¿Cómo has quedado en la Maratón?
Por José Manuel Torralba para carreraspopulares.com
Esa es la pregunta. Es la que peor sienta a un corredor popular que corre maratones. O quizás siente peor oír: “¿En qué puesto has quedado en la maratón?”, que es parecida. Y por lo que he hablado con algunos corredores profesionales, a ellos tampoco les hace mucha gracia.
Hace tiempo, un periodista le preguntaba a un maratoniano antes de la prueba, qué cómo veía a los rivales, de cara a la posibilidad de vencerles. El corredor le dejó literalmente planchado: “En la maratón no hay rivales; tú eres tu propio rival; el resto de corredores son compañeros”.
Hacer este tipo de preguntas refleja un profundo desconocimiento de lo que es una maratón. Que es mucho más que una carrera. Mucho más que una distancia.
Existen numerosos problemas que pueden provocar que posiblemente no acabes una maratón. Suponiendo que la hayas preparado correctamente (que durante varios meses te hayas sometido a un entrenamiento donde combinas sesiones de muchos kilómetros con otras más cortas, pero más intensas, series de calidad, gimnasio, etc.; y esto es igual seas popular o profesional), corriendo una maratón, después de un determinado instante donde ya has consumido todos tus hidratos de carbono, empiezas a tirar de glucógeno y después de grasas, y llega un momento donde no tienes nada de lo que tirar, nada que quemar, y llegar a la meta es un puro ejercicio mental. Pero además puede hacer frío y puedes entrar en hipotermia (no tienes calorías que te permitan generar calor), o puede hacer mucho calor y te puedes deshidratar, o sufrir un colapso por falta de sales. Puede nevar, llover o hacer viento.
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Pero a todo lo anterior hay que sumarle el factor humano: tú y tu cabeza. Tú y tus decisiones. Te puedes equivocar, elegir mal el ritmo de carrera, y los síntomas de agotamiento pueden aparecer mucho antes. O te puedes equivocar en el tipo de entrenamiento y el sufrimiento al final de la carrera puede ser inaguantable. O sencillamente no has entrenado suficiente y no estabas preparado para afrontar ese esfuerzo. O no te has alimentado bien las semanas previas a la carrera y no has almacenando la suficiente energía para los primeros treinta kilómetros con cierta dignidad. O has elegido mal la ropa que llevas. O no te pusiste suficiente vaselina allí donde más roza. O se te ocurrió probar un nuevo gel de glucosa en la carrera y te sentó mal.
Pero incluso haciéndolo todo bien, te puedes lesionar durante la carrera y obligar a abandonarla: calambres, tirones... ¿Son lo suficientemente graves? No distingues si ese dolor puede ser importante o es sólo es fruto del esfuerzo. Tu cabeza empieza a cavilar la posibilidad de retirarte, más que nada porque si te pasas, a lo mejor es tu última carrera. Solo después de correr varias maratones aprendes a distinguir lo que es “normal” de lo que es “extraordinario”, considerando que todo lo que sientes es extraordinario.
Se puede correr una maratón de diversas maneras, pero si la corres tratando de cumplir un objetivo de tiempo, siempre se sufre. Seas popular o seas profesional. Llegará un momento donde ese sufrimiento te plantee dudas: seguir o abandonar, si merece la pena ese sufrimiento. Es ahí donde la fortaleza de tu mente permite superar esas dudas y seguir adelante no con las piernas, sino con la cabeza. Corres como un autómata. “No hay dolor” piensas zancada tras zancada. No te paras, porque sabes que como pares es posible que no vuelvas a correr. Te apoyas en esos amigos que te gritan al final dándote ánimos, llevándote en esa nube que sólo conocen los que han estado allí arriba.
Cuando acabas una maratón, donde a veces renuncias a mejorar tu tiempo por ayudar a un amigo, o para evitar una lesión. O donde la lluvia o el calor han convertido la carrera en algo realmente duro y aun así te ves recorriendo esos últimos 195 metros con la pancarta de META al fondo. O donde después de sufrir mucho consigues tu objetivo ‘sub-algo’ y te sientes como si hubieras batido el record del mundo (de hecho has batido TU record del mundo), sientes una felicidad difícilmente comparable con nada. ¡Has terminado! ¡Lo has conseguido! Acabar una maratón, acabes como acabes, siempre es un triunfo, porque has superado todo un mundo de inconvenientes y sobre todo porque tu cabeza ha vencido a tus piernas.
Cuando después de esa experiencia casi mística alguien te pregunta ¿En qué puesto has quedado? O ¿Cómo has quedado?, no sabes ni qué contestar ni cómo tomártelo. Yo siempre contesto lo mismo: “Quedé primero de mi categoría”. Algunos insisten: ¿Cuál es tu categoría? Mi respuesta siempre es la misma o parecida: “Varones nacidos en Melilla el 4 de mayo de 1959” (hasta ahora, que yo sepa, siempre he sido el único y el primero en mi categoría).