Mi fisio me hace mejor corredor
Por Mario Trota para carreraspopulares.com
Mi fisio me ayuda. Cuando tengo alguna molestia me alivia el dolor. Cuando tengo una lesión trabaja para que pueda superarla más rápido y de forma correcta. Cuando tengo las piernas cargadas me las deja livianas y suaves. Cuando acudo a su consulta de forma rutinaria a liberar la tensión muscular acumulada por los entrenos, las carrera o el estrés, me deja como nuevo para seguir dándole a la zapatilla durante kilómetros y kilómetros.
Pero mi fisio hace mucho más que eso: me entiende, me soporta, me da consejos, me anima, me motiva y, sobre todo, aplaca mis ansias de correr cuando no puedo (o no debo) hacerlo. Y creo que esta es la parte que más agradezco de su trabajo. Y supongo que eso no se enseña en la Facultad. Pero mi fisio tiene esas cualidades. Quizá tenga suerte y mi fisio es especial. Pero creo que no. Porque antes ya visité otros fisios y mis amigos acuden a otras clínicas con otros profesionales y la mayoría hablan igual de ellos.
Ya sabéis que en estos artículos me gusta contar, desde el punto de vista de un humilde corredor popular (no soy más que eso), cómo he vivido mi progresión desde un incauto y perdido novato que empieza a trotar con más miedo que vergüenza, hasta un semi-veterano del pelotón ‘runner’ que a veces corre mucho y otras muy poco. Y resulta que la mayoría han pasado por las mismas fases que yo, encontrándose con los mismos problemas, cambios o sensaciones. Y que si lo contamos, además de encontrar a gente que se identifica con nuestras historias, ayudaremos a esos que están ahora empezando en este estupendo mundo del corredor popular.
Pues bien, os voy a contar cómo ha sido esa evolución en mi experiencia con los fisios.
Al principio, cuando empiezas a correr, ni te planteas visitar a un fisio. Además, crees que sólo son para cuando tengas una lesión. Y eso a ti no te va a pasar, claro. Bueno, eso es lo que crees. Lo normal es que la primera vez que visites al fisio es, precisamente, cuando una molestia es lo suficientemente fuerte como para impedirte correr. Y eso que tienes a amigos que llevan años recorriendo kilómetros que te han insistido desde el principio que el principal beneficio que te puede aportar un fisio no es ayudarte en una lesión, ¡sino prevenirla! Pero ni les escuchas.
En mi entorno la mayoría de los que empezaron a ir al fisio lo hicieron precisamente por una lesión. No fue mi caso. Alguien me convenció a tiempo de que tenía que ir de forma periódica, sobre todo si empezaba a aumentar el kilometraje y la intensidad de los entrenamientos. Al menos a “descargar las piernas”, me decían. No tenía ni idea de a qué se referían.
Pero lo entendí perfectamente la primera vez que fui. Tú casi no te das cuenta, pero cuando corres las piernas se van “cargando”. Sí, se hacen más pesadas. Se tensan, se ponen más rígidas. Y cuando más lo notas es el día que el fisio te las “descarga”. Sí, hace su magia particular con sus robustas manos. No lo digo porque sean toscas, grandes y feas, que en el caso de mi fisio es todo lo contrario, sino porque tienen la fuerza de Hulk. Y cuando te ha dado ese masaje doloroso, pero en el fondo placentero, y te bajas de la camilla... ¡tus piernas pesan varios kilos menos! Bueno, en realidad pesas lo mismo, pero la sensación es que te has quitado un peso, una “carga” de encima. Andas más liviano, tus piernas están sueltas y ligeras. ¡Es alucinante!
Así que vuelves a sentirte bien en tus entrenos y las piernas responden mejor. Y te convences definitivamente de que el fisio es tu amigo. Tengo que puntualizar que a mí, personalmente, siempre me han generado más confianza los fisios que son también corredores, pero eso no tiene por qué significar que el resto sean malos profesionales. En muchos casos puede ser incluso al contrario. Es más bien una manía mía.
Con el paso del tiempo, llegan las lesiones, y hay que visitar al fisio sí o sí. Te recomendará cómo debes afrontar la lesión: cuánto tiempo tienes que parar de correr (si es que es recomendable que lo hagas), qué ejercicios de fuerza o qué estiramientos te van a venir bien y, sobre todo, te tratará la lesión para que pase cuanto antes. Lo puede hacer con sus manos o usando muchas técnicas que están a la orden del día y que, por ejemplo, pueden incluir el uso de agujas, más o menos grandes o intimidantes, que a mí no me gustan nada. Pero que pueden tener un resultado excelente.
Pero lo más importante para recuperarte de la lesión no es lo que te vaya a hacer el fisio. Lo más importante es lo que te va a decir. Y es que su labor principal es la de reducir tu ansiedad, esa que te genera el no poder correr.
Normalmente el argumento que te dará para convencerte de que no debes ser un cabezón y para que no te empeñes en correr si no debes hacerlo, es que si no paras la lesión se agravará y a la larga será peor. Pero, en general, los corredores somos así de simples: “¡si ya casi no me duele y puedo correr!”, gritas a tu fisio. Y te insiste en que no te precipites, que tengas cuidado... y tú ni caso. Bueno, al final te darás cuenta de que tiene razón. Pero no te preocupes, porque yo lo he hecho alguna vez y a base de meter la pata ha aprendido que mi fisio tenía razón y que debo hacer caso de lo que dice.
¿Pero sabes qué es lo mejor de todo? Que mi fisio es tan buena persona que cuando he ido con la cabeza gacha tras haber recaído en una lesión por culpa de mi tozudez, mi fisio no se ha regodeado con frases del tipo: “te lo dije”. Ha hecho gala de paciencia y de su carácter comprensivo y me ha ayudado de nuevo a superar la lesión. Por eso, al cabo de los años, mi fisio me ha hecho mejor corredor... y una persona más sensata.