Corriendo por los puertos míticos (VIII): Etna, Italia
Por Jorge González de Matauco para carreraspopulares.com
De 0 a 3.000. Tal es el atractivo desafío que propone la denominada Supermaratona del Etna . Porque, más allá de cualquier otro aliciente, el hecho de recorrer semejante desnivel con un perfil siempre ascendente, representa simplemente la mejor tarjeta de presentación de la prueba.
Si, además, añadimos que en los 43 kilómetros de recorrido se cambiará de escenario y de temperatura de forma tan drástica como la que supone una salida a orillas del mar Jónico, en la playa de Marina di Cottone, y una llegada a la sombra del Etna, el volcán más activo de Europa y uno de los lugares más conocidos y fascinantes del mundo, ya tenemos un cóctel al que parece difícil que se pueda resistir cualquier atleta viajero.
Y es que en esta ocasión, más que hablar de una carretera mítica, hay que referirse a una montaña mítica, el Etna (3.340 metros de altitud), cuyas colosales proporciones se descubren ya al comprobar desde el avión cómo se eleva de forma desmesurada desde la misma orilla del mar. No es extraño que su interior guarde las más descomunales fuerzas de la naturaleza que a menudo vomita en forma de humo, lava y fuego, hasta tal punto que solo en lo que llevamos de siglo XXI ha habido numerosas erupciones violentas.
Con tales credenciales no es extraño que ya en la antigüedad más remota el Etna despertara terror entre los seres humanos, quienes lo consideraban un monstruo infernal al que había que aplacar con sacrificios y plegarias. En la mitología clásica se convirtió en la morada de los dioses herreros, Hefesto o Vulcano, que forjaban el hierro en sus fraguas con ayuda de cíclopes y gigantes. Y se cuenta también que el filósofo Empédocles se suicidó arrojándose al cráter del volcán para tener un final acorde a su condición divina.
Linguaglossa es la sede principal del maratón, una localidad que representa muy bien la verdadera Sicilia de las fachadas que son auténticas obras maestras echadas a perder de modo miserable, llenas de suciedad y que se caen a pedazos. Una visión, por cierto, que nada tiene que ver con la que obtendrán quienes se limiten a visitar la turística Taormina, apenas a unos kilómetros, una Disneylandia pulcra y artificial llena de tiendas, flores y restaurantes.
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La carrera
A las siete menos veinte de la mañana del sábado 13 de junio, un autobús traslada a los atletas que no tengan vehículo propio hasta la insulsa playa de Marina di Cottone. El autobús parte con quince minutos de retraso, una nota que demuestra que la calma y la falta de estrés son otras de las características de los alrededores del Etna. Como la salida no es hasta la ocho, aún hay tiempo para que los 215 inscritos ultimen los preparativos, entre ellos depositar las dos bolsas con ropa que la organización permite entregar, una con destino al kilómetro 32 y otra para la llegada.
A orillas del mar se intuye que será un día soleado y bochornoso, con veintisiete grados de máxima y un elevado grado de humedad. Muy lejanamente se observa la cima humeante del Etna. Mejor no pensar demasiado en la distancia y la altitud que nos separa de ella.
Lejos quedan ya los días en que la primera edición de la Supermaratona del Etna, en 2004, fue registrada en el libro Guinness de los récords como la carrera a pie con el mayor desnivel realizada hasta ese momento. Pese a la proliferación de carreras duras propia de estos últimos años, el trazado sigue impresionando. Se desarrolla a lo largo de la vertiente norte del Etna, por asfalto hasta el kilómetro 32 para luego desviarse por una pista de arena y cenizas volcánicas en la que el porcentaje de desnivel se incrementa mucho más.
Pese a todo, los primeros kilómetros son tranquilos y prácticamente llanos, una primera toma de contacto con el asfalto y la temperatura. Pronto surgen las primeras cuestas, con algunas cunetas llenas de desperdicios, y se atraviesan pueblos, como Piedimonte o la propia Linguaglossa, con calles enlosadas que acogen un buen número de espectadores curiosos que animan a los atletas.
