Del alcohol y la cocaína a la meta del maratón
Por Luis Blanco para carreraspopulares.com
Aquel día todo cambió. Como otras veces, Javier se había retirado al baño de casa a ‘meterse’ cocaína. Pero esa vez había dejado la puerta abierta. Su hija de tres años pasó por delante y le vio. La niña se sorprendió y preguntó a su padre: “¿Qué haces?” El padre la miró y respondió: “Papá está malo”. Alcohólico, cocainómano y obeso.
Ese día tocó fondo. La imagen de su hija mirándole mientras él castigaba su cuerpo y su vida fue el toque de atención definitivo. En ese momento fue realmente consciente de que tenía un problema con las drogas y tenía que acabar con él. Once años después, Javier cruzaba la meta de su primera maratón; once años limpio y con casi 50 kilos menos sobre sus piernas de corredor.
Una década puede ser un tiempo largo si lo miras con perspectiva. Y más que suficiente para preparar una maratón. Pero a Javier Viñas le pasaron muchas cosas durante esos años, casi todas buenas. Ahora tiene 47 y puede decir con orgullo que correr le ha aportado todo en su vida.
Pero volvamos al comienzo de esta historia. Justo antes de aquel trágico momento en el baño de casa. “Yo empecé a beber siendo adolescente, pero cuando cumplí 30 años ya tenía serios problemas con el alcohol”. Y hacía mucho que había dejado atrás sus años deportistas. Jugó al fútbol sala o practicó lucha libre, pero cuando entró en la veintena aquello se desvaneció para dejar paso a las locuras de juventud, la bebida y, finalmente, la cocaína. Cuando tenía 32 años el consumo de esta droga “era a diario”.
Fue el inicio de su peor época. “Me gastaba el dinero de casa y tenía que pedir fiado”. Fueron también los peores momentos para la familia. Casado desde los 24 años y con tres hijos, Javier se las apañaba para seguir consumiendo a escondidas. “Tenía alcohol escondido en todos los lugares de casa, hasta en la papelera del portal”, cuenta. Lo mismo con la cocaína. Cuando su mujer le veía en malas condiciones él le decía que estaba enfermo.
Pidiendo ayuda
Decidió que quería cambiar y rehabilitarse, habló con su hermana, y luego con su mujer. Ésta le dio un ultimátum: “O las drogas o nosotros”. Javier lo tuvo claro, quería luchar por su familia y por curarse. Así que se dirigió a Grutear , una asociación de terapia contra las adicciones al alcohol y las drogas, con instalaciones en Alcalá de Henares y en su localidad de residencia, Torrejón de Ardoz, Madrid.
Y llegó su primer día de terapia. Pensaba que aquello no iba con él. Que podría manejar el problema por su cuenta. Antes de entrar en la sesión se metió medio gramo de coca y se bebió tres tercios de cerveza. Al comienzo estaba deseando acabar para irse a tomar algo. Pero cuando terminó la reunión se fue directamente a casa llorando. “Escuché las historias que contaban y me sentía identificado con todas. Ese día me di cuenta de que estaba ciego”.
Era el mes de abril de 2007. Aquella coca y esos tercios que consumió antes de la sesión fueron las últimas drogas que Javier probó en su vida. Que desde entonces dio un giro radical.
Primeras zancadas
¿Y cómo contribuyó a ese cambio brusco el deporte? Y, en concreto, correr. Todo surgió gracias a una carrera popular de 10 kilómetros que organizaba la propia asociación Grutear. Después de participar en actividades con el grupo durante el periodo de rehabilitación, llegó la edición de la carrera de aquel año. Un compañero le convenció para correrla.
Javier no había corrido nunca y llevaba años sin practicar deporte. Y en esa época pesaba más de 120 kilos para una estatura de 1,78 metros. Se comprometió y se entrenó, aunque no de forma adecuada. “Me la preparé mal, a mi manera, en 20 días”, explica. “Tardé una eternidad, corriendo y andando, pero la acabé”.
Eso le motivó lo suficiente para intentar seguir corriendo una temporada. Una ilusión que duró apenas una semana. Una vez recibida el alta terapéutica se ofreció a ayudar a la asociación y en los años siguientes trabajó en la organización de la carrera. Pero no volvió a correr hasta 2011. Esta vez fue su hijo el que le dio el empujón definitivo.
“Jugaba al fútbol y tenía que entrenar, así que quise ayudarle y fui a correr con él un día”, recuerda. “Corrí 200 metros y me sentí fatal, tuve que parar”. Pero al día siguiente su hijo le pidió que le acompañase de nuevo. Y así, poco a poco, fue subiendo la distancia. Y cogiendo al fin gusto a eso de correr. “Cuando empecé en serio ya me estaba enganchando”, confiesa. Así que tomó la decisión de volver a participar en la carrera Grutear ese año, y el resto desde entonces.
