, quien había maravillado al mundo, había en realidad engañado al mundo durante años, con un dopaje continuado. Es una historia que hoy ha tenido varios sucesores pero en la que, por desgracia, hubo un pionero al que descubrieron. No sabemos cuántos lo hicieron antes y no fueron descubiertos. A partir de entonces, la IAAF cambió de manera progresiva sus normas y sanciones antidopaje. También en eso marcó una época.