A partir de Linguaglossa, en el kilómetro 14, la carretera enfila ya decididamente en busca de la montaña y desaparecen los núcleos de población. También cambia la vegetación, ya que si hasta ese momento ha sido la típica mediterránea, con olivos, vides, encinas y matorrales, unos kilómetros más tarde se convertirá en bosques de castaños, robles, pinos y eucaliptus, cuyas sombras aliviadoras se agradecen de veras.
Como siempre, en este tipo de carreras cada uno lleva a cabo su propia táctica acorde con su nivel atlético. Hay quien prefiere correr todo el rato, quien alterna correr con caminar y quien solo corre en los escasos metros de llano, pero, en general, las pendientes no son demasiado pronunciadas hasta el kilómetro 30.
Más agotador es para la mente el lentísimo paso de los kilómetros, especialmente entre el 18 y el 30, cuando, con esa pendiente moderada pero continua y siempre con el envoltorio del bosque, se impone un recorrido monótono sin vista alguna y sin más referencia que el paso por el refugio de Ragabo en el kilómetro 28.
Es en ese kilómetro 30 cuando, tras un fortísimo repecho, se accede a un cambio de escenario, una espectacular y extensa lengua de lava que en 2002 se llevó por delante pinares y todas las instalaciones turísticas de la estación de esquí Etna Nord, en Piano Provenzana (1.800 metros de altitud), hacia donde dirigimos nuestros pasos.
Dureza
En Piano Provenzana, kilómetro 32, está instalado el único control de paso de la prueba, con un tiempo límite de cinco horas. Allí, el recuerdo de esa famosa y destructiva erupción de 2002 es aún más evidente, vislumbrándose el recorrido de la lengua de lava que dejó a su paso troncos de pino petrificados y restos visibles de lo que en su día fuera un hotel.
En lo que se refiere a la carrera es allí donde comienza la parte más dura, pero también la más espectacular. El asfalto desaparece y se convierte en los que los italianos llaman sterrato, es decir, una pista de tierra, en esta ocasión volcánica. Recojo el cortavientos que había depositado en la primera bolsa, pero aún no es necesario, así que lo guardo en la mochila y prosigo la ascensión sin más dilación. El desnivel aumenta de forma decidida (hay que subir 1.200 metros de altitud en 11 kilómetros) y ya solo es posible caminar a la mayor velocidad posible, salvo en los escasos y cortos tramos de descanso.
La dureza y el esfuerzo acumulado pasan factura a muchos atletas, que solo siguen su rumbo a base de fuerza de voluntad. Pero el entorno es de los que quitan el hipo, un espectáculo de lava, árboles petrificados, montañas negras, muros de hielo de varios metros y, ya cerca de la meta, un desierto oscuro y apocalíptico que recuerda a algunas fotografías de Marte.
A un kilómetro de la llegada aparece la silueta del Osservatorio, donde concluirá la carrera en medio de este paisaje tenebroso y siniestro, solo trescientos metros por debajo del cráter del Etna, que ofrece un áspero contraste con los restos de hielo que todavía atesoran sus laderas, todo en medio de un tiempo ventoso y frío, por debajo de los ocho grados.
El tiempo límite de las ocho horas todavía se encuentra lejano y, mientras se contempla cómo terminan otros corredores, es el momento para disfrutar de la inmensa satisfacción que causa haber superado el reto de pasar de 0 a 3.000 metros en el menor tiempo posible y haber conquistado con las propias piernas aquellos parajes tan aparentemente tétricos, pero, sin embargo, de una sublime belleza.
Porque el Etna, además de una amenaza, es una bendición para toda la población que vive en su base, una bendición para la fertilidad de la tierra, para los curiosos, para los turistas, para los vulcanólogos y, por qué no, también para los atletas.
Más información: www.verticaletna.it
Jorge González de Matauco es autor del libro En busca de las carreras extremas.