“Ya no había quien me parase”. Así se sentía. Pero lo cierto es que su sobrepeso le hacía difícil correr. A pesar de los kilómetros que acumulaba, no adelgazaba, porque “me hinchaba a comer, mi ansiedad era impresionante; me ponía dieta y conseguía adelgazar 15 o 20 kilos, pero ahí me atascaba”. Y de nuevo los recuperaba.
Entrenaba por su cuenta y un máximo de 10 kilómetros, unos dos o tres días por semana, a veces con un amigo. No se imaginaba superar esa distancia. Sus rodillas se quejaban cuando lo hacía y su espalda protestaba por tener que soportar tanto peso.
Media Maratón
Pero le encantaba participar en carreras, y así siguió participando en ellas durante varios años, hasta que su amigo le propuso a finales de 2017 ir un poco más allá: “¿Por qué no haces la Media Maratón de Sevilla?” Javier dudó al principio, pero su amigo le convenció: “Tienes tiempo suficiente para prepararla”. El 28 de enero de 2018, Javier Viñas acabó su primera Media Maratón en la capital andaluza.
Durante el entrenamiento volvió a adelgazar unos 20 kilos. Pero tampoco fue suficiente para alejar definitivamente su elevado sobrepeso. Una endocrina le había recomendado realizarse una operación de reducción de estómago. Él lo rechazó, pensaba que podía adelgazar por su cuenta. Pero era incapaz y eso le frustraba y le generaba más ansiedad.
Desmoralizado, en 2018 volvió a pedir cita con la endocrina y le dijo que aceptaba, que haría la operación. El proceso, no obstante, fue largo y delicado. La intervención requiere “unos pasos difíciles que tienes que seguir”. Y también supone un cierto riesgo. Pero se preparó para ello, con la ayuda un psicólogo, el neumólogo o el cirujano.
El 19 de febrero de 2019 entró finalmente al quirófano. Pesaba 127 kilos. Salió de allí con un estómago más pequeño. El primer día lo pasó mal. Al tercer día ya estaba andando, todo lo que podía. Y en cinco semanas ya estaba corriendo de nuevo.
Fue perdiendo kilos y volumen y, en apenas dos meses, rondaba los 100 kilos. Siguió entrenando, participó en la Media Maratón del EPD Rock ‘n’ Roll Madrid Maratón. Y en muchas más carreras. Siguió perdiendo peso. Los dolores de rodilla y de espalda se fueron esfumando, ya no sentía la sensación de asfixia cuando llevaba un tiempo corriendo.
Los 42.195
Pero su pequeño estómago también le supone algún problema. “Como cada dos horas aproximadamente, muy poca cantidad, unos 200 gramos. Y me siento como si me hubiera metido una comilona”. Así que cuando corre, sus reservas energéticas son pequeñas y las gasta enseguida.
Eso, sin embargo, no le impidió dar el salto definitivo. Ese que nunca en su vida habría imaginado: el maratón. Fue en Alcalá de Henares, el 27 de octubre de 2019. Durante el recorrido comía todo lo que encontraba en los avituallamientos, para no perder la fuerza. En el kilómetro 34 aparecieron los calambres y los tirones. Pasó por su cabeza abandonar, pero bajó el ritmo y apretó los dientes. “La cabeza me ayudó a terminar”. En el kilómetro 40 se recuperó y voló hasta la meta. Tardó 4 horas y 11 minutos. Había terminado su primera maratón.
El 1 de diciembre de 2019, apenas cinco semanas después, correrá la segunda, en Valencia. Se ha hecho adicto a esto de correr, y a las maratones. Su peso actual ronda los 77 kilos. Y su objetivo vuelve a ser modesto: acabar. Ahora entrena algún día por semana con el club Runners de Torrejón, donde he hecho grandes amigos y ha aprendido a amar el atletismo.
“Mi vida quiero que sea corriendo”, manifiesta con rotundidad. Y quiere ser un ejemplo para otros que han pasado por lo mismo que él. “Que la gente que tiene una adicción vea que se puede salir, que se de cuenta de lo que es”.
Pero sus objetivos no han acabado. Aún a riesgo de que correr se convierta en otra adicción, Javier sigue adelante. Siempre será mucho mejor estar “enganchado” al deporte y a la vida sana que a las drogas. Quiere hacer triatlón, ultras de montaña y “superar retos”. Javier lo tiene claro. No cambia correr “por nada del mundo”.