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¿Se nos olvida el dolor de un maratón?

Por Chema Martínez Pastor para carreraspopulares.com

Que levante la mano quien haya dicho, al cruzar la línea de meta de un maratón: “no vuelvo a correr esta distancia”. A pesar del subidón que da cruzar la meta como finisher y colgarse la medalla al cuello, el precio a pagar para nuestro cuerpo es alto. En los momentos finales de la carrera (o, a veces, durante más tiempo) es cuando sufrimos la dureza con la que la prueba de Filípides nos pone a prueba. Nos duelen las rodillas, los tobillos, se nos suben los gemelos, los isquios. Nos pican las costuras de la ropa, nos molesta el sol o el viento. Nos sentimos débiles, nos beberíamos el mar si estuviera patrocinado por Powerade.

Y ahora, que bajen la mano aquellos que sí han cumplido lo que dijeron y no han vuelto a correr un maratón desde que lo juraron con sangre al cruzar aquella meta. Si estuviéramos juntos, lo más probable es veríamos a la gran mayoría continuar con la mano levantada.

¿Por qué, a pesar de sufrir para llegar a la meta, de haber tenido que poner todo de nuestra parte para superar el reto y a pesar de los dolores que nos ha causado, seguimos volviendo con más o menos regularidad a su encuentro? ¿Somos masoquistas ? Bueno, es posible que algunos sí disfruten con ese sufrimiento. O mejor dicho, con lo que representa en términos de superación y gloria conseguida. “ Disfufrir ” lo llaman algunos.

Las endorfinas ganan al dolor
Las endorfinas ganan al dolor

Pues en realidad, la ciencia tiene argumentos para discutir ese supuesto “masoquismo”. O, al menos, en algunos casos. Y es que según un estudio difundido por la British Pshycological Society , y realizado por el doctor polaco Przemyslaw Babel, consiguió demostrar que, en realidad, lo que sucede es que se nos olvida el dolor que hemos pasado.

Para demostrarlo, se entrevistó a 62 corredores al cruzar la línea de meta del Maratón de Cracovia. Estos corredores contestaron una serie de preguntas relacionadas con la intensidad del dolor que habían experimentado, así como las emociones positivas o negativas asociadas a su carrera. Meses después, se les volvió a contactar y lo que se encontró al volverles a preguntar sobre el dolor, la mayoría puntuó con menor intensidad el dolor de aquel momento en su recuerdo. Por ejemplo, quien al cruzar la meta dijo que había experimentado un dolor de 5.5 (escala del 1 al 7), al ser preguntado meses después contestó con un 3.2.

Evidentemente, aquellos que puntuaron muy alto su sufrimiento al terminar la carrera, seguían siendo los que recordaban con mayor intensidad el dolor, solo que puntuándolo más bajo. En cambio, si el dolor venía acompañado de otras emociones negativas, como angustia y miedo, recordaban niveles de dolor más altos. Esto se debe a que habían asociado su experiencia corriendo con un sentimiento negativo, lo cual tiene una influencia decisiva sobre el modo en el que se recuerda. En cambio, si las emociones provocadas son positivas, el recuerdo del dolor se diluye.

Por eso, cuando los recuerdos de ese dolor han desaparecido, lo único que nos queda en la memoria es la satisfacción y la alegría de haber conseguido nuestro reto. Las endorfinas ganan la partida y queremos volver a generarlas. Como diría nuestro amigo Rocky Balboa: “no hay (recuerdo del) dolor”.

SOBRE EL AUTOR

Chema Martínez Pastor
Corredor Popular


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